La movilidad: Malta sostenible I
Una de las cosas que suelo hacer cuando visito un lugar desconocido es evaluar la posibilidad de que ese lugar me ofrezca una movilidad sostenible.
Bajo mi punto de vista, la mejor forma de movilidad se llama ‘caminar’ y una ciudad me parece más sostenible según el nivel de 'caminable' que sea. Cuanto más amable con el peatón, más sostenible.
Y suele coincidir que cuanto más caminable, más vida hay en sus calles y mayor es la calidad del espacio público, etc. aunque eso ya tiene otras connotaciones.
Si una ciudad (por grande, por orografía… por lo que sea) no es muy caminable, lo siguiente que suelo explorar es la calidad de sus transportes públicos (autobuses, trenes etc.). Cuanto más se incline un lugar hacia el transporte público, más sostenible resulta. Por el contrario, cuanto más volcada está hacia en transporte privado (coches particulares) menos sostenible resulta y también suele tener una baja calidad de espacios públicos (pocas plazas, pocos paseos y bulevares… muchos centros comerciales).
Pues el Malta me encontré con varios puntos a favor de la sostenibilidad en cuestiones de movilidad, pero también con varios aspectos negativos.
Ahí estaba yo, el primer día, evaluando lo caminable que era Malta. Desde donde estaba (cerca de Paceville) decidí perderme caminando para ver si llegaba a La Valletta.
El truco de esta deriva que suelo practicar consiste en saber hacia donde se encuentra el destino (en mi caso al sur) e ir caminando por instinto hasta tratar de llegar sin tener que mirar un mapa o el móvil.
En teoría, son dos o tres kilómetros en línea recta, pero eso significaría ir caminando y nadando, caminando y nadando…
Así que decidí ir caminando bordeando la costa, lo que suponen más de 15 km).
Aquí empiezan los claroscuros.
El gran paseo marítimo se convirtió en algo a ratos extenuante. Primero porque el paseo es relativamente estrecho y porque se corta en muchos puntos (por curvas, obras o directamente porque termina y empieza un poco más adelante).
Paralelamente corren los coches, la mayoría privados, por unas carreteras el doble de anchas que el propio paseo. A nuestros efectos, interpretamos que, pese a la belleza de las vistas marítimas, al coche se le otorga el doble de espacio que al peatón.
Hay poco arbolado y el sol es constante. Y de cuando en cuando nos encontramos a los usuarios de patinetes eléctricos y bicicletas que usan el paseo en lugar de la carretera (la mayoría turistas insensatos jugando con estos vehículos por la zona peatonal por donde no está permitido usarlos).
El resultado es que el peatón se ve bastante maltratado durante el día. Suelos escabrosos, los coches y sus emisiones alrededor, patinetes y bicicletas en contra, un sol de justicia sin sombra ni arbolados…
El peatón continuamente se ve obligado a cambiar de acera, de una que ya es estrecha a otra que lo es aún más pero está en sombra. A veces se le obliga a caminar por el arcén de la carretera.
Como de tanto en cuanto, es necesario un refrigerio, no queda otra que entrar en algún bar o restaurante porque las fuentes de agua públicas no funcionaban. En definitiva: el peatón-paseante está obligado a ‘consumir’ en un espacio privado para aliviarse un poco. Y eso, si se ha puesto crema y lleva un sombrero o algo que le cubra la cabeza (como hice yo y recomiendo a quien desee pasear por Malta durante el día). De lo contrario no hubiese completado el recorrido propuesto.
La caminata me llevó casi medio día, pero tampoco tenía mucho más que hacer. El paseo, se disfruta a tramos. A veces es muy agradable, otras es demoledor. Sin embargo, la Valleta si es un recinto más bien peatonal, con subidas y bajadas, pero poco transitado por los coches (básicamente limitados al reparto de mercancías).
En cualquier caso, el sol, el calor y el propio urbanismo no invitan a pasear y perderse durante el día, aunque sí que invitan algo más al atardecer /anochecer, cuando la temperatura baja, el sol no pega tan fuerte y no hay tanta actividad de coches en las carreteras adyacentes. Al atardecer, las vistas del Mediterráneo adquieren cierta magia desde el paseo.
Pero no. Diría que los malteses y maltesas no se desplazan mayoritariamente a pie, salvo que vayan a algún lugar muy cercano.
La vuelta no la hice por la orilla, sino adentrándome entre las casas y callejones. Es curioso que no haya una frenética actividad comercial salvo en los tramos más concurridos del paseo marítimo. Entre las casas, todo está poco iluminado y desierto.
Me quedé con las ganas de entrar en una de esas viviendas. Sospecho que los malteses y maltesas viven mucho hacia ‘en interior’ de sus hogares lo que podría tener una influencia árabe (esos patios interiores con albercas donde se hace vida hacia en interior, entre los edificios y no hacia el exterior). Es solo una sospecha, pero me hubiese gustado comprobarlo de haber tenido ocasión.
