Capitulo 1. El punto penal (tercera parte).
—Bueno hermano mío, a pensar en frío, no te queda de
otra, y no faltes mañana, recuerda lo que dice el profesor:
«no temas al fracaso, así que no te sientes a ver el camino,
levántate y recórrelo, porque caminando aprenderás en
cada paso que des, y lo mejor aún es que puedes llegar a la
meta».
El pequeño pero gigante portero chocó la mano con la
de Xande, y alborotando su cabello con sus manos, se levantó
y despidió de él con una sonrisa que expresaba todo
el apoyo que le brindaba.
Xande se quedó acostado, con las manos entrelazadas
sobre su cabeza, tenía los ojos cerrados tratando de remontar
en su memoria el partido que había terminado hacía rato
ya. Buscaba, repasaba y no veía el error por ningún lado, se
apretaba con fuerza la cara con sus manos para repasar de
nuevo y nada, no encontraba donde corregir, el momento
donde se perdió en la cancha no aparecía en su mente.
—¿Dónde, dónde? —abriendo los ojos y mirando fijamente
al cielo decía en voz alta, que el día no era tan azul
como él lo había creído mientras veía como el sol ya buscaba
ocultarse, y lo hacía entre nubes grises que asomaban
mal tiempo.
—¡Eso es lo que falta, que llueva! —exclamó con tono
de lúgubre amargura. Le habló al que eventualmente no
respondía a sus palabras, le habló con la voz de siempre,
triste y rendida.
La noche había llegado más no la lluvia, como si hubiera
escuchado el reproche del muchacho lloroso que miraba
desde la tierra con su lluvia interna. Habían pasado poco
más de dos horas y Xande permanecía tendido sobre el suelo,
pensando y soñando. Pensó muchas cosas y la mayoría
de ellas tenían que ver con su mal día, pensaba en todo lo
que practicaba y soñaba en el día, en que todo saliera en el
campo de juego como lo armaba en su cabeza, repasaba que
se había despertado a las cinco y quince de la mañana, porque
no pudo dormir más, el partido de hoy no le permitía
otra cosa que no fuera revisar todo lo preparado. Soñaba
con el día de poder jugar y demostrar todo lo presto que
estaba, cavilaba en sus compañeros que no le respetaban,
fantaseaba con el momento de poder cambiar su imagen de
mal jugador por la del atleta competitivo que todos esperaban
que él fuera, meditaba sobre la falta de confianza que le
tenían y soñaba con ser el referente de su equipo y en todo
lo que le faltaba por llegar a la meta que había jurado cruzar
junto con Juanpe mientras el frío de la noche entraba en sus
huesos queriéndole avisar de la lluvia, pero él se encontraba
demasiado abstraído para darse cuenta. Soñaba con el
día en que atravesase la meta, y se le escapaba una sonrisa.
Soñaba con que todo fuera posible, sabía que sí podía,
pues todos los demás compañeros empezaron desde cero
igual que él. Solo faltaba encontrar la llave, necesitaba conectar
su mente a su cuerpo y no conseguía el modo ni la
forma de hacerlo. Recordaba a su entrenador decir: «Todo
lo que soñamos estando despiertos lo podemos lograr, solo
debemos entender que nuestra mente tiene que estar conectada
a nuestro cuerpo y eso es un clic y listo. ¡Enciéndalo!».
Las palabras de su entrenador se paseaban por su cabeza, y
cuanto más aparecían, más se llenaba de rabia, puesto que
él las entendía y sabía todo lo que tenía que hacer. Entonces,
¿por qué fallaba?, ¿o qué faltaba? Preguntaba mirando
el cielo ya oscurecido totalmente con grupos de nubes negras
que manchaban el fascinante paisaje de estrellas.
—¿Dónde está ese bendito clic? —volvía a preguntar al
que nunca respondía, mientras el frío arropaba el espigado
cuerpo de Xande, puyando su carne sucia de tierra y grama.
