Una Historia de Terror en Navidad
Por fin ha llegado el día, Moisés el joven chico negro de ojos saltones ha culminado sus labores como pescador en la costa, y se prepara para visitar a su familia en la ciudad capital durante la navidad.
Luego de un largo viaje en autobús, llega a la antigua casa colonial donde trabaja su madre como servidumbre de una poderosa familia Alemana. Allí, el joven tendrá que trabajar en las caballerizas para pagar sus gastos de estadía durante el mes de diciembre.
El capataz de la hacienda, el mismo día le hace un recorrido por los establos y le asigna la tarea de buscar agua para los animales en el riachuelo cercano. Para realizar esa labor digna de un negro esclavo de la época colonial, el joven Moisés debe caminar alrededor de un kilómetro por un camino improvisado dentro de un frondoso y solitario bosque, arrastrando un pequeño carro de madera donde se deposita el agua.
Ya eran alrededor de las 5 de la tarde cuando el mulato emprende su faena, nunca había estado en un bosque tan espeso, su vida transcurrió siempre en el mar, en la costa, la frondosa vegetación de esta región desconocida, era una inmensidad apabullante que lo alteraba y causaba desconcierto.
La niebla propia de diciembre, traía consigo un frío glacial que se introducía hasta los huesos en el tostado cuerpo de Moisés, acostumbrado siempre al sol y el calor. Luego de una pintoresca caminata, descubriendo una naturaleza imponente, llena de ruidos extraños junto con animales que parecían acecharlo, llega al pequeño riachuelo en medio del bosque y comienza a cargar el agua.
Su mente ya divagaba entre miles de árboles frondosos cuyo verdor le desenfocar la vista, y hacía dar vueltas a su mente, la niebla se apoderó repentinamente de todo a su alrededor, y una brisa fría pero lenta llegó rozando su espalda ocasionando un silbido estremecedor en sus oídos.
Algo muy extraño llamó su atención, le pareció escuchar el ruido de unas cadenas arrastrándose entre los árboles. En principio pensó que se trataba de alguien que también estaba buscando agua, pero pronto se dio cuenta de su grave error.
El miedo se apoderó de sus extremidades, sus largas piernas temblaban con la fría brisa como dos bejucos de bambú, tenía a su vez las manos entumecidas por el agua helada del río. La sensación de peligro, le acechaba la cabeza nublando incluso su mirada entre la densa neblina.
Cuando intentó sacar el último tobo de agua, sus ojos le jugaron una mala pasada por segundos. Allí estaba, entre los árboles, camuflado con la vegetación, era un hombre sumamente alto, blanco o más bien transparente, con desdeñados cabellos rubios canosos, sin un rostro definido pero con imponentes ojos rojos que lloraban la sangre que escurría por todo su cuerpo, y que miraban fijamente a Moisés sin emitir ningún sonido.
Moisés solo temblaba viéndose frete a frente con el infernal espectro, Aquella alma en pena se acercaba más y más, arrastraba tras de sí dos pesadas cajas metálicas, jaladas con largas cadenas de hierro negro que aprisionan le aprisionaban las muñecas.
El muchacho hizo entonces lo único que su mente alcanzó a coordinar, correr despavorido gritando a todo pulmón sin voltear atrás hasta llegar a la vieja casona, donde por fin pudo encontrar refugio temblando y llorando en los brazos de su madre.
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