Monólogo de la rutina #4

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2 years ago

No eran ni las siete de la noche. 

Meditaba yo sobre el desplazamiento relativo del sol y del porqué aún oculto su luz se sigue propagando negándose al ocaso. ¿Acaso teme el sol cada instante el perder su presencia sobre aquello por lo cual existe? ¿por qué entonces se larga? ¿o es la tierra quien se resiente y le da la espalda durante doce horas?

En estas reflexiones —sin café— me encontraba embebido mientras viajaba en el bus, o al menos mi cuerpo recorría las calles del centro de la ciudad mientras mi mente volaba entre filosofías absurdas, cuando repentinamente mi meditación astronómica de bajo nivel se interrumpió por la voz grotesca de una entidad inclasificable. 

Quizá mi cerebelo aún funcione, pues presa de la alerta auditiva fuí obligado a abandonar mis recientes postulados y a re-aceptar los conceptos preconcebidos sobre nuestro sistema planetario. Por instinto mi mente y cuerpo se intersectaron sobre un asiento roto. Fruto de este renacer, tan acostumbrado en mis días de soledad, empecé a sospechar que el dueño de la voz gutural era un ser humano; o quizá sólo humano, pero algo análogo a la existencia que permite calificar como congénere. 

Fueron suficientes diez segundos para corroborar mi hipótesis: era un humano, que como muchos, suelen abordar un bus público a pedir dinero, y que además, deben hacerlo con el nivel de hipocresía necesario para no delatarse como interesados; caso contrario a mi ejercicio, donde la expresión que comúnmente hago como usuario del transporte público al abordar es no dirigir la mirada al conductor y mucho menos saludarle. El nivel de hipocresía es proporcional a la necesidad. 

Al subirse se dirigió al público. Tal vez dijo su nombre, pero eso y muchas cosas tienen poca importancia ahora. Vocalizó palabras raras, creo que era un testimonio. Sí, eso era, un testimonio. Empezó de un modo genérico, digno a ser ignorado. Su pasado miserable, sus tragedias de vida, su repulsión a los policías, su amor a nada. Apestaba, pero su tufo no era olfativo. 

Se quejó como todos, pero en voz alta como pocos (por cierto, hablar por escrito es hablar en voz alta también, siempre y cuando el lector sienta ensordecer sus ojos).

El miserable o congénere o sólo humano se tomó la molestia de predicar, sin saberlo, una filosofía (inaceptada) misantrópica. Arrojó sobre una masa de gente todos sus rencores hacia la vida. Pero para ser reconocida como misantropía alcanzó a cumplir una característica: "soy nulo y no sé por qué existo". Lo dijo apasionado, sincero y acorde a la sensacional historia resumida de su sub-interesante vida.

Mi memoria me solicita agregar que el miserable logró anunciar algún tipo de terrorismo fantasma. Aseguró tomar venganza sobre los policías, quienes hacía un rato lo habían golpeado —y no sólo ese día— a tal grado de lesionarlo. Una actividad —según él— repetitiva, el número de veces suficiente para crear un auténtico rechazo a estos encargados de seguridad. De no haberle creído terminaría tomándolo como antipropaganda institucional simplemente.

Pero tomando la premisa del Manual del misántropo publicado por Tu Obra de la UNAM, este era un "misántropo activista". El primero de su especie que conozco. Era un loco callejero, absorbido por una frustrante vida, pero lo peor: consciente de ello. La consciencia es parte del camino hacia la realidad, no sé en qué parte del camino, seguro estoy que no está al final.

Su discurso longevo (al menos cuatro paradas sin contar los atascos por semáforos y tráfico colapsado), tuvo algún tipo de lección en mi ser. No compartiré la lección pues descifraría mucho sobre mí, y es demasiado pronto para ser conocido en este blog.

Terminó de hablar, pero no terminó su discurso. O quizá continúa meditando y tendré que esperar una prolongación de sus razonamientos en un futuro insospechado. Insospechado, digo, porque no he vuelto a verle.

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2 years ago

Comments

También me pasa cuando estoy en el transporte público, voy viendo por la ventana, absorta a mis pensamientos, y de repente, alguien empieza a gritar cualquier cosa, cuando no es el chofer, el el recolector, alguien que se subió a vender algo, o aun peor, alguien que te quiere sacar conversación cuando no tienes ganas de hablar.

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2 years ago

Ese ultimo escenario es terrible jajaja

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2 years ago