El profesor magnate
Érase un hombre tirado en el suelo, borracho. El profesor Magnate se le acercó, le dijo: "Joven, ¿No le da a usted vergüenza, a su edad y sin trabajo? Tome este billete de cinco y pida un café ahora mismo; y con lo que sobre compra empanadas". El hombre lo miró de reojo, desde el suelo, se vomitó encima y le dijo: "Ah, vale...".
Al día siguiente el profesor Magnate (desconocemos su profesión, pero él se hacía llamar así. Iba siempre bien vestido, elegante, exquisito; consideramos la posibilidad de que fuese algún tipo de millonario) se encontró en la misma calle con el mismo hombre tirado sobre unos cartones, de nuevo borracho. "¿Todavía aquí?", le espetó.
"¿Pero qué hizo usted con el dinero? ¡Ande, ande! Tome tome diez dólares y pida un café y algo para comer, luego a la noche cómprese algo para cenar". El hombre estaba tan profundamente dormido que no se enteró de nada de lo que le dijeron.
Y, como el día anterior, al día siguiente el profesor Magnate (según nuestras exhaustivas investigaciones, había heredado una importante fortuna de no sabemos quién. Pero, vamos, el tipo estaba forrado) se volvió a encontrar con el mismo sórdido, grotesco, y desdichado borracho, totalmente abandonado a su suerte, sucio, feo, desharrapado, meado encima. "¡Es usted increíble! Tome, tome estos veinte dólares, pida un café, unos bollos, y ahorre algo para la cena y el desayuno de mañana". El hombre que tenía insomnio, pues los vapores de su orina impregnada en la ropa no le dejaban dormir, le dijo: "Ah vale... como usted quiera".
De nuevo al día siguiente, cuando el profesor Magnate (la fortuna la había heredado de su abuelo, como hemos podido leer en unos papeles oficiales. El abuelo murió hace treinta años, y este hombre, huérfano desde los doce lo heredó todo al cumplir dieciocho) pasó de nuevo por la misma rematada calle, se encontró con el mismo perdido borracho, tomando vino, acurrucado en una esquina, cubierto por unas escasas mantas que apenas lo protegían del frío. "¡Esto pasa ya de castaño a oscuro! Mire, ¿ve esto? Son cien dólares. Tome usted todo y esta noche, después de unos cafés, unos bollos y una cena se compra algo de ropa y unas mantas mejores". El hombre dió un respingo pues lo había despertado, dió un trago a su botella, le miró con incredulidad, tomó el billete, le respondió que bueno y siguió bebiendo.
Día tras día, el profesor Magnate (su abuelo, en efecto, contaba con un título nobiliario: era el Marqués de Villa Destructiva) siguió pasando por esa calle, encontrándose con el borracho y dejándole algo de dinero para subsistir, cada día sumas un poco más altas. El undécimo día que se encontró al borracho, no saliendo de su asombro, se dirigió a él en los siguientes términos: "¡Hombre! ¡Debe de estar usted bromeando! ¡Si le he dado la tarde de ayer cinco mil dólares!". El hombre desde el suelo, bajo las mejores mantas que tenían en la tienda, con buena ropa, cómoda, cara, gruesa, le miró descansado, pero no le dijo nada. "Tome, le firmo ahora un cheque por valor de quinientos mil, cómprese un apartamento agradable, ropa, perro, busque novia, consiga trabajo y espero no volverlo a ver tirado por aquí nunca más". Cinco meses más tarde, el anterior borracho, que ahora era un electricista competente, paseando a su perro, y del brazo de su nueva novia, paseó por la misma calle donde había pasado tan buenos momentos, y se encontró por casualidad al Profesor Magnate, que le miró desde el suelo, compungido, atribulado, con el rostro sucio, el pelo grasiento, la ropa hecha jirones y el aliento con un fuerte olor a alcohol. Cuando el Profesor reconoció al antiguo borracho, se le arrojó a los tobillos, de rodillas, dirigiéndose eufóricamente a él en los siguientes términos: "¡Usted! ¡Usted fue mi desgracia! ¡Mi ruina! ¡Tiene que ayudarme! Estoy acabado, sin un céntimo, todo se lo di a usted, me ha quitado mi casa, mis autos, mi yate, ¡todo, se lo ha llevado todo! ¿por qué no me devuelve el dinero que le dejé? con eso podría salvar mi situación actual".
"Perdone, caballero" -respondió con voz grave, seria, el electricista, "pero yo a usted no le debo nada. Jamás le pedí ni un sólo céntimo, ni tampoco le di las gracias".
Estaba perfectamente borracho en mi rincón sin molestar a nadie, sin pretender ser molestado. Usted, en su arrogancia, pensó que con su asqueroso dinero me salvaría. Ni siquiera me preguntó qué es lo que yo quería, mis metas, sueños... Su patético sentido de la degradación humana lo desacredita. ¿Y qué clase de benevolencia es esa que exige ser respuesta? Por otra parte, ¿de verdad piensa que fue exitoso su proyecto de salvación humana? ¿le parece, en serio, que soy feliz ahora? Sólo hice lo que me pidió, porque me dió usted pena. Nunca he pedido nada de nadie, ni tampoco le debo nada. Si en el futuro termino en la calle, por mi bien. Si sigo tal y como estoy ahora, por mi bien. No espero nada del porvenir, ni tampoco rechazo nada. No seamos ingenuos, la vida no es un regalo limpio, puro, sin deudas, toda posición en este mundo tiene sus tragedias; y cuanto más tienes más pierdes. Usted en cualquier caso, no ha hecho más que añadir a mi patrimonio vital cosas que perderé tarde o temprano, que extrañaré, a las cuales me aferraré. Créame cuando le digo que no se lo deseo a nadie. ¿No es cierto, entonces, que al igual que usted me dió lo que creía que necesitaba, aún sin preguntar mi opinión al respecto, lo mismo debo hacer yo; es decir, darle a usted lo que me gustaría recibir en su lugar, sin que cuente su opinión? Le hago un favor señor mío, al negarle todos aquellos bienes que usted piensa que merece, necesita o desea. Yo arrastraré la maldición por ambos, no se preocupe. Y adiós, que tengo prisa."
"¡Es usted un cínico!" gritó exasperado el Profesor Magnate, después de escupirle en la cara con negra bilis etílica, "¡Lo peor! ¡Desalmado! ¡Ojalá se pudra en su nueva casa! ¡Pedazo de mierda desagradecida!"
"Ah, bueno..." respondió el electricista mientras mientras se alejaba tirando la correa de su perro, que quería quedarse un rato más olisqueando la ropa empapada en orina del Profesor.