La última gota de agua | Segundo fragmento de mi LIBRO DE CUENTOS.
Ya había compartido con ustedes en un post anterior un trozo de mi libro de cuentos post apocalípticos LA ÚLTIMA GOTA DE AGUA, ahora quiero traerles uno más.
A este lo titulé SEÑALES II y es que son más indicios que el planeta tierra nos deja para darnos cuenta de a dónde va a parar la humanidad si seguimos derrochando recursos o mal distribuyéndolos.
Espero les guste.
Foto:tierrafertil.com.mx
SEÑALES II
A miles de kilómetros de distancia, atravesando océanos y extensas tierras, se hallaba lo que antiguamente había sido un inmenso mar. Ahora solo quedaba menos del diez por ciento de su tamaño original y eso gracias a un dique que protegía con celo esas aguas.
Del otro lado, una vasta llanura de sal y productos tóxicos se extendía en el horizonte. Oxidados barcos pesqueros, que en un pasado no muy lejano se abastecían en esa zona, yacían abandonados en medio de aquel desierto. Alrededor de ellos jugueteaba el viento. Levantaba altas nubes de residuos en dirección a los poblados.
Ese polvo, corrompido por los productos agrícolas que fueron utilizados para mejorar las cosechas de algodón de la región, impregnaba los cuerpos lánguidos de los habitantes propiciando enfermedades pulmonares y hasta cancerígenas. Descomponía el suelo, los cultivos y, como punto final, modificaba el clima.
Veranos con temperaturas superiores a los cuarenta y cinco grados e inviernos cada vez más fríos obligaron a los pobladores a marcharse a otras áreas. Decenas de pueblos fantasmas rodeaban el pequeño caserío donde vivía Rustam, un chico que solía acompañar a su padre a recorrer las tierras aledañas al antiguo mar.
Para él, aquello era simplemente un gran patio de juegos. No podía extrañar lo que sus ojos nunca pudieron ver.
Con una sonrisa marcada en sus labios resecos y con el sol de la mañana haciendo brillar sus cabellos empolvados, caminaba junto a su padre mientras este evaluaba el crecimiento de los árboles frutales plantados en las zonas desgastadas de las áreas agrícolas.
Su familia había trabajado allí durante años como pescadores, pero ahora, por la desaparición del mar, cambiaron de ocupación. Eligieron la agricultura, sin embargo, las tierras se marchitaban. La última opción para evitar la migración a lugares desconocidos era participar en el programa de reforestación avalado por varios organismos, con el objetivo de impedir que la erosión hiciera más mella en la zona.
Con curiosidad, Rustam miraba uno de los árboles jóvenes. A pesar de que este lo superaba por una cabeza, tenía ramas delgadas y débiles como sus brazos.
—Papá, ¿quién riega estos árboles? —preguntó. Sabía que ellos necesitaban agua para vivir y no entendía cómo se salvarían si nadie los regaba a diario.
—Tienen raíces muy largas y pueden llegar al agua que está en el interior de la tierra.
El niño arrugó el ceño, ¿cómo podía existir agua bajo ese suelo? La que él tomaba era traída de lejos; era imposible que el árbol la hallara por su propia cuenta en el desierto.
—Ya verás, Rustam —pronunció el hombre con optimismo—, en dos años esta ladera se verá verde, como lo estuvo antes. Tendremos leña, frutas y forraje, y todo volverá a estar bien.
El chico apoyó las palabras de su padre con un asentimiento de cabeza, aunque no las comprendía. ¿Cómo lo estuvo antes? ¿Todo volverá a estar bien?
Se giró hacia la llanura y sonrió al ver el interminable desierto. Corrió al interior queriendo alcanzar la estructura de uno de los inmensos barcos que se divisaban en la lejanía. Le era imposible imaginar que el lugar que pisaba hubiera estado cubierto por metros y metros de agua repleta de peces, ni que alguna vez en la orilla del mar existieran populosas ciudades salpicadas de huertos y árboles frutales.
El mundo que ahora veía estaba desolado, pero así fue siempre para él, por eso estaba tranquilo. Lo desconocido le causaba temor y confusión. Y aunque cada día la soledad se acentuaba, así como la tristeza, aquella era la realidad donde había nacido.
No hallaría ningún valor anhelando lo que nunca conoció.
Felicitaciones; la lectura es tan agradable y para nada llena, lo que l hace muy deliciioso de leer. Estoy muy impresionado con tu manera de escribir, porque para mí debes hacerlo siempre JJ. Esperamos más de tu autoría.