El hechizo de tu mirada | Relato (Parte 3)
Y seguimos con la tercera parte de esta dulce historia:
El hechizo de tu mirada (parte 3)
Al día siguiente, solo llovió en la mañana. La naturaleza fue clemente y dejó que la tarde secara los charcos para permitir que los habitantes de Salguero disfrutaran del ambiente navideño, previo a la Nochebuena.
El clima era tan agradable, que Rebecca decidió salir de su encierro antoinfringido para pasear por las calles con su cámara de fotos en mano, aunque sin saber qué fotografiar. La sencillez de aquel lugar rural no la inspiraba.
En la plaza, alrededor de la cabra de metal, se desarrollaba el bazar. Se paseó por las mesas y miró las artesanías, los dulces caseros y la ropa tejida que ofrecían, sin comprar nada. A pesar del colorido y los ricos aromas, ningún objeto o alimento llamó su atención. El fuerte deseo que sentía por estar en casa, entre el calor familiar y sumergida en la rutina del trabajo, le impedía apreciar lo nuevo que se presentaba ante ella.
—Aunque hay poco movimiento, es una noche divertida.
Se sobresaltó al escuchar que alguien hablaba a su espalda, muy cerca.
Se giró, dispuesta a neutralizar con su cara irritada al molesto invasor de su espacio personal, pero perdió enseguida su actitud tosca al toparse con Aldo Ferrero, el veterinario de Los laureles.
Su mirada tierna, clara y llena de alegría, la paralizó unos segundos, haciendo explotar las emociones dentro de ella.
—¿Una noche divertida? ¿A esto le llamas diversión? —preguntó sin poder ocultar su frustración. Él amplió la sonrisa.
—Imagino que estas acostumbrada a grandes eventos sociales y no a fiestas de pueblo.
—No soy tan frívola —se excusó, percatándose de su comportamiento infantil—. Es solo que… extraño estar en casa —masculló en voz baja.
Aldo dejó de sonreír al comprender la pena que la embargaba. Él estaba habituado a vagar solo por el mundo, entre viajes y exploraciones, compartiendo algunos momentos del año con la familia y, aunque los extrañaba, su pasión por la novedad calmaba ese vacío. Sin embargo, entendía que no todo el mundo pensaba y sentía como él. Muchos se aferraban a lo que tenían y únicamente se sentían cómodos en ambientes conocidos.
—No vino mucha gente por culpa de las lluvias —comentó para retomar la conversación y distraerla de sus pesares—. Hay años en que la plaza se llena con habitantes de otros pueblos, pero hay suficiente gente como para llevar a cabo los juegos.
—¿Juegos? —quiso saber ella, interesada.
—Sí, ven a verlos —dijo y la tomó de la mano para arrastrarla al otro lado de la plaza.
El contacto agitó el corazón de Rebecca, rechazándolo por miedo a lo que sentía.
—No te pagué mi parte del costo del periódico —expresó, para justificar su reacción, y extendió hacia él el dinero que sacó del bolsillo de su abrigo.
—No era necesario.
—Claro que sí.
A Aldo, la testarudez de aquella chica le arrancaba sonrisas.
—¿Te gustaría ver a la gente fracasar? —Ella arqueó las cejas, interesada—. Ven conmigo.
Continuará…
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Fotos: godominicanrepublic.com y meganoticias.cl