Hacia nunca: Prólogo
¿Por qué las personas insisten en aburrirme incluso en el fin del mundo? Tengo fiebre. ¡Arder con mi fiebre, personillas monótonas! Ay ¿Dónde estará mi madre ahora? Echo tanto de menos a mi madre que me he echado a llorar. Y luego he pensado en mi padre y me he puesto a reír. Mi padre, que siempre me estaba criticando por leer demasiado, ¡Si supiera que ahora sólo miro la televisión, y espío al mundo como un Dios desalmado! El calor de los brazos de mi madre, el perfume de su cuerpo. ¡Si pudiera besar a mi sombra y llamarla mamá! Pero no, se escapa mi sombra, cuando quiero darle un beso, transformada en millones de moscas que revolotean a mi alrededor. Y huyen de mí, espantadas. Corro tras ellas. ¡Moscas mías, queredme! ¡Moscas mías! ¿Acaso un hombre no tiene derecho a que lo amen sus asesinos? Las moscas no son ninguna banalidad.
¡Yo! Empiezo a gritar eso. ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! Sé que quiero decir algo más, pero cuando estoy a punto de decirlo, me olvido de ello. ¡Ay! ¡Si tan sólo pudiera abrazar a mis padres una vez más! O a esa esquina. Me arrastro hasta la esquina mientras impregno el suelo con mi sudor. Le doy un abrazo. ¡Esquina mía! ¡Tu pintura es un sarpullido en la piel! ¡Te noto ruborizada! ¡Y tu dureza es timidez! Ah, esquina mía... Qué solos estamos los dos que ni las moscas se ceban con nosotros. Escucho cómo pasa el tiempo. ¡Pero si aquí no pasa el tiempo! Toso, toso, toso. Sangre. ¡Llamen a un médico! ¡Un teléfono! Mis lágrimas son un río de risas quisquillosas. He sonreído sólo para que mi esquina no entristezca. ¡Yo me voy, esquina mía! ¡Yo sé donde me voy! ¡Ya no temo un destino! De la vagina a la tumba... Hubiese preferido nacer directamente en una tumba. Iría como todo el mundo del coño a la tumba pero muchísimo más rápido. Niño prodigioso. ¡Qué talento de muerto tiene este mocoso! ¡Miren qué instinto, sabe dónde nacer para ahorrarnos cuidados médicos innecesarios! Tarde o temprano me iría acostumbrando. Creo que nos da miedo la muerte porque no estamos acostumbrados a la tumba. ¡SAL DE TU ESCONDITE, MUERTE, DONDE DUERMEN LAS RANAS BAJO LAS FALDAS DE LAS NIÑAS! Ay, me tiraré del pelo para ver si las raíces de mi cabello dan frutos milagrosos. Puedo seguir así infinitamente. Pero me moriré ahora mismo para hacerles el favor de perderme de vista.