Sobre la imposibilidad comunicacional

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2 years ago

De las ideas románticas del arte, una de las más persistentes, además del mito de la inspiración, es la creencia de que la obra del artista explica su vida, o bien, que la biografía de un autor está reflejada en su trabajo. Me sorprende en buena medida esta idea porque me parece que no se necesita de mucho para empezar a dudar de que sea verdadera, y que al poco es fácil convencerse o de que no es así, o de que si es así no podemos saberlo. Como esto sigue siendo, a pesar de todo, un pensamiento personal, me pongo a mí, por ejemplo, no como artista, sino simplemente como persona: ¿Soy consciente yo a cada instante de lo que hago, de las consecuencias de mis acciones y sus motivos? si así fuera no me habría equivocado tanto en esta vida. Pero si yo mismo, que estoy encadenado a mí por cada eterna hora del día, no sé bien lo que hago y lo que digo ¿Qué esperanzas tienen los demás de entenderme?

Ahora recuerdo uno de los pasajes más importantes de El túnel que habla de la incomprensión: un pintor espera ansioso que alguien note un detalle de su obra, y efectivamente, de entre los incontables asistentes a la exposición una persona se da cuenta de esa particularidad. Pero ese momento aún más que nada nos habla de lo difícil que es que los demás logren entendernos, si parejas y amigos constantemente se equivocan al comunicarse ¿por qué el lector cree que puede desenredar claramente el mensaje detrás de la obra de alguien con quien jamás tuvo algún contacto? si esto se tratara solamente de una interpretación los errores no tendrían ninguna gravedad, sin embargo, quien se obstina en hacer biografia del arte suele estar convencido de sus poderes de análisis, tanto literarios como psicológicos, pues deducir un hecho íntimo de un texto retórico requiere al menos un sobrada maestría en esos dos ámbitos. Lo que he tratado de explicar está mejor comentado en este fragmento, un pasaje de Philip Roth que conocí gracias a un amigo: "los malinterpretas antes de encontrarte con ellos, cuando estás anticipando conocerlos, los malinterpretas mientras estás con ellos, y entonces vas a casa para contarle a alguien más sobre el encuentro y los vuelves a malinterpretar, y como lo mismo les pasa a ellos contigo, toda la cosa es en verdad una ilusión mareante vacía de toda percepción, una farsa desconcertante de malentendidos. Lo que es un hecho es que interpretar bien a las personas no es de lo que se trata la vida, es malinterpretarlas lo que significa vivir: malinterpretarlas y malinterpretarlas y malinterpretarlas, y entonces, después de reconsiderarlo cuidadosamente, malinterpretarlas de nuevo". 

