Todo está mal
«¿Y el pueblo?», se preguntarán. El pensador o el historiador que emplea esta palabra sin ironía se desacredita. El «pueblo» se sabe ya a qué está destinado: a sufrir los acontecimientos y las fantasías de los gobernantes, prestándose a designios que lo invalidan y lo abruman. Cualquier experiencia política, por «avanzada» que sea, se desarrolla a sus expensas, se dirige contra él: el pueblo lleva el estigma de la esclavitud por decreto divino o diabólico. Es inútil apiadarse de él: su causa no tiene apelación. Naciones e imperios se forman por su complacencia en las iniquidades de las que es objeto. No hay jefe de Estado ni conquistador que no lo desprecie, pero acepta este desprecio y vive de él. Si el pueblo dejara de ser endeble o víctima, si flaqueara ante su destino, la sociedad se desvanecería, y con ella la Historia. No seamos demasiado optimistas: nada en el pueblo permite considerar una eventualidad tan hermosa. Tal como es, representa una invitación al despotismo. Soporta sus pruebas, a veces las solicita, y sólo se rebela contra ellas para ir hacia otras nuevas, más atroces que las anteriores. Siendo la revolución su único lujo, se precipita hacia ella, no tanto para obtener algunos beneficios o mejorar su suerte, como para adquirir también su derecho a la insolencia, ventaja que le consuela de sus decepciones habituales, pero que pierde tan pronto como son abolidos los privilegios del desorden. Como ningún régimen le asegura su salvación, el pueblo se amolda a todos y a ninguno. Y desde el Diluvio hasta el Juicio Final, a lo único a que puede aspirar es a cumplir honestamente con su misión de vencido.
Emil Cioran, Historia y utopía.
Definimos la moral como aquella convención social que reclama para sí el estatus o la capacidad de distinguir con claridad fidedigna lo que está bien de aquello que está mal. El bien, bajo este prisma, no es más que sinónimo de lo permitido o celebrado, mientras que el mal equivale a lo prohibido, condenado, despreciado, etc; pues se deciden estas distinciones desde posiciones de poder y no de servidumbre precisamente, sea debido al interés o a la superchería. La paz es el bien supremo, dicen los obstinados: pero se ignora, al aceptar sin escepticismo dicha certeza, que nunca hemos vivido en paz y que sólo le conviene la paz a quien más le perjudica un estado de guerra interna (pues sabemos que las guerras externas son el motivo del progreso: se puede ganar o se puede perder una nación concreta, pero la derrota de una nación puede ser el inicio de un imperio); esto es, al poder que tiene el dominio ideológico o el control de las posesiones. La primera aristocracia, antigua teocracia, se aseguró, así, desde sus posiciones de dominación, de establecer de forma precisa prescripciones morales para su supervivencia. Sade lo expresa de esta forma: "Pero, os dicen los necios, «el mal no nos hace felices». No, cuando se ha convenido ensalzar el bien; pero despreciad, envileced lo que llamáis el bien, y sólo reverenciaréis lo que cometíais la necedad de llamar el mal". Incluso si existiera un bien fijo, absoluto, objetivo, éste no podría o no sería conocido ni reconocido por el hombre: pues el hombre sólo acepta el bien que le beneficia o le han enseñado a temer. El hombre que pueda hablar con orgullo de su bien encontrado es un farsante o un tarado: un impostor de Dios. El hombre es un poseído, por usar los términos de Stirner: "Un Nerón no es malo sino a los ojos de los buenos; a mis ojos es simplemente un poseído como los buenos mismos". Y, más adelante, afirma: "Buenos y malos, no tienen sentido más que en el mundo "moral", exactamente como antes de Cristo ser un judío según la ley o fuera de ella, no tenía significación sino con referencia a la ley mosaica. A los ojos de Cristo, el fariseo no era más que "los pecadores y los publicanos", y lo mismo vale, a los ojos del individualista, el fariseo moral lo que el pecador inmoral".
