"Dayana"
Orfanato
En algún remoto lugar de Pensilvania. Junio, 1818
Los relámpagos anunciaban muerte. La ira de Dios se manifestó en una inclemente lluvia. Los gritos se escucharon en toda la casa, atemorizando a los sirvientes y esclavos. En el establo los caballos se impacientaron, pateando todo para intentar escapar. Rechinaban con cada relámpago que iluminaba el tormentoso cielo. Rechinaban con los llantos de esa niña que penetraba por sus orejas erizando su pelaje, estremeciendo sus deciento cinco huesos y acelerando sus corazones.
— ¡¿Falta mucho Eleonor?! — Exclamó con ira la Duquesa.
— Ya casi mi Señora, un poco más, ya veo la cabeza. ¡Usted! Sirva para algo y busque unas mantas para la Duquesa.
— Lo que ordene señorita Hathaway.
— ¡¿Es niño?!
— Me es imposible saber ahorita mi Señora. Pero…
— ¿Pero qué Eleonor?
— Su cabello es rojo como las otras…
Mientras atendía el parto, Eleonor intentaba calmar los agonizantes gritos de la Duquesa Dayana, quien no paraba de proferir maldiciones con cada contracción. La otra sirvienta había llegado con las mantas, secando el sudor que brotaba de la frente nacarada, su cabellera rojiza estaba más despeinada que nunca, blasfemando la Duquesa también por eso.
— Mi señora. Es una niña.
— Ya sabes lo que tienes que hacer Hathaway.
Eleonor mandó a salir a todos los presentes en la habitación, luego se dispuso a envolver a la niña en una cobija roja, tal cual como lo había hecho las otras diecisiete veces. Lo que se venía a continuación era el motivo de la ira de Dios. Los relámpagos aumentaban su frecuencia, incluso algunos cayeron cerca de la casa, en el interior del patio y frente al establo.
Todo comenzó veintidós años atrás, en 1796 zarpó un navío del puerto de Plymouth con destino hacía América. El Duque Rutland, había realizado ese viaje motivado a que la Reina requería de títulos de algunas tierras. Estando en esas nuevas provincias, él deseaba un heredero que fuera portador de su linaje, pero al ver que su esposa resultó estéril, la desterró, abandonándola en esa mansión a las afueras de Pittsburgh. Cada dos años regresaba a ver si con hierbas y brebajes de algunos curanderos de la Reina podía concebirle ese hijo que tanto necesitaba.
El deseo de la Duquesa Dayana por tener un varón se había convertido en una obsesión, haciendo lo inimaginable para tratar de conseguirlo, pero siempre era lo mismo, una niña de piel nacarada y cabellera rojiza.
No solo había hecho algo descabellado, sino que ahora tenía pensado hacer algo muchísimo peor. Durante un breve lapso de tiempo no le quitó la vista a ese techo que estaba sobre ella. Pensó, pensó una vez más y siguió pensando después de que Eleonor envolviera a la niña con el manto rojo.
— Espera un momento Hathaway.
— ¿Pasa algo mi señora?
— Sí. Soy monstruo.
— No digas eso mi señora. Usted solo intentó hacer lo correcto por amor al Duque.
— Pero jamás vi el amor de una madre. Lo antepuse a él que a mis hijas. No existe perdón para lo que hice. Ni existirá perdón para lo que voy a hacer.
— Lo que sea qué desee mi señora, yo la acompañaré.
— Gracias por su lealtad Hathaway. Hora, tráeme la reliquia familiar. Esconde a la niña y…
Las sabanas blancas se encontraban cubiertas con su sangre, al ver ese rojo carmesí contrastar con el escarlata de las paredes fue cuando tomó la decisión. Destruida en su cama por el parto, mando a llamar al sirviente con quien se había acostado nueve meses atrás.
Empezó con una punzada en su pierna derecha, luego otra en su hombro izquierdo. Los gritos del confundido hombre se escuchaban por todos los rincones de la inmensa casa; otra punzada en su estómago, brazo derecho, pierna izquierda, cuello. La tormenta se hacía más fuerte con cada cuerpo que se desangraba en la casa de paredes escarlata.
Los caballos pateaban con más fuerza, rechinaban atemorizados al sonido de la madera, sabían que pronto vendrían por ellos, el cielo se los anunciaba.
Nadie podía oír los lamentos de los diecisiete esclavos y sirvientes que fueron asesinados. La Duquesa, molesta con aquella sombra que no había cumplido con su promesa, comenzó a retarla con entregarle la sangre de todos y no la que quería, la de la niña. Lo llamó por su nombre, pero no se manifestaba. Aún necesitaba más, así que los dieciocho caballos que querían huir del establo fueron parte de su sanguinaria propuesta.
