A ella le encantaba salir con la manada. Oler los rastros de las presas, disfrutar de la brisa de los bosques golpeándole el hocico, mirarse en el reflejo de los ríos, escuchar a los árboles y a las aves... Hubo un tiempo en que Nychel era una loba feliz.
También era una loba joven pues solo había vivido 57 caídas de las hojas. Eso para un huargo que era muy poco, pues pueden llegar a vivir más de 200 años... si nadie los mata. Otra curiosidad de los huargos es que, a diferencia de los lobos, no dan a luz a toda una camada. Solo tienen una cría cada vez y siempre se alternan los sexos. Si la primera es macho, la siguiente es hembra y viceversa. Muy rara vez tienen dos crías a la vez y en esa extraña ocasión siempre son un macho y una hembra de pelo completamente blanco.
Nychel estaba emparejada con el líder de la manada, un huargo negro como la noche y de pelamen brillante como las estrellas. En el idioma de la manada se llamaba Lybran y era el padre de las dos criaturas que Nychel llevaba dentro.
Pero todo cambió al seguir aquel rastro.
Lybran había detectado un extraño rastro en el bosque. Era un olor que jamás había percibido. Las criaturas del bosque parecían inquietas y el mismo bosque transmitía un presagio nefasto. Así que convocó a la manada y se montó una partida de exploración. Lybran y Nychel encabezaban el grupo, como no podía ser de otra manera.
Al llegar a un claro los vieron. Eran unos humanos con extrañas vestimentas y celebraban rituales que corrompían el corazón del bosque. Eran miembros del Culto a Rotz y buscaban algo en aquel lugar.
El grupo de huargos permaneció oculto entre la maleza observando a aquellos siniestros hombres. Nychel era una loba albina y eso siempre la convirtió en la más visible de la manada, tanto de día como de noche. Por eso, había desarrollado una enorme astucia y una gran capacidad de sigilo que la convirtieron en la más peligrosa de entre todos los huargos. Ninguna presa detectaba a Nychel jamás, salvo cuando ya era demasiado tarde.
Sin embargo, aquella vez ocurrió la desgracia. Nychel sintió un tremendo dolor en su interior. Sus crías estaban a punto de llegar. Al sentir ese agudo pinchazo no puedo evitar soltar un pequeño aullido a modo de queja sorda que trató de reprimir. No fue suficiente.
— ¡Ahí están! ¡Miradlos! ¡Entre la maleza! Ya son nuestros —gritó alguien.
— Recordad. Necesitamos el corazón de su líder —dijo con voz solemne uno de aquellos hombres que llevaba una capucha roja.
Todo ocurrió muy rápido. Aquellos hombres tomaron sus armas y se dirigieron hacia los arbustos. En condiciones normales, los huargos hubiesen huído, pero cuando Lybran miró a Nychel dolorida en el suelo, supo que ella no podría escapar. Así que se lanzó al ataque. Y junto a él, el resto del grupo.
Lo que allí ocurrió fue inenarrable. Lobos desgarrando la carne de aquellos hombres, que a su vez los atravesaban con espadas y lanzas. Una auténtica matanza mutua. El resultado hubiese sido muy diferente si hubiese ido toda la manada. Pero solo eran un pequeño grupo de exploración de no más de diez huargos contra más de 50 o 60 hombres.
En algún momento, Lybran saltó hacia uno de aquellos hombres y le cayó encima. Pero el humano fue más rápido. Había interpuesto su espada entre su cuerpo y el del huargo. Cayeron al suelo. El humano se levantó. Lybran no.
Jadeaba en el suelo con una espada atravesada en su pecho entre terribles aullidos de dolor que alertaron al grupo de huargos. Y también a Nychel que permanecía entre los arbustos sin poder moverse por el dolor de su vientre.
El hombre de la capucha roja se acercaba a Lybran con una enorme daga en la mano.
Ese es el líder. Sujetadlo —exclamó.
Al ver lo que se aproximaba, Nychel se llenó de furia y, olvidando cualquier dolor, saltó de entre la maleza con un aterrador aullido y fue directa a por el hombre que había herido a su pareja. El llamado de Nychel estimuló a los huargos que atacaron con aún más fiereza.
Nychel desgarró la garganta de aquel hombre. Y de unos cuantos más antes de enfilar al extraño humano con la capucha roja que, con su daga, pretendía extraer el corazón de su amado. Otro pinchazo. Otro aullido de dolor. Pero esta vez algo iba mal. No eran sus crías sino una lanzada de uno de aquellos hombres que le alcanzó en el costado. Ciega de furia, no había visto a ese miserable lancero.
De nuevo, el aullido de dolor de Nychel alertó a los lobos. Pero ya solo quedaban tres con vida, además de Lybran agonizando y Nychel gravemente herida. No podían ganar. Así que no pudieron hacer otra cosa que salir huyendo desperdigados entre los árboles del bosque. También huyó Nychel. Sangrando y dolorida, a duras penas pudo escapar renqueando. Echó un último vistazo hacia atrás para ver como aquel hombre con su daga se aproximaba a Lybran.
