Epílogo del hastío
(En silencio, contemplándome) ¿Dónde está mi cuchilla? Ni muerto me apuñalaré con una navaja suiza o con un asqueroso sacacorchos. ¿Y por qué muerto no podré apuñalarme si vivo lo hice? ...
(Otro espíritu condenado respondiendo con voz pesarosa) ¡Amigo! A usted le pasa que es un pregunton ¿Acaso no se da cuenta que está ya en el infierno?
(Yo, contestando) ¡Claro! Y mi condena es contemplarme por toda la eternidad; ¿Cómo puede ser eso?
(El condenado amistoso respondiendo) ¡Eso decimos todos al principio! Luego tu principal deseo en vida se convertirá en cruel rutina, sufrirás tanto que aunque te rebanes el cuello, volverás al mismo punto de partida, será inútil: ¡En ese cuarto atiborrado de libros y papeles contemplate! Contempla la escena, todo está perfectamente preparado para tu tortura. ¡Pero a quién se le ocurre ponerse a pensar y no creer en Dios! ¡Acaso eres imbécil!
(Más voces condenadas, uniéndose) ¡Anormal! ¡Retrasado! ¡Desgraciado! ¡Idiota! ¡Imbécil!