los portones negros
A pesar de los argumentos de los principales miembros de la tribu, el venerable chamán había decidido marchar hacia rumbos incógnitos en busca de la entrada al mundo de los muertos;
-Mi hora final ha llegado y debo ser yo, quien en solitario indague y encuentre la entrada a mi eterna morada –dijo, hizo una pequeña pausa, tomó su morral y su pequeño tambor de piel de borrego y madera hecho por él mismo, y sigue diciendo;
-Desde que nuestro cementerio sagrado fue saqueado por los colonos, yo sabía que mi destino postrero era este. Aquel infame y cobarde hecho rompió con una de nuestras costumbres milenarias de ser enterrado en las proximidades del pueblo y con los rituales propios de nuestras creencias. Por ello, ahora debo partir en busca del umbral que llevará mi espíritu con nuestros antepasados –finalizó.
De pie junto a la ventana de la rústica cabaña, su joven discípulo y nuevo chaman de la aldea escuchaba con tristeza sus palabras. Alejado de los demás y con la mirada en el horizonte, el joven grabó muchas de las preciosas vivencias que había compartido desde niño con su maestro y guía espiritual.
-Desde hace algún tiempo supe que este momento llegaría… –se dijo para sí mismo, se acomodó el bolso de hierbas que siempre llevaba consigo y fijó su mirada en su mentor. Recordó la primera vez que había tomado conciencia de sus condiciones especiales para iniciarse en el sendero del chamanismo, de cuando niño en una de las visitaba el cementerio sagrado con sus abuelos había alcanzado por un rayo que lo dejó inconsciente por dos días y que al lograr sobrevivir de ese impacto, habia sido digno como aprendiz de chaman;
-Ese instante marcó mi vida, ya base de pasajes de iniciación, disciplina y entrenamiento riguroso consiguió transitar entre el mundo de los mortales y el mundo de los espíritus, y pudo vislumbrar la armonía caótica entre los seres de arriba y los de abajo –repuso finalmente, y enseguida se aproximó al venerable anciano quien pidió a los demás que abandonaran la estancia y lo llamó a su lado;
-Partiré en unos minutos y deseo saber los pensamientos y emociones que inundan ahora tu mente… –le preguntó al joven chamán.
-Estaba recapitulando ciertos hechos relevantes en mi vida –le dijo, hizo una corta pausa y se sentó en la butaca frente al fogón; -a pesar de que tu partida es un evento anunciado desde hace tiempo, ahora me es muy difícil mantenerme sereno y ecuánime –repuso.
-Entiendo muy bien tu sentir, yo pasé por esa separación cuando mi guía espiritual murió y algún día también tú deberás partir en busca del umbral arcano, y dejar a tu sucesor a cargo de la espiritualidad de la aldea –le dijo.
Sacó de su bolso varias piedras cristalinas, un sol de cuarzo y una pequeña y preciosa escultura en madera del tótem Lobo esculpida en madera;
-Te confiero estos símbolos sagrados que han estado en nuestro poder por cientos de años –se los entregó y continuó diciendo
-Ahora estarán bajo tu resguardo hasta que se los entregues al que será tu discípulo y sucesor. Tú estás preparado para lo que te espera, sabrás ser ante todo el sanador de la tribu y el depositario de nuestra sabiduría ancestral. Recuerda que tú recibiste tu don chamánico por elección de los espíritus, pero que con mucha seguridad tu sucesor podría ser uno de tus hijos por don heredado –dijo el sabio anciano.
Luego se dirigió a la puerta y le pidió al joven que camine con él hasta la salida de la aldea. Y mientras lo hacia, le dijo; -Jamás olvides que una de nuestras responsabilidades más importantes es comunicarnos con los espíritus para intentar corregir los errores de nuestra comunidad, así como para restaurar la armonía entre el humano, su mundo espiritual y el mundo físico.
El único intermediario entre nuestra tribu y el mundo de los espíritus -se detuvo en el umbral y se despidió con un fuerte abrazo –nos veremos algún día hermano, paz y bendiciones –dijeron ambos al unísono, y luego se separaron. Unas horas después, la arcaica y polvorienta comarca había quedado atrás.
