Esta Noche (relato)

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2 years ago

Nota: A veces un romance surge de manera inesperada, sales una noche a caminar o tomar algo, conoces a alguien, este alguien te atrae y esa misma noche pasa todo lo que en otras relaciones tomaría semanas o meses. Romance de una noche, lo llaman algunos, polvo de discoteca, dicen los más fiesteros. Pero y que tal si te enganchas, si te enamoras perdidamente de esa persona, o ella lo hace de ti, qué tan divertido sería. Pensando en eso se me ocurrió esta bonita historia de amor. No sé si logrará enamorarlos, pero espero que la disfruten.

Esta Noche

Esta noche quise ser otro. Hoy quise darle un giro a mi rutina y ser un hombre normal. Observar el mundo a través de otros ojos y dejar de consumirme en el miedo, pero por desgracia fracasé. Quise salir de mi encierro y abandonar las cuatro paredes de mi oscura y maloliente habitación después de toda una semana, respirar el aire fresco de la noche.

El plan era que iría a un club nocturno, pediría un trago o dos, o tal vez por ser una ocasión especial me atrevería con tres. Observaría bailar a la gente desde la barra. Tararearía un par de canciones y movería mis pies un rato, al ritmo de la música, desde mi asiento. Más tarde elegiría a una chica de entre las presentes. Una chica hermosa y alegre de ojos color café, cabello castaño y rizado, cuerpo esbelto y sensual. Con ella bailaría un par de canciones o tres o cuatro y quién sabe si por ser una ocasión en especial me arriesgaría a cinco. En el transcurso de la noche le diría que me gusta, que en ocasiones anteriores no había sucumbido a los encantos de una chica como en ese ahora. Le diría que ese tiempo presente es distinto y que me gustaría prolongarlo un poco más.

Ella sonreiría y como es intuitiva diría que no me cree, que es un intento para llevarla a la cama, que son las palabras de un hombre que busca sexo de una noche para recordar que aún tiene el poder seductor en su sangre. Sería una mujer bella y por lo tanto con experiencia, sería una mujer de las que no se engaña fácil.

Le sonreiría mientras bailamos, tan unidos el uno al otro que solo nos separaría el espesor de nuestras vestiduras. Le susurraría al oído que se equivoca, que con ella no me conformaría con una noche, que aceptaría si su respuesta es negativa, pero que lo haría con el desgano y la malcriadez con la que un niño come sus vegetales. Ella se estremecería. Su piel se erizaría con mis susurros, no prestaría mayor atención al contenido de mis palabras y si a la calidez de mi aliento. Se mojaría en el acto, presa de la debilidad femenina. Me empujaría y me diría que sabe lo que estoy haciendo, que conoce cada treta o jugarreta masculina.

La miraría fijamente. Le haría comprender que hay sinceridad en lo que digo, que cada poro de mi piel la desea. Ella bajaría la mirada y yo sabría que es el momento justo. La tomaría suavemente de la barbilla obligándola a mirarme. Su leve sonrisa iría desapareciendo en un gesto más serio y yo sentiría en mi pecho los golpes de su corazón palpitando a toda prisa. Acercaría mis labios a los suyos y los rozaría suavemente, casi sin tocarlos. Ella cerraría los ojos, yo no. Seria ella quien abriera sus labios primero, seria ella quien haría presión en la parte trasera de mi cabeza y seria yo quien calmara sus deseos con un beso como el que ella espera. Apasionado. Dulce. Fresco y húmedo, más que nada húmedo.

