“A eso de las tres de la tarde, Jesús clamó en voz fuerte: ‘Eli, Eli, ¿lema sabactani?’, que significa ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ ” (Mat. 27:46, NVI).
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Todas las preguntas que hemos estudiado hasta ahora, habían sido dirigidas a los seres humanos. Sin embargo, hubo una vez en que Jesús le hizo una pregunta a su Padre. En las cámaras secretas de oración seguramente hubo más, pero no tenemos registro directo de ellas en los evangelios. Algunas preguntas retóricas quizá nos dan una pauta del diálogo constante entre Jesús y el Padre, porque se cuelan varias expresiones de complicidad que nos muestran una intimidad a la que deberíamos aspirar.
Ya no había huerto o jardín al que alejarse para orar. Jesús estaba en la cruz, después de horas de agonía, golpes, maltrato, injusticia, indiferencia, traición, abandono, negación, burlas… Y en el medio, se las había arreglado para darle libertad a Barrabás, conciencia a Pilato, una mirada de amor a Pedro, perspectiva a las mujeres que se mostraron compasivas con él en su pesada caminata, el regalo de cargar la cruz a Simón de Cirene, perdón al ladrón que pendía a su lado —y a todos los que no sabían lo que hacían—, el sonido de su voz y su entereza a los soldados que jamás lo olvidarían, seguridad y familia a María y a Juan, y un testimonio silencioso e impactante sin comparación en la historia de este mundo.
La imagen de Jesús en la cruz, su muerte por causa del pecado, su sacrificio por causa del amor, es una imagen que deberíamos evocar al menos una vez al día. Aún hoy podemos encontrar esos mismos regalos que hizo con sus últimas fuerzas solo al pensar en él, aceptarlo y pedirlo.
Quizás, como muchos de los que se acercaron aquel día a la cruz que esperaban que Jesús hiciese alguna manifestación final de poder y se librara de su muerte, hoy nos acercamos a él por motivos equivocados o esperando algo según nuestra propia voluntad. ¿Y si lo que más necesitamos son esas bendiciones que él dio en sus últimas horas?
El peso del pecado lo hacían sentir muy lejos de su Padre, y la angustia que sentía por esta separación era tal, que Jesús sintió que había sido abandonado. Hoy, que la historia ya fue contada y sabemos su final, simplificamos un poco lo que estos momentos significaron, y la fe y la entrega inmensas que requirieron. Hoy, gracias a ese abandono que él sintió, sabemos que nunca seremos abandonados.
Carolina Ramos
DEVOCIÓN MATUTINA PARA JÓVENES 2021