La despedida, Una historia en el Expreso Polar Transiberiano

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La tormenta de nieve se hace cada vez más fuerte, tanto que el frío glacial congela hasta los huesos de cualquiera que se atreva a salir a las calles de Moscú. Pero esto no detiene al anciano y terco maquinista Igor Tunosky en su preciada labor de conducir la locomotora del ferrocarril más importante de la Unión Soviética, el Expreso Polar Transiberiano.

 Corre el año de 1907, la estación central de ferrocarriles está abarrotada de pasajeros a la espera de la partida del tren que surca la moderna ruta de la seda, por un recorrido de casi 9.300 kilómetros.

 Mientras tanto en el salón de vestidores, se abre la puerta del casillero del operador principal del tren, el espejo en la portezuela muestra a un hombre cercano a los 60 años de edad cubierto de nieve, su elevada estatura y corpulencia apenas permite ver el reflejo de su ancho rostro de rasgos severos, una gruesa barba amarilla canosa encubre su mentón débil, la piel de su cara está roja, tostada por el aire frío y llena de arrugas impasibles, labradas en el contraste entre de temperaturas desde las calderas del tren hasta los exóticos paisajes que ha recorrido durante 40 años de labor ininterrumpida. Los pequeños ojos color aceituna de ese hombre denotan un gran cansancio, prominentes ojeras cuelgan en cavernosas fosas oscuras que hacen profunda su mirada.

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 Laboriosamente se cambia de ropa haciendo una especie de ritual ordenado y meticuloso, se limpia el rostro con crema humectante, finamente ajusta el nudo de su corbata, coloca el chaleco de lana azul sobre su cuerpo templando las solapas para no dejar ninguna arruga visible sobre la tela, un gorro peculiar corona entonces su cabeza y ajusta los alfileres que sostienen una reluciente insignia de bronce, la cual mira con orgullo en el espejo mientras sonríe, en ella puede leerse

 Igor Tunosky

Maquinista Principal

Expreso Polar Transiberiano

 Hoy es el día de su reintegro a las labores del ferrocarril después del grave accidente que marcó su vida para siempre, y que se sembró dentro de su memoria como un recuerdo atroz que lo perseguirá por el resto de sus días.

 Aquella tarde, comenzaba a caer la noche sobre los blancos glaciares de los Montes Urales, el ferrocarril vencía con fortaleza la pendiente en ascenso a toda máquina, entonces de repente y sin previo aviso, justo al salir de una curva cerrada, la locomotora principal se encontró con una carreta de madera atorada sobre las vías del tren, en ella estaba un campesino de unos cuarenta años de edad, que al parecer intentaba sacar de los durmientes la pata del animal que jalaba la carga. 

No fue mucho lo que el conductor del tren pudo hacer, más allá de tocar la bocina de aire, a esa velocidad el destino fatal era inevitable. Igor puede casi jurar que vio cuando el hombre tuvo tiempo de saltar del armatoste de madera antes de chocar con él, pero no fue así.

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 Al llegar a la estación en la ciudad de Ekaterinburgo en Los Montes Urales. Ya transcurridas más de dos horas de camino luego de reportar el accidente que dejó sin el menor daño al tren, el conductor fue informado por las autoridades del hallazgo de los restos despedazados de un animal grande, la carreta y parte del cuerpo de un hombre sin identificar, que fue cortado en pedazos por las ruedas de la locomotora. 

 Nuevamente el incansable tren emprende el viaje el día de hoy, acompañando a Igor está otro operador novato entrenado para sustituirlo algún día, como siempre, el experimentado conductor recuesta su enorme cuerpo de la ventanilla lateral del tren para disfrutar del frío en su rostro, y tomar un trago del mejor vodka ruso para entonar el cuerpo, mientras tanto, la locomotora vence con ímpetu la soledad de la montaña, el silencio natural se rompe por un potente motor de pistones de bronce a carbón, que va dejando tras de sí una estela de humo visible desde la distancia.

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 Es justo en ese momento cuando un sentimiento extraño se apodera de todo su ser, es un escalofrío que recorre su espalda y llega hasta sus manos, algo indescriptible que nunca había sentido antes, pero que le causa intranquilidad, desasosiego y confusión a la vez. 

 Se quita lentamente los gruesos guantes de cuero marrón desgastados por el tiempo de uso, solo para ver sus fuertes manos llenas de callos temblar como gelatina, la tormenta de nieve arreciaba, la oscuridad se apoderaba de todo a su alrededor con la caída del sol entre las inmensas montañas, apenas era visible el bosque denso que rodea la vía férrea. Aunque fue solo por un instante, una tenue luz amarilla titilante llamó su atención junto a un gran árbol, desde allí una figura casi transparente, fantasmagórica, resplandecía mirándolo fijamente en silencio, con una sonrisa de despedida, mientras agitaba su borroso brazo en señal de un saludo lejano.

 Si el anciano conductor contará lo que vio aquel día, seguramente nadie le creería, pero estaba seguro que la silueta espectral, era el hombre del accidente que se despedía manifestando su perdón.

 No fue algo premeditado, pero Igor Tunosky miró directamente a su reloj de pulsera y recordó. Era exactamente la misma hora en que ocurrió el accidente, y el mismo día 03 de diciembre solo que un año más tarde.  

 

Gracias por leer

 

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