Por otra parte, las oscuras y estrechas calles desérticas podrían amedrentarnos, pero no. No hay grandes posibilidades de que algo nos suceda o alguien nos haga algún mal. Malta es uno de los países más seguros de Europa con un índice de criminalidad mínimo. Pese a lo oscuro y poco transitado de las callejuelas interiores por la noche, no hay ningún peligro. De hecho, disfruté mucho de esos paseos solitarios y nocturnos en los que no ves a nadie salvo cada 10 minutos. Me imaginaba la solitud, la paz y la calma de vivir en una de esas casa, sin luces estridentes ni ruidos de ningún tipo salvo tal vez, el canto de alguna cigarra.
Al día siguiente lo primero que hice fue sacarme un abono de transporte público en autobús. Así es como mayoritariamente se mueve la gente corriente en Malta. El entramado de líneas de autobuses es realmente eficiente. Hay muchísimas líneas con muchísimos enlaces que te llevan a cualquier parte de la isla. Los autobuses llevan aire acondicionado y son realmente cómodos. Salvo en horas punta, normalmente se consigue un sitio para sentarse y disfrutar de las vistas a través de sus ventanas.
Como curiosidad, en Malta se conduce por la derecha (como en Reino Unido) y tienen una velocidad máxima de 60km/h (lo cual para mi es inusualmente lento porque en España es el límite es de el doble). La mayoría de vehículos lo respetan, y aunque se tarde un poquito más en llegar al destino, el viaje es muchísimo más seguro (se leen muchos carteles de tráfico recordando que: ‘speed kils’). Así que por ese lado, la movilidad en Malta es bastante sostenible en tanto que se aprovechan muchísimo los transportes públicos como el autobús.
El abono que me compré costaba 21€ para 7 días. A más o menos 1€ por viaje sencillo, para ser rentable implicaba hacer al menos 3 viajes en autobús diarios.
PERO… resulta que cuando quieres hacer una trasbordo de una línea a otra, cuenta como un viaje nuevo. Es decir, autobús A + empalme con autobús B + empalme con autobús C = 3 viajes.
¡Vaya que si aproveché el abono! No sé cuantos viajes hice en total, pero muchísimos más que 21. Este abono que me saqué, sirve para toda la isla de Malta y para cualquier línea de autobús. ¡Pero también sirve para la isla de Gozo!
Sin duda, si van a aprovechar sus días en explorar al máximo Malta y Gozo (Comino es tan pequeña que no tiene autobuses) merece la pena sacarse este abono.
Y por último los ferries. Hay varias compañías privadas de Ferries que nos pueden llevar de una isla a otra. En general suelen ser un poco más caras que los municipales. Pero lo peor es que requieren que tengas claro las horas de ida y vuelta. Así que decidí emplear los ferries municipales que funcionan como líneas regulares. Con ellos puedes coger el que quieras para ir y volver, a cualquier hora mientras esté activo el servicio, que tiene una ventana horaria de líneas regulares bastante amplia (cerca de las 6.00 y hasta las 00.00).
Los viajes en ferry suelen ser bastante agradables y te dan la oportunidad de entablar conversación con otras personas, locales y visitantes. En mi caso, conocí a una pareja de jóvenes japoneses muy agradable a la ida, un grupo de italianos que estaban ‘al ligoteo’ a la vuelta y a un grupo de argentinos y argentinas durante la estancia en las islas.
Creo que eso es lo bueno de los transportes públicos tanto en bus como en ferry: te ofrecen la oportunidad de conocer gente. Continuamente se escucha el español y es fácil intervenir en una conversación ajena con solo decir:
-‘Perdona, he escuchado que hablas español pero no reconozco tu acento. ¿de dónde eres?’
Colombia, Venezuela, Argentina, España, Ecuador, Perú… Es impresionante la cantidad de hispanohablantes que se pueden encontrar y conocer en Malta. Algunos viviendo allí, otras de paso por estudios o simplemente como turistas.
Con pocos días de estancia, cualquiera se encuentra en Malta ‘como en casa’.
¿Movilidad? Si excluimos los coches privados y los ferries de tour-operadores privados, la movilidad en Malta está planteada de una manera altamente sostenible por los servicios públicos... aunque sí que me hubiese gustado que fuese algo más amable con el peatón. Supongo que no se puede tener todo...
Una cosa que descubrí tarde y no pude hacer: por cerca de 30€ puedes contratar un viaje de ida y vuelta que dura unas dos horas en barco para pasar un día entero ¡en la cercana Sicilia! De haberlo sabido, me hubiese planteado pasar una jornada en Sicilia, que es uno de los pocos lugares de Italia que aún no he vistado.
¿Y quien me lo contó? Angelo, un simpático siciliano afincado en Malta que regentaba la cafetería en la que desayunaba a diario un capuccino, de esos que te transportan a Italia por solo 1.70€. Un precio inusualmente bajo en Malta para el que probablemente sea el mejor café de la isla. Al menos, muchísimo mejor que el de las cafeterías-franquicias el doble de caros o el de las cafeterías a ‘pie de playa’ en los que llamar café a lo que sirven es un insulto a cualquiera que realmente aprecie y disfrute de esta bebida.
Claro, para encontrar la maravillosa cafetería de 'Angelo el siciliano' hay que salirse un poquito de las rutas turísticas y de las zonas de moda y explorar un poco la realidad de las gentes que viven en Malta.
Echaré de menos esos desayunos de Angelo y su familia.
Autentica delicia merecedora de un premio al café.