Hacia nunca: Segundo capítulo
I
He decidido ir al depósito a buscar unos cuantos sobres de café para preparar un poco ahora que no pasa nada. Por el camino escucho la música monótona de mis pasos sobre las frescas baldosas de porcelana: me encanta tener limpio este lugar. Llego al almacén, aprovecho el viaje para sorber un poco de agua de alguna de las miles de botellas de agua mineral, recojo los sobres, los dejo todo en el carro que traigo conmigo, y lo empujo hasta la cocina iluminada. El café dentro del primer cajón, las botellas, en cambio, sobre ésta, al fondo del frigorífico pegado contra las baldosas simples. Pero en el transcurso del viaje he cambiado de parecer: no me apetece café. Saco una botella de papas fritas de un estante y me sirvo un refresco de coca cola, abro allí mismo la lata, vierto el contenido dentro de uno de los vasos limpios de tubo de la vajilla hasta llenarlo pero sin que la lata se vacíe, dejo la lata encima de la encimera con un poco de líquido aún, y regreso al frente para contemplar las lápidas. Son las ocho y veinte de la mañana. Todavía no he dormido nada. Es viernes. Estamos en noviembre.
II
Hoy amaneció otro día sin cielo, sincero y desalmado, y después vendrá otra noche, la misma noche llevándoselo todo por delante. Las nubes son rojas y el cielo negro, pero aún es pronto y tengo que darme prisa. He escogido el momento más silenciosos para salir, y camino calle abajo entre ruinas pálidas envueltas en humo y llamas solitarias. En la distancia suenan disparos, gritos, motores y explosiones. Me miro obsesivamente en todos los cristales y noto mi cara desvanecerse profundamente. Pienso sin querer en mi pasado. Me repugna recordarme. ¡Pero mira en que te convertiste...! Tu pasado no te reconoce, Has vagado toda tu vida contemplando tu propia imaginación hueca y ahora suplicas para tus adentros que no quieres morirte. No sé cómo puedes seguir apostando por ese odioso cuerpecillo. Eres un misterio patético. Ahora ya sabes cómo desperdiciaste tu vida postrado ante las demás personas, oculto como ahora, bien untado en miradas polvorientas y serviciales, farfullando cantinela y respondiendo sí y no cuando era oportuno. Pasaste demasiados años sumergido en la contemplación, mirando el cansancio de las gentes. Mírate a ti ahora en ese cristal, lentísimo suicida, ha llegado tu hora, sabes que lo más doloroso es que tu alma no envejeció ni un poquito, ni un ápice se movió esa gran fortaleza vacía de tu pensamiento, y te encuentras ahora buscándote consternado, tratando de valer la pena, mirando ese espejo roto con la desesperación fría del que se sorprende tratando de sobrevivir.¡Estás vacío, amigo! ¡Hazme caso, te lo digo yo! Tienes que aceptarlo para por lo menos morir en paz, porque tu fin está al caer, y la vida no te habrá dado ningún recuerdo con que deleitarte durante los últimos instantes, ni una música feroz que bendiga los espasmos de tu sombra agonizante, sólo brillarás muerto, sólo lucirás cadáver, y ni siquiera serás tú, nadie encontrará tu cuerpo, y si lo hacen, todo el prestigio del primer y último débil homenaje será tu piel pudriéndose mezquina y sin dueño...
III
He decidido que el viejo me odia y que, como yo también le odio a él, voy a prenderle fuego a su librería. Llevo días preparándome: estoy siendo amable con él hasta la demencia, y debajo de la cama escondo víveres y cosas útiles para cuando tenga que largarme de la casa en llamas.Mientras escribo esto el sol resbala entre el cielo oxidado y ese asqueroso charco de arrugas trata de arreglar la televisión, sin darse cuenta que lo que está roto es el mundo entero. Cuando le dé su merecido chillará de rabia y de dolor pero entenderá dónde está la sabiduría: en las gónadas. El que tenga más cojones gana, y ese soy yo, mi corazón es el polo norte y pienso matar a todos los viejos que se pongan en mi camino. Todo el tiempo quiero llorar y no puedo, y encima ayer soltó un comentario que me hizo sospechar lo peor. Para abrir gentilmente la conversación le dije que íbamos a morir todos, a lo que él respondió: "Yo no moriré sin que me beses el culo". Puedo soportarlo todo menos eso. ¡Viejo marica!