La Leyenda de la Llorona o la Carrera de un Llorón

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2 years ago

Traido de Noise.cash de mi propia autoría.

Debo poner sobre aviso al lector que lo aquí escrito, es en su totalidad producto de mi imaginación. Por lo que cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia. Además, aunque está narrado en primera persona, el del cuento no soy yo.

Por Comerme lo que no era Mio

Corría el año de 1984, por allá en San Fernando de Apure. Mayo, para ser más exactos, mes de espantos y aparecidos. Epoca de inundaciones, mes de barro y plaga, por las "mandilatas" de aguacero que solían azotar aquellas zonas.

Quien les escribe, les relatará una espantosa historia de horror y gritos, en la cual casi muero por manos de marido celoso y de un susto propiciado por un ente maligno y feo del más allá, en este del más allá de mi imaginación; que se aprovechó de mi miedo y desesperación, lo cual me llevó a dar una larga carrera, para huir de sus fantamasles gritos.

Cumplía los 22, y recién salido del cuartel, como llamaban al Servicio Militar en aquel tiempo. Fondista corto y campeón de 1.500 y 3.000 metros planos, en los juegos Inter Fuerzas. Buen mozo y embalao para el amor, así como dice el tango, creía que mundo era mio sin haberlo pagado.

Así, se me ocurrre la brillante idea de mantener un amorío, con una mujer casada, la esposa de un policía para agregarle más riesgo el deporte extremo de comer carne ajena, sin permiso y sin conocimiento del propietario.

La dama en mención, vivía por los lados del barrio La Hidalguía, justo detrás del nuevo cementerio de la ciudad. Una mujer de unos treinta y tantos, bajita, una tez que reflejaba su descendencia indigena, carne firme y bien apegada a los huesos, y unas caderas, que le acusaban de ser experta en el baile del "bolerajo", que es una liga de bolero arriba y guaracha abajo.

Cuando el salía yo entraba

De esa forma yo viví, clandestino y feliz, hasta esa tenebrosa noche de Mayo, cuando unas vecinas amigas de mi amante, le llamaron para avisarle que ya su esposo por allí venía, que a la final no fue más que una falsa alarma.

A la carrera, me vestí y salí por la puerta de atrás; el patio más bien parecía sabana por lo extenso de sus medidas, separado por una cerca de las altas paredes del cementerio. Desde donde se escuchaban, según los moradores del sitio, ruidos extraños, y hasta lamentos y quejidos.

Para rematar, las luces del camposanto, no funcionaban todavía, y las escasas bombillas de las casas aledañas, le pusieron al asunto su toque tenebroso.

¿A quien carajo, se le va a ocurrir ponerse a pensar en marisqueras de muertos y espíritus en semejante situación?. Saquemos cuentas, a media noche, huyendo por la puerta de atrás, reptando por las paredes de un cementerio; de un marido que está a punto de averiguar por que tiene que agacharse para pasar por una puerta y por que la gente se le rie al pasar. Pero a su ignorancia no era a lo que yo temía, sino a su arma de reglamento, una Smith & Wesson calibre 38, con seis tiros en la masa, que a lo mejor ya llevaban mi nombre y apellido marcados.

Para empeorar la situación, el palo de agua que cayó temprano en la noche, del cual nos aprovechamos para amarnos salvaje, violenta y gritonamente (esto último por parte de ella); dejó el aŕea del patio y los muros del cementerio, llenos de agua y barro. La única salida: una hilera de promontorios de tierra y desechos de construcción, que hacía un corredor inestable y resbaloso; apegados a las paredes del camposanto, como faldones rematados por un pináculo; interconectados a su vez por una zanja donde escurría el agua y todos el material que se les deslavaba.

Ni modo, como pude llegué hasta la zanja; los zapatos entraban en el barro hasta el tobillo y con dificultad lo hacía salir, para dar el siguente paso.

Con la agradable idea del momento placentero que temprano viví, traté de alegrar el primer tramo de la huida. Con mucha dificultad pude trepar a los pináculos de los promontorios, donde apenas cabía un pie a la vez.

Apoyado contra la pared, que de cuando en cuando ofrecía algún orificio, por donde podía meter uno o dos dedos, para asirme y avanzar. La posición que adopté, me concedía el aspecto del hombre araña, pero sin los póderes del hombre araña. Avanzaba en forma lateral, muy lentamente, en ocasiones, un pie resbalaba y casi fui a parar de espaldas a la zanja.

Quedaba, yo pues, en una posición desventajosa, pues tenía la espalda y las nalgas expuestas a merced de la plaga, de la cual no me podía espantar.

Como les dije anteriormente, a uno se le ocurren las peores ideas en los momentos y lugares más inoportunos. Vaya, me puse a pensar ¿como hago para huir, si me sale un muerto?, no concluí este pensamiento, cuando se asaltó este otros mucho peor.

  • Detrás de estas paredes, hay gente muerta y sólo ellas me separan de ellos.

Una cosa es ver llegar al Diablo y otra mandarle una invitación

Lo que pasó a continuación fue toda una locura. Me dije a mismo, en mi mejor tono regañón.

