Para Andrea (relato en version terminada)

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2 years ago

Para Andrea

Me gustaría contar esta historia del otro lado del espejo, este lado duele. Susurrártela al oído y, ¿por qué no?, deleitarme con las curvas que dibujen tus labios en las partes graciosas.  Sí, de alguna manera el sufrimiento de otros termina haciéndonos gracia cuando éste ya ha pasado, pero ese es el detalle, no sé si ha pasado, no sé si no pienso en ello porque lo superé o porque me aterra revivir tales experiencias.


Y no, no estoy insinuando que amarte ha sido del todo una tortura, no me malentiendas; no lo ha sido porque  al mirar hacia atrás casi todo resulta un lindo recuerdo: La vez que usaste zapatos blancos, la vez que corriste detrás del autobús para que no te dejara, la vez que le diste un sonido claro a tu risa y esa vez que sin querer rozaste mi mano en las escaleras eléctricas. Pero eran otros tiempos, otras circunstancias, incluso tú eras otra. Y no todo fue bonito, en eso sé que estás de acuerdo conmigo, o al menos deberías estarlo.

Te conocí un jueves de abril.  El cielo era casi negro ese día con pequeñas  y tímidas gotitas escapando de él, como  lo harían las lágrimas de alguien que se niega a dejarlas en libertad. Abrí  mi libro de cálculo en la página 115, donde un amasijo de integrales me daba los buenos días. A las seis de la mañana estaba en un autobús  cuyos asientos se habían transformado en las camas de la mayoría de los pasajeros.

La puerta se abrió de golpe. No muchos te vieron subir, la mayoría trataba de continuar el sueño que la alarma del despertador les había interrumpido antes de venir aquí. Pero yo te vi y el resto del mundo se vino abajo en un segundo, la poca iluminación que había se extinguió y solo quedamos tú, yo y la oscuridad que nos acompañaba.

Como por instinto quité mi morral del asiento de al lado, esperando que te sentaras conmigo, pero te sentaste en el asiento más cercano a ti, tal vez porque fui demasiado obvio, tal vez porque te resulté desagradable, o simplemente porque te dio pereza caminar.

Tu cabello era de color caoba, claro que ese día tenías puesta la capucha del abrigo y apenas pude ver delgados hilos rojizos alrededor de tu cuello. Lo que llamó mi atención al principio fue tu nariz, era delgada y larga, sí, algo larga, aunque no lo suficiente para izar una bandera. Y luego vinieron tus ojos, que creí negros ese día y más tarde resultaron ser cafés; no era el color lo que me gustaba de ellos—no hay nada más común y corriente que unos ojos cafés, te lo he dicho otras veces—, lo que me gustaba era lo que me hacía sentir el verlos, los lugares a los que me transportaban y la fuerte erección que me dejaron. Lo último fueron tus labios, el superior delgado, el inferior carnoso; los vi y ya jamás dejé de verlos.

Los días pasaban y siempre era la misma rutina. Subías y te sentabas donde había lugar, siempre en silencio, nunca a mi lado. Y yo  imaginaba tu nombre, llegaste a llamarte Aura, Sofía, Raquel, pero el nombre que elegí para ti fue Andrea, ese nombre era el que debía llevar una persona con tu rostro, con tus formas.

«Andrea Ramos, 20 años de edad. Le gusta el color azul porque de ese color suele vestirse»

Y yo me enamoraba más y más. Me iba a la cama pensando en ti, Andrea y con la imagen de tus ojos solía quedarme dormido.

«Andrea Ramos, hoy usa zapatos blancos,  estudia medicina y adora a los niños»

Pero vino también el insomnio y llegaba a casa perturbado, agotado de tanto pensar,  o más bien de tanto pensarte. Me iba a la cama ideando posibles maneras de hablarte, las palabras que te diría, las respuestas que me darías, los gestos qué harías… y siempre llegaba a la conclusión  de que no podía dañar lo que teníamos con un acercamiento fallido, pero pensando lo bien el solo acercamiento ya representaba una falla. Así quedaba clavado en el colchón, con los ojos muy abiertos, mirando un montón de nada en la oscuridad y al mismo tiempo viéndolo todo en mi cabeza. Y no era hasta que me  masturbaba, con tu mirada en la mente, que lograba conciliar el sueño. Así  me quedaba dormido, con un pene muerto y húmedo bajo la palma de mi mano y la palabra  patético marcándome la frente, pero tus ojos flotaban en algún lugar brumoso dándome un poco de paz, solo eso era importante.