Más tarde, la puerta de mi casa se abriría de golpe cuando entrásemos ella y yo; devorándonos a besos, desvistiéndonos, probando el sabor de cada centímetro de piel desnuda para volver a nuestros instintos más primitivos. Seriamos libres; lo seriamos en el sofá de la sala, en el mesón de la cocina y finalmente en suelo, frente a la hoguera de la chimenea. Practicaríamos ser libres a través del tacto, el gusto, la mirada, el olfato y el oído. Ella se quedaría dormida aun conmigo entre sus piernas. Yo contemplaría su belleza. Acariciaría sus rizos con mis dedos. Besaría su frente, sus ojos cerrados, sus labios… Disfrutaría el sube y baja de sus pechos al respirar. La contemplaría en su perfección, esa que tenemos los seres humanos cuando no sabemos que nos miran, esa naturalidad, esa especie de verdadero rostro, de sincero rostro. Ella inmaculada y sin mancha. Ella sin malicia y sin mentiras. Ella siendo ella sin si quiera notarlo.

Estoy enfermo. Algo me perturbaría. Algo no me dejaría disfrutar del momento. La imaginaría despertando en la mañana. Tomando el café y comiendo el desayuno que le haría. La imaginaría vestida, casi tan hermosa como ahora, despidiéndose, marchándose... Diciéndome que soy un chico encantador, como ningún otro que haya conocido; pero que debe irse, que debe volver a su vida. Me dirá que también era su idea pasarla bien una noche, que ya no hay por qué fingir y que es tiempo de regresar. Me pediría que no me preocupe, que la pasó bien conmigo, que soy un amante ejemplar y se marcharía lejos de mí, de mis promesas, de mis sueños, de nuestros sueños.

Rompería la prolongación de aquel tiempo presente tan importante para mí, para ella, para los dos. De pronto dejaría de imaginar, trataría de seguir velando sus sueños y disfrutar de sus gestos naturales al dormir; pero no podría. Habría fuertes punzadas en mi cabeza. Me perturbarían las imágenes de ella marchándose. Un escalofrío me subiría por la espalda. Mi corazón comenzaría a latir tan fuerte que me sofocaría. Mi cuerpo comenzaría a temblar. Mis dientes rechinarían al apretarlos con fuerza. Lloraría, sí, lloraría de forma compulsiva y enferma. Porque estoy enfermo ¡Estoy enfermo! Casi sin pensarlo vería la solución.

“¡No quiero!” gritaría dentro de mí “Pero debo” susurraría al final. Casi sin darme cuenta aceptaría cumplir mi deber y no inclinarme a mis deseos más racionales. Sin poder evitarlo levantaría con una mano su cabeza. Acariciaría su frente y le daría otro beso. Ella sonreiría aun media dormida, sentiría cosquillas por el contacto de mis labios y las lágrimas que yo dejaría caer en sus mejillas. Le diría que lo siento, que es por el bien de los dos. Ella intentaría decir algo y yo susurraría: “silencio” Tomaría su cabeza, fuertemente, con ambas manos y antes de que abriera los ojos la golpearía contra el suelo, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… nueve… diez… once…doce.

Mis manos estarían calientes y resplandecientes con su sangre. Ella tosería un poco más de esa sangre sobre mí. Abriría y cerraría sus hermosos ojos de color café, luminosos de lágrimas, aun brillantes de vida. Clavaría sus uñas en mi espalda y rasgaría mi piel con las pocas fuerzas que le queden. Buscaría aire como un pez fuera del agua; pero no encontraría energías para respirar. Ella se iría poco a poco y debajo de mi cuerpo se desvanecerían como el agua entre los dedos. “Siempre te quedaras conmigo, igual que las otras. Ya nunca te iras” le susurraría mientras mis ojos derraman gruesas y espesas lágrimas “¿Que he hecho?” me preguntaría a mí mismo.

“Estoy enfermo”… El plan inicial, todo lo que imaginé, se transformó lentamente en esta pesadilla real. Quizá planificar es lo que arruina las cosas. Ahora ella reposa junto a las otras, tan cerca de mí que casi percibo su aroma. Quise ser otro y darle un giro a mi rutina y como en otras ocasiones fracasé. Supongo que alguna de estas noches será exitosa y no me dejaré vencer por estos temores fuertes y recurrentes, pero por ahora solo queda limpiar un poco el piso, por si hay visitas más tarde.

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2 years ago

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