Anton resultó ser un joven muy agradable. El muchacho había sido instruido en la escritura, viajaba de un pueblo a otro recopilando información y escribía las historias de los personajes del reino con los que se encontraba. En su corta vida, había conocido a mucha gente y había entablado amistad con toda clase de personas por todo el territorio.
Aunque se notaba que provenía de una casa noble y que había recibido una buena educación, su modo de vida era más bien errante y lleno de carencias. Sin embargo, Anton parecía feliz. Aquella vida parecía satisfacerle mucho más que las comodidades de las que, sin duda, había disfrutado. Ahora, hacía pequeños trabajos para sus conocidos, como barrer o amenizar las noches con su música. Eso es lo que hacía para Hike, el dueño de aquella posada.
— He visto cómo te has enfrentado a ese gigante. No todo el mundo se atreve a encararse así a Lokk “El Bárbaro”. Sin duda, eres diestro con las armas y no te falta coraje. Cuéntame extranjero ¿Cuál es tu historia?
Klhovetz, le miro a los ojos.
— ¿Por qué quieres saberlo?
Anton no dijo nada. Simplemente tomó el ‘lamento del erudito’ y empezó a hacerlo sonar. Al principio, sonaba triste. Y la música era acompañada por la aterciopelada voz del muchacho, que contaba la soledad en la que una doncella vivía en una región al este de allí. Anton dominada el instrumento, pero tenía que detener la melodía porque no podía soplar y cantar al mismo tiempo. Un poco de música, un poco canto, y alternando ambos contaba su historia.
En la taberna cesó el murmullo y todos allí miraron entusiasmados al muchacho.
De pronto, las notas se volvieron rápidas y agudas, acompañando el canto sobre un caballero que encontró a la doncella. Después, se volvió más meloso, cuando se enamoraron. Los dedos de Anton acariciaban los orificios del instrumento cuando la pareja tuvo una hija, y más tarde un hijo. Y se volvió terrible cuando relató cómo unos bandidos asesinaron a la pareja en el ‘diá del nombre’ del pequeño.
— Me gusta documentar las historias de nuestro reino, y cantarlas después, para que todo el mundo las recuerde, aunque no sepa leer.
Klhovetz, solo miraba el instrumento. Quedaban muy pocas personas capaces de tocar un ‘lamento del erudito’ con tanta destreza. Anton se dio cuenta y se lo ofreció.
— ¿Quieres probar? Es difícil, pero puedo enseñarte. A cambio de tu historia, claro.
Klhovetz, cogió el instrumento. Sopló y un chirrido agudo salió de él. Anton se rió.
— Tranquilo. Es normal al principio. Es un instrumento muy difícil —y extendió la mano para recuperarlo.
Pero Klhovetz no se lo devolvió. Se lo puso de nuevo en los labios y sopló de nuevo. Hacía mucho tiempo que no lo tocaba y sin duda estaba desentrenado, pero conocía bien aquel instrumento.
Una dubitativa melodía comenzó a sonar y, de nuevo, la taberna enmudeció. Poco a poco se iba afianzando. Primero triste, luego más alegre. Parecía que una bandada de jilgueros cantaba en coro. Las notas cada vez sonaban más aceleradas, y los dedos de Klhovetz solo eran borrones que se movían a una velocidad que el ojo humano no podía detectar. El sonido cada vez más acelerado parecía sonar como choques de espadas, después el ritmo decayó hasta una melodía lenta con notas graves a modo de réquiem. Por último, una nota larga, casi eterna. Parecía imposible que alguien pudiera hacer sonar el ‘lamento’ durante tanto tiempo sin detenerse para respirar. La taberna permaneció en silencio. Y al de unos segundos, estalló en aplausos y vítores.
— El lamento cuenta la historia solo. No necesita que cantes —dijo Klhovetz y le entregó el instrumento a Anton que estaba boquiabierto.
Alguien salió de la cocina. Era Hike, el dueño de la posada
— ¡Vaya muchacho! Lo he oído desde la cocina y esa ha sido la mejor melodía que te he escuchado tocar. Hice bien en contratarte.
Anton le miró aún atónito y negó con la cabeza. Luego, con los ojos, señaló a Klhovetz
— ¿Has sido tú, extranjero? Vaya una sorpresa. Por tu aspecto nadie diría que eres un artista. Dime, amigo, ¿estás buscando trabajo?
— Puede —respondió Klhovetz —pero no para tocar. Ya tienes a alguien para eso.
Anton le miró agradecido. Por ahora, conservaría su empleo como juglar.
— ¿Ah no? Pues dime… ¿Qué más sabes hacer?
Fue Anton el que se apresuró a responder:
— Hike, pero ¿no has visto cómo ha despachado al Lokk? Nos vendría muy bien para mantener a raya a los buscapleitos como él. Y además toca como jamás vi tocar a nadie.
— ¿Sabes cocinar?
Klhovetz asintió.
—Pues nada de cocinar. Solo limpiarás los cacharros. Barrer, limpiar cacharros y calmar a los beodos. A cambio, comida y alojamiento. ¿Te parece bien?
Klhovetz extendió la mano y se la ofreció al Hike.
Sí. Le parecía bien, por el momento.
Un graznido sonó en el exterior en señal de aprobación.
Este fragmento ha sido posible gracias a mis amigos y amigas que me apoyan con su patrocinio. ¡Echa un vistazo a sus perfiles! Son realmente geniales en sus escritos.
Solo he leído dos episodios, pero me ha encantado todo el ambiente y las situaciones. súper nice Loucy!