Sería una ingenuidad, y cosa peor, un error de comprensión, suponer que está bien todo aquello que combata el sistema: porque el bien no puede definirse, como hemos advertido, aunque sea la tentación de muchos izquierdistas, como un espíritu absoluto, obra de un dios o no, sino como una utilidad para un fin concreto. Está mal violar niños para controlar el clima porque es, efectivamente, inútil. Pero no está mal violar niños para la satisfacción de tu propio deseo sexual si esto nos sacia como pretendemos. Es, de hecho, recomendable que cada individuo obre en determinación de sus anhelos, sabiendo que cada acto tiene su consecuencia: los padres de la criatura se pueden enfadar. Entiendo, claro, que esto es un tanto irreal: pues sólo tiene sentido fuera de un contexto social. Ya no es Dios ni el emperador quien decide la maldad de las acciones humanas en su propio interés, en cuanto la sociedad dictamina su supervivencia por encima del individuo egoísta, este acepta el utilitarismo a pesar de sí. Por lo mismo, no está mal el canibalismo para matar el hambre, pues en situaciones de hambruna la carne humana también es digerible, pero sería considerado asocial cualquiera que tuviese la costumbre de merendarse a sus vecinos. En cualquier caso, el individuo egoísta interesado en su supervivencia, puede establecer pactos con los otros, y si estos no son cumplidos, una tercera fuerza puede encargarse de que cada cual reciba su castigo. Esto nos traslada al punto siguiente: que creo en un Estado de la venganza. No se nos escapa, antes de continuar, que pretendiendo que definimos el mal a través de su utilidad, nos comportamos como hipócritas, pues usamos las palabras de forma torticera, como pescadores que sacan los peces del océano para llevárselos a su estómago: sacamos las palabras de su territorio habitual para hacer con ellas lo que nos da la gana; y que en otros aspectos estos conceptos no valen para solucionar todos los problemas morales que se nos presentan, aunque, eso también, decir problema moral es un sofisma.
Si un individuo es incapaz de defenderse solo ¿quién lo hará por él? No creemos en la libertad porque sabemos que hasta nuestro flequillo o el sudor de nuestras axilas nos determina. Pero también sabemos que libertad no es otra cosa que ilusión de la libertad, la cual sólo se logra a través de la independencia y ausencia de coacción; es decir, sin más autoridad que nosotros para determinar nuestras acciones; y una buena porción de autonomía. El pueblo siempre ha considerado que tenía sus razones para hacer lo que hacía, algunas fundadas en su propia servidumbre, pero siempre persiguiendo lo que le parecía su propio interés, por lo tanto ninguna con el peso suficiente para ser condenadas o miradas por encima del hombro. Claro que puedo, y además lo deseo, establecer aquí mi opinión al respecto: que el pueblo, que en realidad sólo es concepto, luego nada, ha sido siempre basura. El populacho, término que me convence más, es clasista, machista, estúpido, racista, elitista, soberbio, injusto... y otros muchos epítetos igual de certeros pero que prefiero ahorrarme para no extender este artículo ad infinitum. Uno puede estar pensando, bajo este concepto tan poco claro del pueblo, en el pueblo pobre, analfabeto, condenado al martirio del trabajo, etc; pero también los intelectuales son pueblo: y la peor parte de éste, pues son quienes lo agitan contra sí mismo. No obstante, populacho es un término hermoso donde entra todo: desde el barrendero hasta el policía, pasando por el alcalde, el carnicero, el estudiante de derecho o el convicto. Nos damos el lujo de desconfiar de todos. Porque ¿en quién puede confiar un ser humano? Por fin abandonamos la digresión para responder dicha cuestión. Un ser humano no puede confiar en nadie, pues aunque una persona sea confiable, no tiene por qué serlo todo el tiempo y basta un momento para traicionar. Por lo tanto, no basta un Estado anárquico donde basten pactos mutuos de no agresión, pues incluso aun cuando el hombre tenga intereses comunes, basta un capricho o una tentación para hacerlo traicionar. Así pues, es necesario que existan fuerzas mediadoras, verdad que descubrió Hobbes hace cuatro siglos. El problema, que no vislumbraremos si somos ingenuos, es que estas fuerzas mediadoras tampoco son confiables, pues tan pronto se le da poder a un hombre (y un Estado no deja de ser un conjunto de burócratas) éste lo usa en su propio beneficio (porque el poder es, en sí, abusador). Esto quiere decir lo siguiente: que si tal vez un Estado no debería encargarse más que de nuestras venganzas pendientes. ¿Es útil o inútil para nuestra ilusión de la libertad el que un Estado tenga libertad de vengarse de aquellos que nos traicionan si nosotros no podemos (porque no contemos con la fuerza, nos dé pereza, estemos muertos, etc)? Existe una mediocridad indudable en considerar que tal vez uno no puede defenderse por sí mismo: pero en cualquier caso que nuestra opinión sea negativa no cambia una realidad. Y no es fácil suponer este Estado mientras exista la propiedad privada como derecho, pues mientras uno tenga más que el otro, éste siempre tendrá fácil comprar a los miembros del Estado-jurado-castigador que proponemos.
