Capítulo 4. Mentira. Tema 3.

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3 years ago

El quejido del viejo perro sacó a Klhovetz(1) de sus recuerdos con la manada(2). Aquel gigante ebrio con las grandes hachas a su espalda había pisado sin querer la cola del animal, que protestó dolorido. El gran hombre se giró sorprendido. Había pisado algo y quería ver lo que era. Pero al girarse, su estado de embriaguez le hizo trastabillar y cayó al suelo de culo haciendo un tremendo ruido que llamó la atención de toda la taberna.

Sentado, con su bebida vertida sobre sí mismo y derramada por el suelo, aquel gigante mojado y aturdido tenía un aspecto ridículo. Al principio nadie se atrevió, pero después de una tímida risilla de uno de los hombres de la barra, la taberna entera estalló en sonoras carcajadas.

Humillado, aquel tipo se levantó y no se le ocurrió otra cosa que culpar al perro de su torpeza.

—      Maldito saco de pulgas, yo te enseñaré a…

Y le lanzó una patada al animal. Pero el perro fue más rápido y evitó el golpe. La terrible patada al aire hizo perder el equilibrio a aquel enorme hombre, y como el suelo estaba mojado por su propia bebida, resbaló y volvió a caer de culo. Esta vez no hubo una risita tímida inicial. El estallido de carcajadas se oía desde los bosques cercanos. La escena era realmente hilarante.

Pero aquel tipo, no se dio por vencido. Humillado de nuevo, y muy enfadado por haberse convertido en el bufón de aquel lugar, la tomó de nuevo con el viejo perro que se había refugiado en la mesa de Klhovetz.

—      Ahora sí que no te escaparás. ¡Te voy a destrozar, perro sarnoso! —dijo arrastrando las palabras mientras echaba mano de una de sus hachas.

—      No harás semejante cosa — dijo Klhovetz sin dejar de mirar a su bebida, en cuanto el gigante estuvo lo suficientemente cerca como para que no tuviese que gritar.

—      ¿Has dicho algo, extranjero?

—      Será mejor que vuelvas a la barra y dejes tranquilo a este animal —respondió Klhovetz con indiferencia y sin dejar de mirar su bebida.

—      ¿Y quien va a obligarme? ¿Tú? JA JA JA —rio exageradamente el gigante.

—      Solo si hace falta. 

El gigante dejó de reír. ¿Quién era aquel tipo que ni siquiera se dignaba en mirarle y se atrevía a amenazarle? No era un tipo pequeño, pero desde luego no era rival para él. Y no parecía joven. ¿Y las armas? ¿Estaba armado? El gigante miró a Klhovetz de arriba abajo. Seguía allí sentado. De espaldas a él. Tenía una espada en su cintura, pero en aquella posición no tendría ni una posibilidad de sacarla antes de partirlo en dos con su hacha. Algo brillaba en su cintura. Una hermosa daga con el filo quebrado e incrustaciones en su empuñadura. Aquello le llamó la atención.

—      JA JA JA ¿Crees que ese alfiler te salvará de mí? Déjame verlo, extranjero —dijo con altanería

—        Mejor no. Podrías hacerte daño.

Al grandullón no le gustó nada el tono de aquellas palabras. Y sin pedir permiso, extendió su mano tratando de coger la daga de la cintura de Klhovetz que no hizo nada para evitarlo. Cuando el gigante cogió la daga sintió un terrible dolor en la palma de su mano. Empuñar aquella daga era como coger una brasa ardiente con la mano desnuda. Se quemó toda la palma, y dando un gran alarido, la soltó rápidamente.

—        Te dije que te harías daño —dijo Klhovetz mientras percibía el olor a carne quemada.

—      ¡Maldito! ¡Morirás por esto! ¡Te partiré en dos!

El gigante levantó su gran hacha sobre Klhovetz que seguía sentado de espaldas a él. Con toda su fuerza lanzó un hachazo contra la espalda de aquel extranjero. Pero cuando ya casi podía tocar su espalda con el filo del hacha, algo le detuvo.

El extranjero estaba cara a cara frente a él y con solo una mano había detenido todo el peso de su hachazo como quien detiene una pluma al vuelo. ¿Cómo era posible? ¿Cómo se había movido? Estaba sentado de espaldas a punto de morir. Y ahora lo tenía de frente deteniendo su mano. Y no era eso lo único extraño.

El gigante sentía que algo le quemaba la entrepierna, como si tuviese una vela bajo la bragueta de su pantalón. Cuando miró hacia abajo vio que aquel extranjero empuñaba la daga con su otra mano y que había colocado el filo entre sus dos piernas. Su capa impedía que nadie más lo viese, pero aquella daga brillaba como el fuego y a pesar de que ni siguiera estaba en contacto con su piel, sentía como si toda su zona genital estuviese ardiendo.

Luego miró a la cara de aquel hombre. Por algún motivo pensó que la luz de la taberna se había atenuado. Las sombras se alargaban y aquel hombre parecía otra cosa que no era un ser humano. Su nariz y su labio superior parecían afilarse a modo de hocico. Y los dientes que se dejaban entrever en su media sonrisa, parecían crecer y afilarse. Por un momento, le pareció estar observando la cara de un huargo y no la de una persona. Entonces escuchó:

                —¿Quieres vivir?

¿Quién había dicho eso? Ni siquiera había movido los labios. Pero los ojos de aquel hombre con aspecto de huargo, parecían hablar.

                —Dime ¿quieres vivir?

