Todos mueren (Instrucciones de ferocidad)
Ver cómo la muerte se extiende, verla destruir un árbol e insinuarse en el sueño, ajar una flor o acabar con una civilización, nos conduce más allá de las lágrimas y de las decepciones, más allá de toda forma o categoría. Quien nunca ha experimentado el sentimiento de esa terrible agonía en la que la muerte nos invade como un aflujo de sangre, como una fuerza incontrolable que nos ahoga o nos estrangula, provocando alucinaciones horrorosas, ignora el carácter demoníaco de la vida y las efervescencias interiores creadoras de grandes transfiguraciones. Sólo esa sombría ebriedad puede explicar por qué deseamos tan ardientemente el fin de este mundo.
-Emil Cioran
Todos mueren. La vida humana es inmensamente frágil, un soplo de existencia liviana en el ardor del negro desierto de la muerte. En cuanto tomas conciencia de la vulnerabilidad humana, todas las irrealidades del mundo se desmoronan. La irrealidad no es un espejismo, sino la fugacidad. El mundo no es irreal en tanto que ficción, espejismo o sueño. El mundo no es una ficción ni un espejismo ni un sueño porque eso denotaría otro mundo más real fuera de éste al que podríamos o no acceder. Citando a Schopenhauer (El mundo como voluntad y representación, tomo I) en su poco solapada crítica del idealismo, aunque despojándolo de sus ideas metafísicas indiscernibles, entenderíamos nuestro punto: "Todo el mundo de los objetos es y sigue siendo representación, y justamente por eso está condicionado por el sujeto absoluta y eternamente: es decir, tiene idealidad transcendental. Mas no por ello es engaño ni ilusión: se da como lo que es, como representación y, por cierto, como una serie de representaciones cuyo nexo común es el principio de razón. Ese mundo es en cuanto tal comprensible para el sano entendimiento incluso en su más íntima significación y habla un lenguaje totalmente claro para él". Es el mundo irreal en tanto su fugacidad le impide permanecer en su existencia. La vida se esfuma del mundo, como el soplo que sosteníamos al principio. La idea de algún modo estaba contenida ya en Parménides, en contra de la filosofía de Heráclito aunque no fue hasta Platón cuando se empezó a edificar a Dios de este modo. No obstante, nos desmarcamos de ello dado que no reconocemos ninguna metafísica esencial, ni dios ni mundo ideal fuera de éste, sino la nada a la que nosotros mismos nos dirigimos. Sólo reconocemos lo que es que es lo que parece ser siendo a su vez que resulta no ser nada. Este galimatías infantil es el nihilismo. Pero, ¿Qué es la nada? En la mecánica cuántica definen la nada de modo que no es nada, un mero sofisma semántico. Estamos, por lo tanto, dándole la razón a Parménides. Si la nada es, entonces no es nada. La nada es, así, impensable. ¿Por qué nuestro cerebro habría de evolucionar para entender lo que no es, siendo que su evolución deviene determinada por utilidades accidentales? Por ello perdemos las referencias en cuanto la física se adentra de verdad en lo que el mundo es, no en lo que nuestros sentidos informan de él. El sensualismo es una postura pragmática que no se atiene a los hechos, un capricho de la subjetividad. Somos sensualistas en tanto mentirosos, no en tanto buscadores de las verdades objetivas.
Somos, también, la medida de todas las cosas: ¿Cómo entender el mundo sin el antropocentrismo? Esto, en realidad, es imposible: sólo podremos conceder una serie de grados de credulidad. Un pájaro entiende su realidad de forma conveniente a sus necesidades: ha evolucionado para ello del mismo modo que nosotros; su entendimiento es su guía de supervivencia. Ahora bien, la razón que en el hombre es superior a todos los seres vivos conocidos hasta ahora nos muestra cosas que no estábamos preparados en principio para conocer, como el mundo de los átomos, los infrarrojos, etc. ¿Podemos conocer más allá de lo no estamos hechos para conocer? Esta pregunta es de Perogrullo, dado que por definición, no. No obstante, "todo lo que está por encima de los límites del espíritu humano es quimera o inutilidad", como dijo el agudo (y ateo materialista) Marqués de Sade. (El cientifismo es un te amo del caníbal a su filete sangriento de carne humana. Sade ha sido el que mejor lo ha comprendido). Sólo nos quedaría preguntarnos lo siguiente: ¿Qué está por encima de los límites del espíritu humano? Es difícil, si no imposible (en el sentido en que ninguna elucubración a propósito tendrá demasiado sustento), responder a esto; por ejemplo, hasta la llegada de Newton parecía que nadie podría resolver el problema de la atracción de los objetos. Depende, como siempre, de los grandes hombres en los momentos adecuados. En un sentido individualista esto tiene una enorme enseñanza: el mundo, si progresa, no es tanto por la suma de las masas sino por la influencias de hombres concretos. La masa de hombres incultos se dirige hacia donde le marquen, como burros hambrientos a través de un camino empedrado en cristales. La misma idea puede encontrarse en el Crimen y Castigo de Dostoievski cuando Raskolnikov se compara con Napoleón (de hecho la motivación de su crimen parte de esta idea).
Nuestro nihilismo, así pues, es la significación de la negación de los sentidos últimos de la vida humana, la nulidad de nuestras existencias, la pérdida (otro problema es saber si esto es positivo o negativo) de los falsos valores impuestos no sólo por la cultura sino por los prejuicios de la intuición, un desenmascaramiento de la realidad: por eso dependemos de la ciencia (que anuncia la nada, citando a Chesterton) tanto o más que de la filosofía. Pero, ¿Qué es la muerte? No es un fin de todo, sino una aniquilación de la mente individual, por lo tanto, de la conciencia. (Porque quien sostenga que la conciencia sobrevive a la muerte cerebral, no es sólo que esté equivocado, es que es un imbécil. Las evidencias sobre la mente como producto material del cerebro son abismales; no es debatible, por lo tanto, este punto sobre la idea dualista de la mente inmaterial. ¡Menuda patraña! De hecho, mente inmaterial, en semántica, es un burdo oxímoron). Si todo se muere, todo es muerte dado que el universo también se degrada. El universo es un caos que necesitamos asimilar, interpretar. (Siempre se interpreta, nunca se entiende. Pero no suscribimos la idea relativista porque no todas las interpretaciones son igualmente válidas dado que sólo las que más relación tengan con la realidad, las que mejor nos permitan manejarla, son por lógica las más verídicas. No se nos escapa, por supuesto, que es un medio para un fin). Así ocurre también con nuestras vidas que todos sabemos finitas: darle una realidad, una meta, un objetivo. Fingir que podemos dejar huella, sobrevivir en algún sentido. Arañar las paredes de este horrible manicomio para que los pacientes que estén por llegar contemplen nuestra ferocidad: eso es el arte, la filosofía y, sobre todo, la guerra. La muerte no es final de todo, tampoco es el principio de nada. Simplemente lo es todo puesto que es la única realidad posible, lo que más une a los seres: todos compartimos nuestra mortalidad y nuestra insignificancia como un sacrilegio contra nuestro ego.
(¿Qué es la ferocidad? La ferocidad es quemar todas las etapas del espíritu hasta volver a ser niños, niños libres que saborean sus destinos inciertos, niños que dominan sus sentidos, que los inventan, que substraen una ética de la nada para rugir como espadas en llamas que trajeran el caos al mundo. Que nuestra más alta obra sea la libertad que nos hemos creado, porque una libertad arrodillada no es libertad; esto es, sólo es libre el que inventa su libertad, no el que la descubre fuera de sí).
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