Honestidad

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2 years ago

− Seamos  honestos con nosotros, ¡Es una exigencia! —Por ejemplo: “Yo soy un hombre a caballo entre el miedo y el sopor”; “A los once años unos niños me dejaron encerrado seis horas en el cesto de la basura”; “Mi primer beso fue con una niña con síndrome de down”, etcétera, etcétera, etcétera…

− ¡Hola!

− ¿Hola?

− ¡Honestidad no es confesión!

− Pero ¿de qué otra forma podría hacer valer mi superioridad, sino a través de la impudicia de las confesiones, de su vanidad intransigente y su satisfacción inmediata?

−Callándote. Por ejemplo: “Yo soy una persona que sabe estarse callada”, etcétera…

− ¡Ah! ¿Así que parodiando mis propias palabras, hurtándolas de su contexto para responderme con ellas y convertirme en objeto de risa, en un ser netamente risible?

−Explicar un chiste no le quita la gracias.

−Excepto si previamente nadie se había reído. Entonces explicar un chiste se transforma de inmediato en la única manera de rescatar su significado: no se explica un chiste sin gracia para que la gente se ría sino para que la gente lo comprenda: si rescatamos su significado rescatamos el chiste. Ejemplo: “¡Yo no digo cosas sin sentido!”.

−Y seguirán sin reírse: pretendemos transmutar su gracia por el significado, como si, en primera instancia, nunca hubiéramos pretendido un chiste, sino una agudeza: una frase de notable inteligencia. Al salvar su significado salvamos nuestra torpeza. No es ingenio si sólo tú te ríes. Un yonqui colgado de un árbol y pataleando no es gracioso, sobre todo si el único que se ríe es ese yonqui.

−Muy bien. Abandonemos esa discusión. Me he aburrido de levantar piedras en vano.

−Nunca se levantan piedras en vano. Al menos ejercitas un poco tus músculos.

− ¡A eso me refiero! Eres una piedra ingrávida. Sólo tratas de hacerme enfadar. No ejercito ningún músculo: si acaso mi paciencia.

−Si tuvieses una mínima de paciencia no te habrías quejado por haberte pasado seis horas en el cesto de la basura como un cobarde incapaz de resistirse ante el maltrato de aquellos niños. ¿Qué son seis horas dentro de un cesto de basura frente al infinito de la muerte, o tan sólo a los miles de millones de años hasta que nos rompa las moléculas la entropía?

− ¡Basta!

− ¿Desde cuándo usas signos de exclamación en tus escritos? ¡Eso es tan poco propio de ti! ¿Qué quieres demostrar? ¿Qué tienes sentimientos como todo el mundo? ¿Qué tú también te enfadas, sufres, te emocionas? ¡Muy tarde, amigo! ¡Tardísimo! A nadie le importa el berrinche de un mediocre, los berrinches por definición siempre llegan tarde. ¡Haber tenido tu berrinche antes! ¡Antes de nacer, por ejemplo! Pero ¡Lo siento! No se puede tener un berrinche antes de una frustración. Y tú estás tan frustrado que casi parece que tienes asma en los ojos.

−Es un simple ejercicio de estilo.

− ¡Anda! ¿Así que eres esteta?

−No. Quizá un visionario. A los estetas hay que detestarlos.

− ¡Qué chistecito! ¿Te has quedado contento?

−Sí: pero sólo si nadie se ha reído.

− ¡Muy bien, muy bien!

−Es más difícil hacer un chiste pensado para que nadie se ría que al contrario.

− ¡Entonces no es un chiste!

−Ahí está la dificultad… ¡Sí lo es! Un chiste no se define sólo por su “gracia” —es decir su intencionalidad. Un chiste se define, primero, como a mí me dé la gana, y segundo, un chiste se define por el juego que propone. ¡Fraseologías vacías no son chistes, por mucho que los yonquis se rían!

−Vale, ¡Terminemos ya! Seguramente se esté por acabar la paciencia del lector[i]. Confiese usté algo más. Algo inaudito. Algo que jamás haya contado.

− ¡No! No quiero ser yo aquí la figura personal, con sus secretos, sus historias, su pasado traumático… mientras tú te limitas a perseguir mi verdad como un proxeneta a la caza de su putita furtiva.

− ¡Vale, no tienes porqué ponerte así, hombre! Bueno, le confieso algo yo. Si total… “”Soy una niña con síndrome de down”.

−No me extrañaría en absoluto si un día, por ejemplo, dejase yo de escribir y tú desaparecieses.

Unos meses más tarde nuestros dos simpáticos charlatanes se conocieron en una cafetería y resultó no sólo que el segundo charlatán era realmente una niña con síndrome de down, ¡Resultó que los dos lo eran! Aquella tarde surgió algo más que una hermosa amistad: surgió un duelo a pistola para saber quién era de verdad una niña con síndrome de down y quién un reflejo, un fraude, un doble, en fin, un impostor… ¡Y resultó que los dos eran un reflejo del otro…!






[i] Dicho mientras se relame del gusto malicioso por la expresión.


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