Pero eso a él no le importaba, ni se había percatado de
que la helada brisa congelaba sus huesos, y es que su mente
no se encontraba allí, estaba sumergido en la frustración y
las aguas eran cálidas, allí no había lugar para el frío; por el
contrario, la desilusión y la rabia calentaban su sangre y su
cabeza, pensaba y recordaba las palabras de su entrenador:
«Caminando aprenderás en cada paso que des y mejor aún
es que puedes llegar a la meta». Y se preguntaba al mismo
tiempo que salía del cálido trance donde había estado por
un largo rato, ¿cuánto más tenía que caminar?
—¿Cuánto más? —le gritó al cielo, y sintió el frío punzante
que penetraba su sucia piel quemada por el sol que
maquillaba su palidez natural. Intentó calentarse frotándo
se las manos sobre sus brazos, pero el frío ya se había acomodado
hace rato. Mientras se disponía a levantarse para
irse a casa, vio pasar una estrella fugaz que atravesó el espacio
que aún quedaba libre de nubes y se perdió de igual
manera en la espesura de las mismas. Sonrió con ironía recordando
la vieja costumbre de pedir un deseo cuando ves
una de esas estrellas viajar por el firmamento estelar hasta
desparecer. Recordó las tantas veces que había visto una de
esas y que cada una tenía un deseo que le pertenecía, deseos
que se perdían en el recuerdo, porque uno nuevo eliminaba
a uno viejo. Aunque hubo uno que se repitió tantas veces,
hasta el punto de hacerse automático al aparecer una estrella
fugaz en el cielo, deseo que esta vez no se activó, pues
Xande, que ya temblaba por el frío que le apuñalaba con
más intensidad su larga y delgada figura, no tenía ánimos
de desear ni de soñar, esta vez para él solo eran fragmentos
rocosos suicidas, como lo había descrito su profesor de
ciencias en algún momento mientras asistía por las tardes
a una de esas clases largas y aburridas a plena hora de la
siesta. Estaba muy ocupado preguntando al que nunca le
responde para agregar un deseo más a la larga lista en espera
que hacían cola para ser cumplidos, mientras esperaba
las respuestas que nunca llegarían a todos los porqués que
fastidiaban en su cabeza, que a veces se acumulaban y apretaban
al punto de no dejar entrar ningún otro pensamiento,
apoyó ambas manos al piso y se sentó.
—¡Listo! —exclamó como para darse valor y entrar en
los ánimos que le ayudaran a salir del lugar e irse a su casa
mientras se ponía en cuclillas. —Ya en casa deben de estar
preguntando por mí, seguramente vieron a Juanpe y les extrañará
que no haya llegado aún.
Juanpe vivía en el mismo complejo residencial que
Xande, era una comunidad compuesta por cuatro edificios
de color azul y de tres pisos. Juanpe vivía en el primer piso
del edificio A-1, y él vivía en planta baja del A-2.
Mientras Xande se levantaba en espíritu y decidía
marcharse de una vez, una extraña y pequeña luz blanca
que se encontraba a pocos pasos de él le sacó de su dilema.
Por unos segundos se quedó observando con detenimiento
esa luz poco común que se encontraba frente a él. Parecía
un pequeño bombillo de forma cóncava rectangular y
resplandecía sin titilar ni perder su intensidad luminosa.
Xande parecía maravillado por la luz magnética que se desprendía
del singular objeto y que lo envolvía atrayéndolo
hacia él con un hipnótico interés, lográndolo sacar de los
postrados pensamientos que lo mantenían aún internado
en el campo. El resplandeciente objeto descansaba sobre un
grupúsculo de gramas de los que se encontraban repartidos
por todo el terreno, tanto dentro como fuera del rectángulo
de juego. Xande, atraído por el pequeño y lumínico elemento,
se acercó sin levantarse hasta donde se encontraba
la radiante luz, poniéndose de rodillas y con cierto temor
y mucho cuidado se hizo del pequeño trocito de luna. Lo
observó con mucho detenimiento, era una pieza muy rara.
—¡Asombroso! —el muchacho parecía estar maravillado
por el pequeño tesoro que tenía entre sus manos.
Continuará...