Ella en la ventana
Pablo tenía ya un mes trabajando en aquella casa misteriosa, en contra de los deseos de su familia y amigos del pueblo, quienes siempre tenían cuentos de miedo acerca de ese lugar. Entre las historias más recurrentes estaba la de personas desaparecidas y fantasmas, pero Pablo no creía en eso, además había aceptado trabajar para el Señor Rodríguez, el cual aunque callado y sombrío, pagaba bien y siempre a tiempo. Eso si, siempre y cuando cumpliera las estrictas reglas, y entre las cuales estaba -aparte de cumplir con todas las encomiendas de limpiar, cargar objetos pesados y encargarse de la jardinería - nunca jamás entrar a la casa, por ningún motivo podía irrumpir allí, sus tareas se limitaban al jardín, el patio y las áreas externas.
Su madre no estaba de acuerdo en que trabajara en aquel lugar, sin embargo, se había resignado, y por lo menos logró convencer a su hijo de usar un pequeño crucifijo colgado en el pecho. Pablo no era religioso pero accedió al pedido de su madre, llevando siempre la pieza de plata en su pecho y bajo su ropa.
Los días pasaban tranquilos. Y ya Pablo tenía un par de semanas viéndola en la ventana. Era muy hermosa y callada, jamás hablaba, ni siquiera le veía mover los labios. Ella se asomaba de vez en cuando a la ventana superior, y lo miraba. Pablo le sonría, y ella parecía responder la sonrisa, incluso un día se atrevió a saludarla con la mano, y ella saludo también, tímidamente. Ella siempre en la ventana, con su piel tan blanca que contrastaba con su larga y abundante melena negra. Le extrañaba también que el Sr. Rodríguez nunca la mencionara en las conversaciones, pero así era todo, mucho misterio, tranquilo pero misterioso, y prefería no molestar con preguntas impertinentes.
Un día surgió una emergencia al otro lado del pueblo con unos familiares del Sr. Rodríguez, por lo que este tendría que ausentarse, pero él nunca dejaba la casa sola. Por la confianza ganada, el Sr. Rodríguez le pidió a Pablo que le cuidara la casa, como vigilante durante la noche, a cambio de un jugoso pago extra. Pablo no podía negarse, y aceptó.
Esa tarde, luego de la partida del Señor Rodríguez, Pablo terminó sus deberes, y se dispuso al cuidado de la casa, siempre desde el pequeño chalet ubicado en el patio. desde allí podía mirar con discreción a la ventana, por si ella se asomaba.
En todo el día no la había visto. Pero casi a media noche, le pareció ver sus ojos, pequeños y brillantes, si, era ella, ella en la ventana. Aunque sintió un sobresalto en su pecho, pensó que jamás se repetiría una oportunidad como esa.
Así que resuelto, fue por la puerta de atrás, no le costo gran esfuerzo forzarla un poco, entró y todo estaba oscuro, ni una sola vela encendida. Extraño, como todo. atravesó parte de la estancia y llegó a las escaleras, las cuales calculaba iban a las habitaciones. Por una ventanilla observó el patio donde solía trabajar, así que sin duda, la siguiente puerta era la de ella.
- Señorita - llamó mientras tocaba. - Soy Pablo - volvió a tocar. Entonces, la puerta se abrió sola, y allí en la oscuridad de la habitación, la pudo ver de espaldas, de pie, era ella, ella en la ventana.
Pablo con cierto temor entró a la habitación. Apenas se percató que la puerta se cerraba en silencio a sus espaldas, mientras se acercaba sintió que todo el cuerpo se le estremecía. Ella ni siquiera volteaba, su cuerpo permanecía inmóvil y su palidez parecía casi brillar con la luz de luna. Pablo trato de llamarla nuevamente, pero aunque movió los labios sus palabras no se escucharon, sentía que los músculos se le paralizaban y todo a su alrededor se relentizaba.
Ella no volteo a mirarlo, pero igual lo observaba, siempre lo hacía, con sus ojos brillantes, pero no en su rostro, sino en su cráneo, entre la melena oscura. Sus pupilas y todo su rostro se abrieron paso entre el negro cabello, y en un parpadeo todo su cuerpo pareció pareció voltearse de manera irreal, como algo bizarro y abominable, como un cuerpo que sale de un espejo. Pablo ya no quería acercarse, pero inevitablemente continuaba haciéndolo, mientras intentaba gritar con su garganta muda. En vano quiso aferrarse al crucifijo, pero este yacía tirado en el suelo ¿en qué momento pasó?. Y ya a un centímetro de distancia, supo que más nunca dejaría de verla, verla a ella, ella en la ventana.
Fin
Mostrorobot
220317
Con los pelos de punta Mostro!