Hacia nunca: Primer capitulo
I
La mujer se deja follar con tal de salir indemne. El hombre con chaleco de cuero y bolsillos deshilachados que cuelgan por debajo como placenta de perro cansado se coloca encima de ella con todo el peso de su cuerpo, se desabrocha la correa, se baja torpemente los pantalones.
Un minuto y medio de embestidas torpes e inconexas. Un grito contenido asfixia su respiración acelerada. Después el hombre saca su cuchillo de caza, se lo clava en el cuello, en el torso, en las manos que luchan por sobrevivir, y cuando la mujer pierde el conocimiento, le roba de su bolsa todo lo que tiene.
Me quedo mirando el cuerpo un rato que se hace largo de aburrimiento, soltando sus últimos oscuros chorros de sangre y lo que supongo que son sonidos estertores aunque no puedo escucharlos. Pienso que no tendrá descanso, pues lo más probable es que se la folle muerta el próximo mendigo que pase. Lo he visto otras veces. Y otras veces me aburrió.
II
Oigo pasos maniáticos demasiado cerca. Algunas figuras asustadas pasan fugazmente frente a mi escondite, cruzando la calle, buscando un resquicio para refugiarse de la noche. No sé si son hombres o animales sueltos, así que no me atrevo a salir. Un momento, ahora ya lo sé: son hombres, puedo distinguir los murmullos, desde aquí puedo oler lo que queda de sus sueños y de sus aspiraciones.
¡Qué tensión! Después de tantas películas, cuando uno lo vive no puede reprimir ciertos deseos repentinos, como alguna desoladora escena de amor a la luz de la desgracia. Escucho sus voces pero no entiendo nada. Van a hacer una asamblea: están decidiendo mi futuro. Aunque si no son ellos, alguien más lo hará en su lugar, alguien tendrá que decidir, si matarme o no, estoy seguro. Esto último lo pienso casi con esperanza, pero conozco la espantosa verdad. Y ya se alejan...
¡Cómo iban a encontrarme! Ni hablar, es imposible, con este maravilloso escondite; llevo tantos días solo que empiezo a odiar estar a salvo. El sitio que he escogido es perfecto y nadie en su sano juicio me encontraría, pero pienso en mudarme al cementerio que hay un poco más arriba. "Si estás hambriento no te quedes quieto", me aconsejó aquel hombre medio muerto que se acercó a mí con sigilosa desesperación la semana pasada, pidiéndome alimento. Compartimos mi último trozo de carne secreta mientras me contaba su vida. La había dedicado a estudiar a Shakespeare. De hecho antes de que todo estallase iba a publicar un libro que demostraría al mundo que el emblemático autor jamás existió. Según él, todo un grupo de extraños escritores amantes del olvido compusieron sus obras bajo ese pseudónimo. Pero ya nadie podrá leerlo. ¡Morirán engañados! "No importa, Tomorrow in the morning, that is the question", me dijo con una sonrisa mordaz antes de desaparecer entre una densa niebla gris donde se oía llorar a un bebé.
III
El viejo ha encendido otra vez su televisor. Aquí no hay señal desde hace semanas, pero él repite todos los días la estúpida pantomima de encender el televisor y luego dar un ronco alarido de sarcástica indignación. Toda su familia ha muerto, pero lo que más le preocupa e irrita al viejo es no poder ver sus programas favoritos en televisión. Programas que ni siquiera le gustaban, lo único que hacía era criticarlos. Por dios, en ningún puto lugar creo que estén dando programas en la televisión, como mucho las noticias, que encima estará tan aburrido como lo estaban antes. Y ahora, además, por la culpa de la evidente quietud de la situación (apenas tenemos nada que hacer, más que pasarnos los días enflaqueciendo en la cama), su rutina de cada día consiste en decirme a mí lo que tengo que hacer sólo para después enseñarme él cómo se hace de verdad bien. Tiene en el piso unos cien libros, pero el viejo no lee nunca, ni siquiera ahora. Sólo sabe protestar por la ignorancia de los demás. Yo los leería de no ser porque tengo que estar atento cada segundo de mi tiempo a sus insolitos caprichos de viejo. Bastante tengo con salir de casa a buscar comida cada mañana para encima soportar malos tratos de un viejo borracho que ha vivido demasiado. Camino por los parques, entro a las casas, saqueo tiendas, pero apenas encuentro nada. Se lo han llevado todo, esos hijos de puta.