Historia de un cupón

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   Cuando a Francisco Alfredo Serrano Martínez le tocaron cien millones de dólares en la lotería, no se lo podía creer. Luego, cuando Francisco Alfredo por fin logró creérselo, le dio un infarto al corazón y se murió; tenía setenta y seis años.

Su mujer estaba preparando la cena cuando se encontró a su marido muerto en el baño. Él en un último esfuerzo de supervivencia había querido refrescarse el rostro y murió de pie e inclinado con la cabeza dentro del lavamanos. Su mujer se llamaba María Teresa González Sánchez. Francisco Alfredo todavía tenía el cupón apretado en la mano cuando María Teresa se preguntó qué sería aquel papel arrugado y se lo arrebató. Confirmó que el papel era un cupón y estaba premiado, llamó a su hijo para darle la noticia de la muerte de su padre y de los cien millones de dólares que acababa de ganar en la lotería y después se dió cuenta de que se le estaba quemando la comida, corrió a la cocina, apagó el fuego, respiró humo negro y murió tosiendo sentada en el sofá; María Teresa tenía setenta y seis años. 

El cupón se lo quedó su hijo mayor Arturo Ernesto Serrano González, de cuarenta y un años de edad, que tenía llaves de la casa aunque hacía muchos años que ya no vivía allí. Encontró el cupón premiado sobre el pecho de su madre, que lo apretaba fuertemente contra su cuerpo. Para arrebatárselo, Arturo Ernesto tuvo que romperle los dedos al cadáver asfixiado de su madre. Decidió fingir que no había pasado aún por la casa de sus padres, regresar a su casa y darle la noticia del cupón premiado a su esposa. Por el camino Arturo Ernesto se saltó un semáforo en rojo y atropelló a un hombre de cincuenta años llamado Javier Esteban Álvarez Pérez. El hijo de Javier Esteban estaba con su padre en el momento del accidente, y se enfadó tanto al presenciar el atropello mortal que corrió a por Arturo Ernesto, lo sacó a rastras por la puerta del piloto mientras Arturo Ernesto suplicaba compasión y lo mató de una paliza. El golpe final fue un pisotón en la cabeza que le reventó el cráneo en pedazos. Luego de matar de un ataque de rabia a Arturo Ernesto, el hijo de Javier Esteban, llamado Mario Alberto Álvarez Gutiérrez de treinta y un años, vio volar por el cielo el cupón premiado, que había saltado del bolsillo de la camisa de Arturo Ernesto tras un golpe del viento. Mario Alberto recogió el cupón del suelo, recordó que aquel era el cupón premiado, se lo guardó en el bolsillo trasero del pantalón y salió corriendo a casa a esconder el billete ganador en el fondo de un armario. Pero por el camino fue atropellado por un autobús y se murió. Mario Alberto estaba casado con Sonia Carla Palomo Ravelo, de veintinueve años de edad, madre de dos hijos, Jorge Santiago Álvarez Palomo, de seis años y Sergio Ramón Álvarez Palomo, de cuatro años. Sonia Carla murió del disgusto tras enterarse de que su esposo Mario Alberto había muerto: se sintió tan horrorizada por enviudar antes de los treinta años que se suicidó junto con sus hijos Jorge Santiago y Sergio Ramón en el funeral de su esposo. 

El conductor del autobús se llamaba Alejando Gabriel Palma-Handal Hernández. Pero, sinceramente nos estamos cansando de dar tantos nombres y nos comenzamos a preguntar si este relato va hacia algún sitio importante, si queremos decir algo trascendente de verdad o sólo escribir un par de chistes sobre nombres largos y una historia un tanto macabra sobre la corrupción espiritual del dinero y gente que se muere sin ningún orden ni concierto. Como nos tememos que resulta más cierto este segundo punto que el primero, lo dejaremos aquí, no sin antes informarles del final que teníamos planeado; para asombro del lector: al final el cupón se lo encuentra un perro cojo, le operan de la pata, le contratan como actor principal de una serie de televisión sobre perros heroicos, le convierten en una estrella, se hace adicto a las drogas y se gasta los cien millones de dólares en drogas, putas y collares anti-pulgas. El perro se llama Jonás Rex Michelet Descartes, tiene trece años. Todavía vive, actualmente se encuentra en rehabilitación. Y poco más. 

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