  • A vaina Julio, vas a estar creyendo en eses pendejadas.

No conforme con ese auto-regaño, abrí la jeta lo más ancho que pude y pegué aquel leco lastimero y sonoro, que según dicen los que la han visto, hace "la llorona" cuando aparece.

  • Aaaaaaayyyyyyyyyyyyy, miiiisssss hiiiiiiijooooossssss

Y el vacio del terreno llano de la necrópolis, me devuelve un eco tan sobrenatural, que firmemente creí que alguien me respondió del otro lado de los muros de más tres metros de altura, y peor, llegué a sentir que ya los venía trepando para caerme encima.

Sentí que un dedo frío, como hielo seco, con una uña afilada, me recorría rápidamente desde la nuca hasta donde la espalda pierde su nombre santo, para toma otro no tanto. Y supuse que me quería hasta violar, por que allí no se detuvo.

  • ¡Carajo! me van a coger aquí sin poderme mover para defenderme.

Me dejé deslizar hasta la zanja y allí lo que debió haber sido, una honrosa y callada retirada se conviritó en una notoría y escandalosa.

Huida en desbandada

Yo les pregunto, ¿que habrían hecho en mi lugar?, cuando a uno lo invade un sentimiento tan grande como la alegría, uno ríe; cuando la tristeza se apodera de uno, uno llora, pero cuando el miedo lo agarra a uno por la parte de atrás, uno no hace otra cosa que correr. ¿me van decir que no?

Dos veces me levanté del barro, a donde fui a parar de pecho. Y yo con aquel cuidado de no mojarme más arriba de los tobillo.

  • Concha de tomate (ofensa venezolana dedicada a mamá de alguien)

Mientras más corría, sentía como si algo me halara hacía atrás, parecía una película en Slow Motion (cámara lenta) como las de terror. Aunque pensándolo bien ¿sería el barro de mis zapatos y pantalón que no me permitían correr libremente?.

Los perros ladraron con furia, las luces de los patios se encendieron, casi al mismo tiempo. Uno que otro parroquiano, se le ocurrió asomarse, para aevriguar que sucedía.

Me pude dar cuenta, en medio de mi desepreación, que las puertas se cerraban a medida que yo pasaba por detrás de los patios, hasta que por fin alcancé la primera acera de la esquina sureste del cementerio. Allí me dije aliviado.

  • De aquí en adelante la cosa es fácil.

¿Fácil?, lo que me encontré de frente era peor que ocho lloronas juntas.

La Banda de los Blackamanes

Una pequeña organización vecinal (por decir lo mejor) de chamos entra 16 a 25 años, con fines de lucro, de mucho lucro, a costilla de los transeúntes inocente que osaran transitar desprevenidos por sus predios.

Con el impulso que traía, sólo se me ocurrió una argucia que había leido en alguna parte. Puse mi mejor cara de "cagao" y grité con fuerza.

  • Ahí vieeeneeee.

Acto seguido se escucharon aves marías purísimas, ¿que no se que hacen esas santas palabras en boca de un malandro?, pero bueno todos somos hijos de Dios. Planchas de zinc retorciéndose bajo las pisadas apresudadas. Y un malandro que le dedicó estas lindas palabras a la mamá de otro malandro.

  • Abreme la puerta, halcón de ocumare.

Todo hubiese quedado muy bien, pero como las cosas no siempre son perfectas, a dos individuos de las banda se les ocurrió huir en la misma dirección y sentido que yo llevaba. ¿No pudieron haber corrido para otro lado? además de mal vivientes, antojados.

Pasamos por el frente de la entrada principal del cementerio, en donde me hice la señal de la cruz no se cuantas veces, al tiempo que vociferaba en la forma más sentida y arrastrada, frases que le escuchaba a una mis tías, muy devota católica.

  • Aaaayyyyy Dios mío.

  • Aaaayyyyy gran poder de Dios.

  • Aaaayyyyy no vuelvo a salir de noche.

Un malandro le dijo al otro.

  • Va bien asustao el chamo.

¿No voy a estar asustado? con ustedes dos cada uno a mi lado.

Si me echo a reir aquí, me van a caer a cuñazos (golpe dado con un cuño) favor no confundir.

Los dejé atrás, como le dije, recien salido del cuartel, con un handicap de corredor de media distancia, fui a parar la carrera la Parque de Ferias José Antonio Páez, más o menos tres kilómetros desde donde emprendí la carrera.

Una sucesión de jadeos y carcajadas me invadieron, hasta casi faltarme el aire.

Cuando por fin me pude controla, continué camino a mi casa, a la cual llegué pasadas las tres de la madrugada.

Epílogo

En la siguiente edición, del semanario El Apureño, reseñó en primera plana, "La Llorona aparece de nuevo por los lados del nuevo cementerio", lo supe por mi mamá, quien me golpeó con periódico enrollado a la vez que me regañaba.

  • ¡Mira!, deja de andar donde la mujercita esa del cementerio, que está saliendo la llorona. Aquí lo dice en el periódico.

Y yo.

  • ¿Si? No me digas mamá.

  • Bueno, si lo dice el periódico debe ser verdad.

¿No creen ustedes?

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2 years ago

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