«Andrea Ramos tiene un perrito llamado Manuel. A ella le encantan los perros, en eso nos parecemos»

Como soy creyente fui a la iglesia a buscar el perdón de mis culpas. Había violado el mandamiento que prohíbe concebir pensamientos y deseos impuros. El padre me dijo que rezara tres avemarías y que evitara el pecado. Recé las tres que me dijo y me masturbé otras tres veces. Nunca supe cuántas avemarías hacían falta para arrancarte de mi cabeza, pero me di cuenta de que las que yo rezaba no eran suficientes.

«Andrea Ramos no usa tangas, le parecen incomodas, pero se las pondría para complacer a un chico. Si yo se lo pidiera ella accedería, claro que sí. Andrea Ramos corre muy rápido, casi alcanza el autobús»

Una cosa llevó a la otra, no estaba seguro, por supuesto que no, nunca lo estuve y justo ahora lo estoy mucho menos, pero una tarde me acerqué y te hablé.

—Hola Andrea… —sí, te llamé Andrea, porque así es como tenías que llamarte—. Perdón, yo… hola.

Sonreíste con el ceño fruncido, parecías contrariada.

—Hola —dijiste—. ¿Qué se te ofrece?

Pasaron tantas cosas en mi mente, tantas posibles respuestas inteligentes, pero no fui capaz de elegir una yo solo dije:

—No lo sé, yo…, me encantas.

Te reíste, fue un día genial, porque hasta entonces ignoraba ese sonido que estaba saliendo de tu garganta, el brillo de tus dientes húmedos, esa mirada alegre. Fue un buen día.

—Bueno, mi nombre no es Andrea, así que no sé si creerte lo otro, pareces confundido.

Fue la primera falla, tu nombre no era Andrea, resulta que te llamabas Ángela y me conformé con que al menos las dos primeras letras tuvieran algo que ver con Andrea, pero igual fue un poco desilusionante.

Más calmado, te dije que me encantaría conocerte, te dije  mi nombre, la carrera que estaba estudiando, agregué que no era peligroso a pesar de mi extraña manera de acercarme a la gente.  Te invité un café, bebiste tres. Los días avanzaron con saludos y besos en las mejillas, sonrisas de lejos y entre las caras de otra gente, caminatas hasta la parada de autobuses, conversaciones en el transporte matutino—claro, porque empezaste a sentarte conmigo—. Comencé a recuperar el sueño, la calma, mis manos dejaron de  apagar el estrés con la masturbación. Estaba interactuando contigo, finalmente estaba en un camino claro hacia algo, hacia ti.

—¿Te gustaría ser mi novia? —te pregunté unos seis meses después. Creí que  había esperado demasiado, que a estas alturas difícilmente me quitaría el estigma de amigo.

Lo que dijiste fue que no estabas lista para algo de esa magnitud, que podíamos vernos como algo más que amigos y después si las cosas avanzaban seríamos novios. Ese día besé tus labios y me gustó, pero algo seguía inquietándome. Unas dos semanas después tuvimos sexo, bueno, tu tuviste sexo, yo hice el amor contigo, todavía existías entonces.

Ha pasado un año ya y no queda nada.  Veo tu rostro sonreír, te escucho decir: Te amo. Cada día entramos a una habitación, o un baño público, o una obra en construcción, o el cuarto de la basura de algún edificio y  tú  me besas, yo te beso, luego ambos nos besamos a la vez y nuestros cuerpos responden a las caricias, nos quitamos la ropa y tenemos sexo, sí, sexo, ya no es amor, al menos no para mí, pero ahora resulta que para ti sí.

«¿Dónde estará Andrea Ramos?»

 Yo no puedo amar a quien dejaste en este sitio.  Ya no eres tú, Andrea, ahora sólo eres Ángela y yo te quiero de vuelta. Sé que tu cuerpo la encierra en algún lugar, pero no la consigo y cada vez soporto menos el hecho de haberte perdido. A veces pienso que nunca fuiste Andrea, que siempre fuiste esta y no quise verlo.

Y ahora Ángela es mi novia—sí, ella aceptó después de todo— y dice que nunca me dejará, que me ama, que he sido su salvador cuando se creía perdida. Y no sé cómo decirle que no la quiero, no sé cómo explicarle que amo a una mujer que vive dentro de ella, pero nació en mi cabeza y he dejado de verla.  Me he desplazado tantos grados, Andrea, quizá algún día pueda traerte del punto en el que te perdí, para que estemos juntos y dividamos ese cariño que por ahora te roba Ángela. Te extraño.

NOTA: Gracias por leerlo completo, a pesar de los extenso.

 

 

 

 

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2 years ago

Comments

Excelente, eso pasa cuando idealizamos demasiado a una persona y esta se nos va de las manos una vez llegamos a ella. Me encantó el relato.

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2 years ago

Muchas, gracias, eres una lectora fiel. Saludos

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2 years ago