Lo que a menudo sucede es que lo que nos parece un mensaje clarísimo en realidad es un enigma para los demás: todas las cosas que he escrito aquí significan algo para mí, yo lo sé ¿lo saben ustedes? ¡Esto es parte de mi vida! ¿estoy triste ahora? ¿estoy feliz? aunque también puede ser que los engañe, quizá nada de esto es mío o no tiene la menor importancia. Y ese es otro problema que a veces lleva los nombres de estilo o voz, el autor necesita ser alguien histriónico para poder crear. Quiz le llama a esta actuación la capacidad negativa del poeta, que consiste en algo así como vaciarse de sí mismo para poder representar otra voces, otras personalidades. Bajtin le da el nombre de polifonía y para él se da cuando un autor, por ejemplo, Dostoievski, crea a personajes tan vivos que parecen hablar para sí, que aparentarían expresar sus propios pensamientos y no los del autor, hay mucha teoría literaria detrás de estas reflexiones, pero mi explicación favorita la da Pessoa con los siguientes versos: "El poeta es un fingidor./ Finge tan enteramente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que de veras siente". Creo que esta estofa aclara  porqué hay quien llama a la literatura el arte de mentir, detrás de cada obra, sea épica, lírica o dramática, hay un desdoblamiento, habría que imaginar al artista pronunciandose siempre con una máscara puesta sin que sea evidente si sonríe o llora cuando habla; sin embargo, sé que habrá quien interponga a este razonamiento el que un libro siempre tenga una intención, un tema y un mensaje, es cierto, de igual manera lo es, el que dicho mensaje también es volátil a pesar del autor. La literatura, aunque haya quien lo niegue, tiene sus límites, a lo mejor son muy amplios, y sin duda cambian de persona en persona, pero existen: hay formas que yo nunca utilizaría para escribir un texto, esas preferencias ya limitan lo que puedo decir, también el estilo, del que antes hablé, pero por otros motivos, restringen las posibilidades de escritura, incluso los diarios, que parecerían lo más natural de la literatura, conllevan una edición; hay frases que se borran porque, estilísticamente hablando, no quedan bien, o que se cambian por razones estéticas. ¿Cómo saber que un escritor escogió un símbolo porque estaba sentimentalmente ligado a él y no porque era una mejor decisión artística? De todas las ponderaciones que suele tener un autor, la de mayor peso es la formal. Así, los libros que leemos, por más que se hayan hecho con buena voluntad, están mediados, curiosamente, por el arte, es decir, el estilo, las elecciones estéticas nos separan del hombre que está detrás de ellas porque muchas veces están más interesadas en jugar bien el juego que con mostrarnos un perfil de quien lo escribió. Y hay más equívocos. La gran mayoría de las palabras tienen más de un significado, el lector escoge la acepción que cree correcta así como quien juega a la lotería, el autor bien podría haber estado pensando en otra, podría ser que usara una palabra considerando un significado en desuso, un significado antiguo, podría ser que, a pesar de su conocimiento de la lengua, la usara mal, ha pasado antes. Tal vez la polisemia: la variedad de sentidos, que una obra siempre es una obra abierta, lo que quiere decir que se presta a interpretaciones: a mí Kafka me pone triste, a sus amigos Kafka los hacía partirse de risa. La literatura está hecha, quizá no para malinterpretarse, pero sí para comprenderse en diferentes direcciones. Una obra cerrada, de sentido único, se agotaría a la primera lectura, sería siempre igual, y no hay hombre que sea cada día el mismo.

Por suerte la destreza y la torpeza del autor impiden esta reducción. Las más de las veces el artista sabe lo que quiere decir, pero no la manera perfecta de decirlo y por eso sigue escribiendo. Cuando yo leo a los autores sé que la mitad del camino del significado me corresponde, y que la mitad que ha puesto el escritor es igual de problemática, no puedo leerlo a él realmente, sólo puedo leer desde mí, del escritor sólo tengo las señas en las sombras, así es que una lectura no revela tanto lo que dijo el artista como lo que yo quiero entender: una interpretación es una historia de la lectura no de la escritura. Con todo esto no quiero decir que la obra de arte sea una hecho aislado, sin contexto ni ideología, quiero decir que hay que admitir de una vez que como lectores tenemos la responsabilidad de nuestras lecturas tanto como el autor de la obra, y que nuestras interpretaciones están mediadas por quienes somos, además de que tiene la dificultad de que una obra, incluso la más sencilla, la más transparente no es absolutamente clara y hay varios obstáculos para conocer la verdad. Si acaso es más fácil hacer un análisis sociológico del arte que uno biográfico es porque lo social es publico y la vida intima, igualmente creo que la mayoría de las interpretaciones serán fallidas y personales. Hay que recordar que los románticos creían que Dante era romántico, que Cervantes era romántico, y que Shakespeare era romántico.

Pero en fin, hay quien cree que lo sabe todo, hasta el pensamiento de los demás. En este punto, que es el final, entre más lo considero, más tengo la certeza de que ni siquiera yo puedo hablar por mí mismo.

He estado escribiendo un diario, es decir, he estado mintiendo por escrito cada día, y cuanto con mayor ansia busco la motivación para ser honesto, cuantas más dificultades se me presentan, a pesar de que es lo que más deseo. Intenten ustedes ser honestos, aunque sólo sea para ustedes mismos. Traten de escribir en un diario sin censurarse, sin pensar en el estilo o la vergüenza, descubran lo difícil que es la honestidad. Ahora piensen que además deben publicarlo. Eso significa ser un autor. Pero también es posible que yo no sepa leer. Todo es posible. 

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