Hace unos días quitaron el toque de queda en la habana. Se nota porque a estas horas de la madrugada siento gente dando voces, algunas lejanas, en algarabía, en un deseo incontenido de alegría, del impulso irrefrenable de andar la ciudad, aunque sea solo por el hecho de caminar de noche.
El puto reguetón es una matriz sonora en el arco acústico de toda la urbe. Sales a la calle y en cualquier dirección donde la brisa corre te deja en el oído la cadencia monótona del mismo.
En los bajos de mi edificio una pareja discute. Ella le grita. Él habla en voz baja. No lo oigo. Por fin lo convence de hacer algo acorde a su interés y él la sigue murmurando: Los hombres cuando caen bajo una mujer dominante que les gusta suelen callar y obedecer sus caprichos…
Se van. Vienen otros al cabo de minutos. Esta vez con una de esas bocinas modernas. Otra vez el reguetón. El reguetón es una nueva manera de sentir la vida. Creo que me hago viejo: no puedo entender cómo alguien puede vivir involucionando musicalmente. Un twerking de nalgas gordas y esa música es la única imagen que viene a mi cabeza cuando pienso en la relación de las mujeres y el reguetón.
Han sido dos años de pandemia, o más bien de esa cosa que le dicen pandemia. Antes se le llamaban epidemias virales, y solían aparecer por temporadas. Iban y venían, salvo esta, que fue utilizada por una agenda específica para imponer cambios en la estructura de las fuerzas geopolíticas a raíz de un nuevo paradigma tecnológico y un nuevo orden mundial.
El cambio nadie lo nota. En cuba menos. Y así como al planeta se le enjauló sin dar razones claras del motivo y bajo una parafernalia de eventos pasados por el filtro de las grandes corporaciones de la información, hoy levantan esa reja en cuba y dejan al ganado hacer su vida más o menos en los pastos de la ciudad.
Vi imágenes del malecón habanero que parecían un 11 de julio nocturno. Es irónico. ¿Cuántos de ellos habrían estado en la calle ese día? ¿Cuántos de ellos saldrían otra vez? Ya no quiero pensar más en eso pero es un pensamiento recurrente. La ironía suele trabajar así.
Al final me entra sueño, ya los de la bocina ruidosa se fueron al carajo. El ruido de la ciudad se funde ahora en un lejano reverberar de sonidos muy tenues. La habana está lista otra vez para aguantar madrugadas de alcohol y broncas callejeras. Total, lleva aguantando ciclones, derrumbes y desidia 62 años, y parece que le quedan muchos más…
¿Requetón en Cuba? Vaya... fin de mundo, caballero XD Saludos desde Venezuela.