Las lágrimas caían de sus ojos mientras escapaba. La sangre, de su costado.
Al de poco tiempo se vio sola entre los árboles. Ya no podía más. Se acercó junto a un gran árbol de la fortuna y se dejó caer. Las crías no llegaron a nacer. Mejor dicho, nacieron, pero sin vida. Y lo peor es que la herida de lanza había dañado sus entrañas de tal manera que jamás volvería a criar. Junto a los pequeños cuerpos de dos huargos no nacidos y un gran charco de sangre, Nychel supo que iba a morir.
— ¿Quieres vivir?
Nychel pensó que deliraba. Un cuervo se había posado en el árbol y le hablaba en el idioma de los huargos.
— Dime, huargo, ¿quieres vivir? —repitió el ave.
— Sí, quiero vivir. Quiero vengarme de esos humanos —dijo Nychel.
— Muy bien. Tal vez tengas tu ocasión. Pero antes tendrás que hacer algo por mí. Algo que no te gustará, pero tendrás que hacerlo. No ahora, sino cuando llegue el momen….
Fue lo último que escuchó antes de que todo se volviese oscuro.
Al despertar Nychel estaba algo mejor. La herida había dejado de sangrar y ya no sentía dolor físico, aunque en su interior se sentía despedazada. Tenía hambre. Y sed.
Junto a ella estaba el cuervo. Le había traído un par de conejos y una ardilla. Y un recipiente vacío.
— ¿Has vuelto? Seguro que quieres beber. Dame solo un momento.
El cuervo comenzó a revolotear. Un extraño baile acompañado de extraños graznidos. Pronto, comenzó a llover. Cada vez más fuerte. Tanto, que al de pocos minutos, el recipiente vacío se llenó de agua de lluvia. ¿Qué era aquel cuervo? ¿Cómo es que llamaba a la lluvia? Durante un instante Nychel se lo preguntó. Pero rápidamente se puso a beber y se olvidó por completo de ello.
Al de unas semanas, Nychel volvía a la guarida de la manada. Ya no era la antigua Nychel. Había perdido a su pareja y a sus hijos. Y nunca más tendría otros. Se había vuelto una loba llena de furia y de rabia. Cuando encontró al grupo de huargos, todos quedaron asombrados.
Todos excepto uno que parecía decepcionado. Era el nuevo líder.
Como bienvenida, se puso a gruñir a Nychel discutiendo su liderazgo. Ya no era nadie en la manada. Ahora mandaba él. Nychel sintió un fuego que hervía su sangre. No rehusó el desafío y saltó a su garganta.
La pelea por el liderazgo fue corta, pero muy intensa. Ambos huargos trataban de morderse el cuello, soltaban dentelladas a diestra y siniestra y se gruñían con enfado mientras el resto de la manada observaba.
Pero todo acabó cuando Nychel mordió la cara de su rival y hundió sus colmillos en uno de sus ojos. Tuerto, aquel lobo se retiró de la pelea entre quejas y aullidos cortos y agudos.
La fiereza de Nychel, caló en la atónita manada. A partir de entonces, sería su nueva líder.
70 caídas de hojas después, el cuervo volvió a aparecer. Había pasado mucho tiempo pero Nychel no había olvidado su compromiso.
— Querida Nychel. Ha llegado el momento. Debes hacer algo por mí. Debes salvar a una cría humana.
A la loba se le encogió en estómago. ¿Una cría humana? ¡Ella odiaba a los humanos! Habían matado a Lybran. ¿Y una cría? ¡Por su culpa ella había perdido a sus propias crías y la posibilidad de tenerlas!
— Te dije que no te gustaría —dijo el cuervo.
Era cierto. Lo había dicho y ella había aceptado. No podía renunciar a su compromiso de huargo. Los huargos nunca rompen sus compromisos.
Así fue cómo Nychel rescató a aquel bebé entre los cadáveres alrededor del carruaje, sin demasiadas ganas de hacerlo y deseando que aquella criatura llorona muriese por sí sola.
Pero con el tiempo, le tomó cariño. No era un humano normal ya que se comportaba como un huargo.
Nychel acabó comprendiendo que no todos los humanos eran malvados. Y acabó amando a aquel bebé como si fuese su propia cría.
Aunque eso era algo que Klhovetz nunca supo.
PD: Inspirada en un microrrelato publicado en noise.cash con motivo de la dinámica de las 15 palabras celebrada en el canal ‘En Español’ (https://noise.cash/post/16vv63vn). Si lo tuyo son los textos más breves, no dudes en probar noise y unirte a nuestro canal.
También es el inicio de un proyecto colaborativo sobre el que puedes leer en https://noise.cash/post/1w65kkm6. ¿Quieres hacer un spin-off? Cuéntamelo y nos coordinamos.
Vengo siguiendo la historia por que me atrapó y quisiera saber que más sigue.
Veo que serán varios capítulos para poder completar toda esta trama.
A ver que es lo que pasa con el bebé y como se convirtió en un hombre tan misterioso.