Fuente: Elaboración propia a partir de gráficos vectoriales (CC). Descripción: Klohvetz detiene la mano del gigante mientras le amenaza con la daga. Junto a él, una mesa, una silla y un perro que observa la escena.

El gigante movió la cabeza en señal de afirmación y, con la mirada llena de terror, guardó su hacha y volvió a la barra torpemente sin dejar de mirar a Klhovetz.

—¡Dioses! Debo estar más ebrio de lo que pensaba —dijo sin saber muy bien si lo que acababa de suceder había sido real o fruto de su delirio — Cre-creo que-que he tenido suficiente por ho-hoy.

Se dirigió a las escaleras que subían hacia las habitaciones de la posada.

Toda la taberna miraba al gigante, aturdido y borracho, subiendo por las escaleras hacia las habitaciones. Cuando salió de la vista de todos, una tremenda carcajada volvió a resonar entre quienes miraban la escena.

Todos y todas rieron excepto uno. Un joven, en un rincón, seguía mirando a Klhovetz, que había vuelto a sentarse en la mesa y daba un trago a su jugo de hierbas florales.

No muy lejos de allí, en el palacio de los Señores del Este otra discusión tenía lugar.

—¡Mentiroso! ¿Por qué me mentiste?

La princesa Shayrah discutía con su tío. Shayrah era una joven de 20 brotes de las flores de edad. Era la hija de los Señores del Este que habían sido asesinados por unos asaltantes de caminos años atrás. Ella era la heredera legítima del trono, pero como la tradición marcaba que solo los hombres podían ser reyes, su tío, el hermano de su difunto padre, actuaba como rey regente hasta que tuviese un hijo propio. O hasta que Shayrah se casase.

Su tío siempre la había tratado como una hija desde que sus padres murieron en aquellas terribles circunstancias(3). Pero, aquel día, Shayrah estaba muy enfadada.

— No te mentí, querida. Solo omití alguna parte para no causarte más dolor.

—¿Omitiste alguna parte? ¿Te parece que ocultarme un hermano menor es omitir una parte?

Shayrah siempre pensó que había sido hija única, pero en los últimos días, en una de sus numerosas visitas a la biblioteca del palacio, descubrió un pergamino que aludía a que los Señores del Este fueron asesinados cuando volvían de la celebración del día del nombre de su primer hijo varón. La princesa, quiso cerciorarse y fue al monasterio de los monjes Jaecos donde se celebró el ritual para preguntar si allí existía algún registro, pero del monasterio solo quedaban cenizas. Así que decidió confrontar a su tío directamente.

— Piénsalo, princesa ¿De qué tu hubiera valido saberlo? Solo hubieses sufrido más por la pérdida.

— Me mentiste. Tengo un hermano. Tú me mentiste

Tuviste un hermano —corrigió el regente en tono exasperado

— Nunca encontraron el cuerpo.

— ¡Porque se lo comieron los lobos! ¿Es eso lo que quieres escuchar? — gritó.

Shayrah se dio media vuelta y salió de la estancia dando un portazo lleno de rabia y frustración. Unos minutos más tarde se escuchaba una voz en el interior.

—      My Lord, ¿seguro que esto es necesario? —sonó una voz siseante y de origen desconocido

—      Sí. Aún la necesitamos —dijo el regente— por el momento.

(1) Si quieres saber sobre la taberna y el viejo perro, lee el Capítulo 2. Evolución.

(2) Si quieres saber sobre la manada, lee el Capítulo 3. Liderazgo.

(3) Si quieres saber sobre la muerte de los Señores del Este, lee el Capítulo 1. Muerte.

PD: Inspirada en un microrrelato publicado en noise.cash con motivo de la dinámica de las 15 palabras celebrada en el canal ‘En Español’ (https://noise.cash/post/16vv63vn). Si lo tuyo son los textos más breves, no dudes en probar noise y unirte a nuestro canal.

También es el inicio de un proyecto colaborativo sobre el que puedes leer en https://noise.cash/post/1w65kkm6. ¿Quieres hacer un spin-off? Cuéntamelo y nos coordinamos.

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3 years ago

Comments

Game of loucy, jajaja cada vez que te leo quedo necesitando más de la historia, vamos mujer acelera el paso jajaja. Esto no es presión es una necesidad de los que leemos la historia.

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3 years ago

Jur... ¡qué presión! ¿A que hago como George R Martin o Rothfuss y me paso un par de años o tres sin publicar? Si me presionan, mato a algún personaje querido por los fans (esto lo dijo Martin, no es broma)

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3 years ago

Haces algo de eso con que nos amenazas y te seguro que habrá protestas. Vengaremos la muerte de quien sea.

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3 years ago

Caramba que buen relato que da para hacer muchas lecturas.

Se nota que es experimentada en este arte de la escritura.

Hay mucho que aprender.

Muchas gracias.

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3 years ago

Aquí está la frase de nuevo! Veremos como se desarrolla todo a partir de ahora que ya está introducido el personaje.

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3 years ago

Ahí vamos, ahí vamos. Poco a poco.

La historia trata en realidad de dos tiempos: el tiempo pasado en el que recorreremos toda la trayectoria del Klhovetz hasta el momento actual en la taberna a través de sus recuerdos. Y el tiempo futuro que responderá a la pregunta ¿qué demonios va a hacer ese tipo?

La frase, es un elemento que sirve como hilo conductor entre ambos tiempos.

¡Gracias por leer Infinity!

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3 years ago