Limpió la reliquia familiar, la cual se trataba de una daga forjada a partir de la espada que Arturo había ordenado lanzar al agua. Pero esa es otra historia que quizás se comente, por ahora, solo se trataba de Dayana salvar a esa niña, y si había logrado contactar con ayuda de esa daga al gobernante de las sombras, debía interna contactar al Regente Celestial.
Necesitaba un espacio amplio, así que salió al patio para evocar una vez más al oscuro. Finalmente el espectro humeante se dignó en aparecer enfrente de ella, tomando la forma humana de la persona que más amada, El Duque Rutland. No solo se veía como él, su voz era una copia exacta del hombre.
— Sé que la tienes oculta Dayana. Entrégamela. Solo me falta ella y obtendrás lo que pediste, un varón.
— Que el cielo me perdone por lo que hice, jamás debí contactarte.
El pacto había sido claro, fertilidad a cambio de sacrificio. Sin embargo, cada vez que tuviera una niña de piel nacarada y cabellera rojiza se la entregaría a él. Pero no importaba el origen de la semilla, fuera de la nobleza, de sirvientes o de esclavos, siempre daba a luz a una niña de piel nacarada y cabellera rojiza.
— No podrás salvarla. Me pertenece…
— Quizás. Pero así como pude contactarte, sé que podré contactarlo a Él.
La tormenta se hizo más fuerte, la llovía no mostraba indicios de cesar y los relámpagos estaba cada vez más cerca. La ira de Dios estaba por desatarse.
— Padre… Perdóname.
— ¡¿Qué estás haciendo mujer?!
— Llamarlo a Él.
La falsa imagen del Duque se había quedado paralizada, el agua que empapaba sus ropas lo anclaba a ese abierto terreno. Frente a él se encontraba Dayana, empuñando la daga hacia el cielo, hablándole a toda esa cantidad de agua que inundaba su rostro.
— No te culpo si estás molesto conmigo Padre. Debí llamarte y no a él. Perdona cada uno de mis pecados para que mi alma se limpie y así pueda ser digna guerrera de esta amar. Que sea tu mano la que lo eliminé. Que sea tu mano la que me castigué. Si no lo quieres hacer por mí, hazlo por esa niña que él quiere reclamar. Soy tu sirvienta Padre, que se haga su volun…
La mano del Duque logró atravesar el pecho de Dayana. Ella mantenía la daga en alto mientras sonreía al cielo que no llovía. Las nubes se apartaban para dejar caer un destello sobre la daga. Mientras le quedaba un último latido, bajó su brazo derecho para acertar la iluminada arma en el corazón del supuesto hombre que amó. Nuevamente el cielo dejó caer su torrencial agua sobre un cuerpo condenado y perdonado.
Dayana había dejado con vida a Eleonor Hathaway, su ama de llaves quien se haría cargo de esa niña hasta que cumpliera la mayoría de edad adentro de esa casa. La niña de piel nacarada y cabellera rojiza debía permanecer ese tiempo en la casa, para que la mansión la dejara ir sin reclamar su alma.
Tal vez se había ganado una batalla, pero fue mucha la sangre que se derramó en ese lugar. Almas inocentes estaban atadas a ese edificio, el edificio estaba atado esa perversa presencia que se había evaporado con la daga, y esa imagen que una vez fue el Duque Rutland estaría atado a las niñas de piel nacarada y cabellera rojiza.
A partir de esa noche todo se había convertido en un ciclo que parecía una condena, quizás un castigo por el Ser Divino. Pero escarmiento o pena, finalmente se ha llegado al momento en que se conoce el origen de tanto sufrimiento, sufrimiento que estaba por terminar… o quizás comenzar.
Las puertas del orfanato se abrieron.
Continuará…
Autor: Waco Ontiveros @wacox964
Enlaces de episodios antes que este:
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📍Margaret “Rompiendo las cadenas”: https://noise.cash/post/j3zn0k5sn8mk9
📍Margaret “Una mujer desangrada”: https://noise.cash/post/z5rv57rc5xrpv
📍Dayana “Leucemia”: (Parte I) https://noise.cash/post/x97njw8cq84mj
(Parte II) https://read.cash/@wacox964/dayana-leucemia-6abb7454
📍Dayana “Orfanato”: Justo ahora
Buen final diciendo ¨Las puertas del Orfanato se abrieron¨, te deja pensar qué pasará después. Excelente, sigue escribiendo.