Pero aún bajo esta premisa, suponiendo que sea útil, todo queda supeditado a una inutilidad más grande: que es el mismo universo. Útil o inútil para el individuo de carne, pelo, ropa y huesos que nos interesa. Pero el individuo muere, con lo cual, todo lo que ha realizado queda visto como inútil ante una perspectiva más amplia. No sólo eso: pues hemos visto en los párrafos anteriores que cualquier propuesta se nos presenta inalcanzable, ¿y de qué sirve nuestra capacidad de abstracción si no nos enfrentamos a problemas reales? También nos podemos preguntar: ¿de qué nos vale una perspectiva más amplia, si ésta destruye al individuo? Sin embargo, no se puede considerar con tanta libertad que sea decisión nuestra qué nos preguntamos y qué no nos preguntamos, pues la pregunta es casi siempre un invitado no deseado, un hostil en nuestro pensamiento. Uno puede apartar ciertas preguntas, pero apartar una pregunta significa que ésta ya ha llegado, nos ha mordido, envenenado y que agonizamos: nuestro rechazo es el rechazo del mortalmente herido, del moribundo. No tiene sentido pretender que existan cosas de las que no nos debamos ocupar porque nos entristezcan o nos arruinen, porque como se ha demostrado, éstas llegan sin nuestro consentimiento queramos o no queramos que lleguen. Y si nosotros no podemos impedir que preguntas nocivas invadan nuestro sistema de pensamientos ¿quién nos puede acusar de ello? Nadie puede culpar a un pesimista más que de, en todo caso, su honestidad al intoxicar a los demás. No nos engañemos pretendiendo que aceptamos que la honestidad sea algo positivo; antes bien, es algo a evitar si se quiere salvar a las personas que nos importan. Porque hemos dicho que no existen esas noción absolutas o metafísicas del bien y del mal que tan claras les parecen a los desquiciados, no que las personas no nos preocupen o que nuestros deseos sean siempre destructivos con los otros. Existe algo más íntimo superior al bien: el deseo humano de comprometerse, compartir y ayudar. Si esto no existiera, no tendría sentido construir nada. Ahora bien: también existe el deseo contrario. Escoger dejarse conducir por uno u otro, sea por decisión o determinismo, es propio de cada individuo (aunque uno se puede dejar llevar por ambos a la vez, e incluso engañarse pensando que sigue el primero mientras que en realidad sigue el segundo), igual que es decisión nuestra o de los otros decidir con quién se quiere juntar: si con los que lo salvan o los que lo destruyen. Pero, como hemos advertido, (sabemos que es redundante, por cierto) aquí la dificultad estriba en el hecho en que no podemos saber a ciencia cierta por cuál nos dejamos llevar nosotros ni por cuál se dejan llevar los otros, ni tampoco podemos saber, porque ambas sendas no son caminos que uno siga sin desvíos, cuándo uno que nos salvaba de pronto por algún oscuro interés tentador decide destruirnos. La sociedad es así imposible si no existe quien nos vengue: ¿o acaso no estaríamos más contentos de saber que, en el caso de que nos pasará algo, el oponente que nos hirió será vengado por fuerzas superiores a las suyas? Excepto que uno crea que el universo es justo o equitativo, en cuyo caso consideraría que no haría falta ninguna intervención humana, encontrará elegante y satisfactorio este consuelo. Nosotros, que no creemos en dioses, orden o justicia, somos partidarios de esta segunda opinión: que seamos débiles o no, preferimos que alguien asuma nuestras venganzas como propias. No existe nada más humano que esto: a saber, que uno puede estar perfectamente tirado en su cama o en su tumba sabiendo que aquel salvaje que lo agredió o le arrancó la comida de las manos, recibirá su merecido; más allá, claro, de la ironía que rogamos nos disculpen: no existe paz en la tumba.
Nada es perfecto. Ningún sistema lo es porque ningún animal evolucionado (y menos aún un grupo de animales evolucionados) lo es. Esto no es en modo alguno una objeción, aunque si nada es perfecto se puede decir que todo es imperfecto, y así mismo, que si todo es imperfecto, todo está mal. ¿Pero qué es el todo al que se alude? No existe un todo, esto es superchería. Estudiar al todo es estudiar la nada y la nada no es nada así que no existe: dejemos el holismo a los imbéciles. Hablar de un todo en cuanto relaciones humanas es expresar sofismas irreconciliables con la honestidad de la inteligencia humana: pues no se puede decir que el todo es perfecto o imperfecto mientras un individuo sufra o delire de felicidad. El todo niega a este individuo al situar su veracidad por encima de éste: incluso si sufres no haces más que negarme, y al negarme, te niegas; e incluso si ríes, no haces más que negar mi imperfección, y al negarme, te niegas. Dejemos esta mala filosofía por ahora. Es turno de cerrar el artículo diciendo, poco oportunamente tal vez, que no importa la imperfección del cosmos o que todo esté mal o que todo esté bien: eso son falacias: basta con que uno sea libre de morirse si se le antoja o de vivir en la miseria (sin carga moral) si así lo prefiere. Todo está mal: basta con que ahora me sienta así.
Muy bueno tu articulo bro, por aquí un seguidor muy fiel!!!