Apología del llanto

¿Por qué debo atragantarme con mi amargura, disimular las lágrimas, esconder mi dolor, retorcer la mueca desagradable de mi rostro hasta que asemeje a una sonrisa humana, sólo para que algún tarado susceptible pueda respirar tranquilo en su ataúd cósmico, mientras contempla las estrellas maravillado, olvidando que no son más que bolas de gas en llamas con el poder de destruir mundos enteros? ¿Quién es, entonces, el egoísta, aquél que pretende ser honesto y libre aunque su libertad mal educada desgarre el alma de los buenos ciudadanos, o aquél que se lo impide y que recurre a la culpabilidad para que nada turbe su ridícula tranquilidad pueril, aunque tenga que imponer su patético estado de ánimo en los otros, otros a los que, además, dice querer? ¿La felicidad es servidumbre de la sanidad pública? ¿Es el optimismo una guerra feroz contra la inteligencia?

Estoy triste y amargado, y mi sonrisa parece la risa de una hiena histérica y desfigurada en una pelea; quiero hundirme en mi tristeza y golpear las paredes con los puños hasta que mis huesos sean el polvo sin conciencia que nunca debió dejar de ser; y quien quiera observar el espectáculo de mi inmundicia que no se haga el héroe y pretenda salvarme, porque no te salvan a ti, sino a ellos: salvan para que no les remuerda la conciencia, para no tener que reconocerte ni siquiera una pequeña parcela de verdad, pues tu verdad es aterradora, además, representa la derrota de ellos, te salvan para poder vivir tranquilos. Violan tu libertad por una falsa ilusión de paz, oprimen tus sentidos porque son tan cobardes y mezquinos que no pueden vivir con tu infierno, y para no convivir con tu infierno harán lo que haga falta, desde manipularte emocionalmente para que no expreses tu tristeza, hasta amarrate a una cama para que estés callado y muy quieto, tan quieto que parezca que no existes, tan callado que escuchen los pájaros trinar sus mentiras: pero los árboles donde están sus nidos están podridos y los pájaros también se pudren y se caen de sus nidos y los perros que aúllan al infinito se los comen y luego se mueren y se los traga la tierra y aquí no ha pasado nada.