¿Por qué escribir?

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2 years ago

Uno a veces escribe para no volverse un poco esquizofrénico, igual que lee para no sentirse tan solo, porque sin ese vaciamiento de voces al unísono, algunas vacilantes, otras atronadoras, pero casi todas exigentes, existe el riesgo de acumular los cadáveres en el estómago, donde se amontonan pútridas hasta que revientas o te envenenan la sangre. Por eso uno escribe, para no volverse loco. Y aún así a menudo es insuficiente: algunos incluso se vuelven locos de tanto escribir, como si las voces se vengasen por ir desahuciándolas con tanto apremio, como si regresasen de sus cenizas para hacerte repetir el mismo discurso hasta que no aguantes más, hasta que, derribada por fin tu resistencia amarga, te rompas en mil trozos, cada cual con su propio discurso a gritos, su reflejo tullido, que sobrevive incluso cuando, extirpado del organismo, se disipa en la nada penetrante, esa nada que lo reclama precisamente porque es  único, porque lo común, entendido aquí como lo comúnmente nunca nacido, jamás podrá morir...

Sería ridículo, por mi parte, afirmar que me vuelva esquizofrénico sin escribir, o que me volviera esquizofrénico en algún momento del pasado, de tanto escribir. No obstante, las voces, el auxilio que ruegan, está ahí, independientemente de que lo quieras o no lo quieras oír: puedes ignorarlo, pero no negar que exista. No todas las voces son agradables, y en según qué penosas circunstancias del ánimo uno puede creer que escucha esas voces cuando sólo escucha su propia insatisfacción personal, su cotilleo inmundo, su narcisista necesidad de gritar y de ser escuchado, tenido en cuenta, tomado en serio, aprobado, reconocido... Digámoslo más claramente: prácticamente ninguno escuchamos voces, sólo de vez en cuando, de modo que la mayoría de cosas que escribimos es el pobre reflejo de nuestro ego, es decir, nuestro vómito, que se saborea a sí mismo y que necesita también ser saboreado. No sé si pueda llamarse a esto literatura, a esta suerte de berrinche, a este soliloquio egocéntrico, que no habla más que de sí mismo, tartamudo además, indeciso, superfluo, estéril, dibujo plano de un mundo que se desconoce. Se tiene siempre menos que decir de lo que se piensa; y cuando se tienen realmente cosas que decir, no son cosas que uno diga porque las haya pensado gratuitamente, sino porque las ha experimentado, sobre todo porque las ha escuchado, porque esas voces lo han llamado a él, no es él quien, acongojado por su soledad, arrancase las voces banales de su pecho para arrojárselas al mundo como si fueran carnada, flores putrefactas, corazones cancerígenos. Las voces no llegan a quienes las llaman, sino a quienes las escuchan: para escuchar uno debe ser, primeramente, lo suficientemente sensible como para estremecerse con cada sílaba.

Claro que, en el proceso, uno no es simplemente un escribiente, alguien que sigue al dictado lo que le susurran, sino que toma únicamente lo que le interesa, que es aquello que le enfrenta a él como sujeto social e individual a su mundo externo habitado –e inhabitable. El estilo no es tan importante, dado que es necesario: sin el estilo no seríamos escritores, sino meros funcionarios; el ritmo, la pausa, la ironía, la elegancia o la brutalidad son esos espasmos de vanidad que, si no rebasan el programa, es decir, si no pretenden justificar por sí mismos el programa, no son capaces de hacer mal alguno, sino al contrario, reafirmar la voz que nace externa pero que para ser escuchada primero tiene que atravesarte: una vez atravesado, ni las voces ni tú volveréis a ser los mismos. Y así como la espada, manchada de tu sangre, te pertenece, tú perteneces a la espada, por la sencilla razón de que es el arma que causará tu muerte.

Yo no creo en la bondad necesaria de la literatura ni del arte per se, porque en primer lugar el escritor escribe para explicarse a sí mismo, la lectura de un otro es siempre accesoria, no fundamental, y en segundo lugar porque esa bondad equivaldría a decir que uno, si no tiene nada bueno que decir, sería mejor que se callara. Si Camus ha dejado escrito en alguna parte que debemos dejar que las gentes de buena conciencia duerman en paz, yo digo exactamente lo contrario, como Cioran, que debemos impedir a toda costa el sueño tranquilo de las buenas personas. No somos almas caritativas, sino cruelmente honestas, y si bien no puede decirse que escribir sea totalmente una venganza contra el mundo, tampoco puede decirse que no pueda existir cierta satisfacción en, si no en destruirlo, porque nadie es tan fuerte como para vencer él solo la estupidez en el mundo, al menos sí en enturbiar la visión de los hombres, en borrarles la pacífica sonrisa de asno de la cara.


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2 years ago

Comments

Para mí escribir es sanador! Amor por las letras siempre será mi pasión. Siento que después de escribir baja toda mi presión es simplemente encantador

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2 years ago

Entonces escribimos por razones parecidas. }¡Te mando un saludo Romina, espero leerte más seguido!

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2 years ago