Cuidare de ti: Capitulo 4
El Corvette púrpura de la señorita Maidy se deslizaba lentamente, abriéndose paso en el tránsito de Distrito Capital y mientras la tarde iba tornándose oscura, las luces y las pantallas publicitarias de los edificios destellaban con más fuerza. Había música electrónica en las calles. Unos malabaristas con la cara pintada, apostados en cada semáforo, se subían a sus monociclos donde escupían fuego y hacían piruetas. Elegantes y pintorescas prostitutas lanzaban besos desde las aceras. Y de vez en cuando se escuchaban los susurros de los vendedores de drogas en los callejones. DC era como una dulcería, un paraíso para niños grandes y adictos a los vicios del mundo. Esa era Satania vestida de luz y color, pero igualmente repugnante, como un piso vomitado al que han lavado solo con gaseosa de naranja, o una casa aparentemente limpia con las alfombras atiborradas de suciedad. Satania disfrazada de civilización.
Mientras ella conducía rumbo a la mansión donde se suponía iba a ser el gran evento yo observaba todo sin dejar de sonreír, después de todo, no tenía muchas oportunidades de visitar DC.
—¿Por qué sonríe? —me pregunta con el ceño fruncido.
—¿Por qué no hacerlo?
Ella se encogió de hombros. La brisa le agitaba el vestido convirtiendo su escote en una trampa mortal en la que mi mirada había quedado atrapada.
—En la guantera hay cigarrillos, tome uno para usted y enciéndame uno a mí, por favor.
—No debería fumar —respondí—. Si quiere vivir puede empezar dejando el cigarrillo.
—No me sermonee, eso solo lo hacía mi … ¡deme la maldita pitillera!—La voz se le quebró y sus ojos comenzaron a anegarse de lágrimas que no terminaban de derramarse. La chica tenía los nervios realmente jodidos—. Disculpe, en serio necesito ese cigarrillo, ¿sería tan amable de dármelo?
—Señorita Maidy, nunca me pida que le dispare, porque a esos hermosos ojos suyos es difícil decirles que no —No se inmutó, usaba mi artillería pesada con esta chica pero nada lograba sacarle algo parecido a una sonrisa. Abrí la guantera y descubrí su pitillera dorada debajo de algunas tarjetas, sobres de correspondencia, un kit de maquillaje entero y un par de navajas, ¡sí, habían dos navajas pequeñas en la guantera de la mimada señorita Maidy! —. No me diga que con esto se arregla las uñas.
Me miró algo confundida como si no entendiera el comentario sarcástico o como si lo hiciera pero no comprendiera porque insistía yo en esa actitud si a penas la conocía.
—Las conseguí cuando me llegó la primera amenaza anónima ¿No cree que sea necesario?
—¿Amenaza anónima? Eso no lo sabía, debió decírmelo —Le respondí mientras le encendía el cigarrillo con el encendedor del auto—. Ese tipo de información es importante para hacer averiguaciones, cuando pueda hágame llegar esos mensajes para revisarlos. Y en cuanto a las navajas, está bien que las lleve con usted, pero debe llevarlas en la cartera, la guantera está demasiado lejos y usted no siempre estará en su auto.
Le di el cigarrillo y también una de sus navajas.
—Tiene razón —dijo ella dándole una fumada a su cigarrillo.
—Siempre —respondí metiéndome una nueva goma de mascar en la boca—. Ahora dígame: ¿Qué espera que haga yo en su fiesta?
Ella dobló en una esquina donde un hombre vendía limonada en lo que parecía ser una pecera.
—Quiero que se infiltre lo mejor que pueda y trate de… no sé, ver si hay algún sospechoso.
Lucía nerviosa y sus ojos grises se esforzaban por no llorar. Hasta ahora las pocas emociones que había percibido en ella iban de la tristeza al miedo. Pero fue en ese instante en que comencé a preguntarme si no sería buena idea que yo, además de salvarle la vida, le devolviera las emociones que el miedo le había quitado.
—No tenga miedo, señorita, yo la cuidaré —Puse mi mano en su hombro izquierdo y me arrepentí al instante de tal atrevimiento. Ella giró hacia mí y agito el hombro para librarse. Su mirada decía: ¿quién te has creído? —. Discúlpeme —Dije aclarándome la garganta y quitando mi mano de su hombro—. Dígame los detalles de esta reunión, mientras más detalles sepa podré pensar mejor en una forma de ayudarla.
La señorita Maidy suavizó su entrecejo y su cara empezó a lucir menos enojada.
—Es una fiesta de beneficencia. Se recogerán fondos para el sanatorio mental del doctor Dorangel.
—¡Oh!, de manera que la alta sociedad se acuerda de los locos que hay en Satania.
—¿Usted es uno de esos resentidos sociales?
—Para nada, todo lo contrario, me divierten mucho las diferencias sociales.
—Pues no es divertido, ese gran muro que nos separa solo lo hace físicamente— Dijo aspirando su cigarrillo con las manos aun temblorosas—. Nosotros no somos mejor que los del otro lado, si fuera así no lo estaría contratando.
—Comienza a caerme bien —dije lanzando una carcajada. Ella pensaba exactamente igual que yo respecto a Satania, el Distrito Capital y ese muro inútil.
Terminó su cigarrillo muy rápido y en seguida me pidió otro. Bordeó una esquina y nos encontramos frente a un gran enrejado. Casa Grasso se leía en letras de metal dorado.
—Ya hemos llegado —dijo mientras el auto se aproximaba al enrejado de la mansión, donde dos hombres gigantescos de piel oscura esperaban nuestra llegada— ¿Tiene alguna idea para pasar desapercibido, señor Rob?
Asentí haciéndole ver que ya lo había calculado todo:
—Al cruzar esa puerta llámeme Robi y sea mi mujer por el resto de la noche.
La señorita Maidy juntó las cejas, confundida y apenada, mientras el portón se abría lentamente para dejar pasar a nuestro Corvette.
Ahhh, ¿cómo vas a dejar el relato hasta aquí? Jajaja, esta fiesta tiene pinta de ponerse muy interesante, ya quiero saber que más pasa. Genial!!!