El anciano chamán se movilizó a paso lento por la oscura planicie hacia las montañas. Iba pensativo y silencioso, con la mirada fija en el punto lejano mientras un viento helado borraba sin cesar las hondas huellas de sus pisadas. Dentro de su mente su deseo era inamovible, y no existía nada que distraigan su atención y su añoranza por arribar al lugar propuesto para su postrero reposo.
Sin mirar atrás, el venerable hombre continuó solitario y resignado hacia su destino, acompañado únicamente por los leves y caprichosos remolinos de polvo que se levantaban a su andar, cegándolo momentáneamente de su entorno y de su realidad. Cuando luego de mucho caminar y al aproximarse a las montañas, una de ellas lentamente comenzó a moverse ya levantarse frente a él como una tormentosa alucinación y visión astral, hasta convertirse en un gigantesco y majestuoso cóndor.
Al sentir el poder indescriptible de la majestuosa ave, el chamán detuvo su andar y por un instante dudó entre avanzar o retroceder. El cóndor fijó su mirada en el exhausto humano, y sin hablar le dijo;
-¿Dónde estabas venerable anciano?
-Busco la entrada al mundo de los muertos –le respondió sin dudar.
-Si ese mundo buscas, éste es el último tramo de tu camino. Acércate al borde del abismo y lo verás con tus propios ojos –repuso el ave dirigiendo su mirada hacia las tinieblas del horizonte.
El chamán se aproximó al precipicio y contempló embelesado el paraje más insólito que jamás había visto; -Me parece extraño y al mismo tiempo fascinante, que a pesar de la oscuridad y de los matices grises del paisaje, logre yo distinguir a lo lejos aquellos dos portones negros, y más allá aún aquella enorme estructura gótica… -no dijo más y súbitamente retrocedió unos pasos.
-¿Por qué callas de arrepentirse y por qué retroceder? Ya que has venido hasta aquí, pregúntame quién habita en ese palacio y pregúntame quién será tu anfitrión eterno –le dijo el cóndor. La mirada del anciano se entristeció, tomó un puñado de tierra y la esparció al viento;
-No temo a la muerte ya que voluntariamente he venido en busca de ella –dijo. Y mirando al cóndor, continuó;
-El cementerio sagrado de mis antepasados donde debí morir, ya no existe. Ese lugar consagrado donde descansan los restos de mi gente fue saqueado y soy el último sobreviviente de mi estirpe. La única opción que tengo para que mi alma descanse en paz es llegar al mundo de los muertos antes de fallecer, de lo contrario mi alma vagará por toda la eternidad. El cóndor lo escuchó y repuso;
-El abismo que ves es el límite entre lo mortal y lo perpetuo, sólo podrás pasar de este punto en espíritu. Yo traslado las almas hasta la entrada al mundo de los muertos, pero tú estás vivo por lo tanto no puedes pasar.
-Entonces moriré aquí y mi alma irá contigo a mi eterno descanso. Únicamente te pido que cuando llegue ese momento, cubras con tu halo inmortal mi cadáver y lo conviertas en cenizas. Sólo entonces habré cumplido con los rituales fúnebres en ausencia de mi tribu y podré reencontrarme con ellos en el mundo de los espíritus –dijo seguro de su petición.
El anciano realizó una danza tribal al ritmo repetitivo de su tambor mientras entonaba cánticos asonantes, luego se recostó sobre la tierra y cruzó sus manos sobre el pecho, cerró los ojos y los pocos minutos se detuvo. Pocos instantes después emanó de su cuerpo un halo de luz azul que se hizo más visible y densa hasta tomar la forma del hechicero.
Finalmente, el ser luminoso desprendió completamente de su cuerpo material abrió los ojos, y miró maravillado todo a su alrededor. Cuando su cuerpo se hubo convertido en cenizas por su deseo y voluntad, la inmensa ave condujo a su alma a su última morada.
En la entrada de los portones negros, el chamán agradeció al cóndor y en total armonía traspasó el umbral al mundo de los muertos.