Extracto valioso

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Hola, persona que me lee.

Por aquello de la vida, sus causas y azares, he dado con un libro que me ha dado mejores lecciones de moral que quizá cuántos falsos profetas. El Libro se titula el Periquillo Sarniento, escrito por José Joaquín Fernández de Lizardi, nativo del México colonial, aún no emancipado entonces, por allá en los años mil ochocientos.

En sus páginas encontré un sermón de aplicación perpetua para nuestra sociedad contemporánea, enamorada más de los metales que de los frutos del campo, más del lucro fácil que de la sana recompensa obtenida con el esfuerzo.

Acá un extracto de tan laude obrilla:

«¡Ah, dinero, funesto motivo de la ruina temporal y eterna de los hombres! Días ha que un gentil llamó neciamente sagrada (mejor hubiera dicho maldita) la hambre del oro, y exclamó que ¿a qué no obligaría a los mortales? Hijo: nunca sean la plata ni el oro los resortes de tu corazón; jamás la codicia del interés sea el eje sobre que se mueva tu voluntad. Busca el dinero como medio accidental, y no como el único ni el necesario para pasar la vida. La liberal sabiduría de Dios cuando creó al hombre le proveyó de cuanto necesitaba para vivir, sin acordarse para nada del dinero; séame lícita esta expresión para que me entiendas; creó Dios en la Naturaleza todo lo necesario para el hombre, menos pesos acuñados en ninguna casa de moneda, prueba de que éstos no son necesarios para su conservación. Mientras el hombre se contentó con atender a sus necesidades con sólo los axuilios de la Naturaleza, no extrañó para nada el dinero; pero despúes que se entregó al lujo, ya le fue preciso valerse de él para adquirir con facilidad lo que no podía conseguir de otra manera. Yo no condeno el uso de la moneda; conozco las ventajas que nos proporciona; pero me agrada mucho el pensamiento de los que han probado que no consisten las riquezas en la plata, sino en las producciones de la tierra, en la industria y en el trabajo de sus habitantes; y tengo por una imprudencia el empeño con que buscamos las riquezas de entre las entrañas de la tierra, desdeñándonos de recogerlas de su superficie con que tan liberal nos binda. Si la felicidad y la abundancia no viene del campo, dice un sabio inglés, es en vano esperarla de otra parte.

Muchas naciones han sido y son ricas sin tener una mina de oro o plata, y con su industria y trabajo saben recoger en sus senos el que se extrae de las Américas. La Inglaterra, la Holanda y el Asia son bastantes pruebas de esta verdad; así como es evidente que las mismas Américas, que han vaciado sus tesores en la Europa, Asia y África, están en un estado deplorable.

Poseer estos hermosos metales sin más trabajo que sacarlos de los peñascos que los cubren, es en mi entender una de las peores plagas que puede padecer un reino; porque esta riqueza, que para el común de los habitantes es una ilusión agradable, despierta la codicia de los extranjeros y enerva la industria y laborío de los naturales.

Uno de los tajos de la Mina de Carbón Cerrejón

No son éstas proposiciones metafísicas, antes tocan las puertas de la evidencia. Luego que en alguna parte se descubren una o dos minas ricas, se dice estar aquel pueblo en bonanza, y es precisamente cuando está peor. No bien se manifiestan las vetas cuando todo se encarece; se aumenta el lujo; se llena el pueblo de gentes extrañas, acaso las más viciosas; corrompen éstas a las naturales; en breve se convierte aquel Real en un teatro escandaloso de crímenes; por todas partes sobran juegos, embriagueces, riñas, heridas, robos, muertes y todo género de desordenes. Las más activas diligencias de la justicia no bastan a contener el mal ni en sus principios. Todo el mundo sabe que la gente minera es por lo regular viciosa, provocativa, soberbia y desperdiciada. Pero se dirá que estos defectos se notan en los operarios. Conque no me nieguen esto, que es más claro que la luz, me basta para probar lo que quiero.

A más de lo dicho, en un mineral de bonanza o escasean los artesanos, o si hay algunos, se hacen pagar con exorbitancia su trabajo. Los labradores se disminuyen, o porque se dedican al comercio de metales, o porque no hay jornaleros suficientes para el cultivo de la tierra, y cátete ahí que dentro de poco tiempo aquel pueblo tiene una subsistencia precaria y dependiente de los comarcanos.

Los muchachos pobres, que son los más, y los que algún día han de llegar a ser hombres, no se dedican ni los dedican sus padres a aprender ningún oficio, contentándose con enseñarlos a acarrear metales, o a expurgar las tierras, que vale tanto como enseñarles a ociosos.

Este es el cuadro de un mineral en bonanza; su decantada riqueza se halla estancada en dos o tres dueños de las minas, y el resto del pueblo apenas subsiste de sus migajas. Yo he visto familias pereciendo a las orillas de los más ricos minerales.

Otro de los tajos de la Mina de Carbón Cerrejón

Eso quiere decir, que a proporción de lo que sucede en un pueblo mineral, sucede lo mismo, y con peores resultados, en un reino que abunda en oro y plata como en las Indias. Por veinte o treinta poderosos que se cuentan en ellas, hay cuatro o cinco millones de personas que viven con una escasa medianía y entre éstos muchas familias infelices.

Si no me engaño, la razón de paridad es la misma en un reino que en un pueblo; y si desde un pueblo desciende la comparación a un particular, se han de observar los mismos efectos procedentes de las mismas causas. Hagamos una hipótesis con dos muchachos bajo nuestra absoluta dirección que se llamen uno Pobre y el otro Rico: que a éste le eduquemos en medio de la abundancia, y a aquel en medio de la necesidad.

Es claro que el Rico, como que nada necesita, a nada se dedica y nada sabe; por el contrario, el Pobre, como que no tiene ningunos auxilios que lo lisonjeen, y por otro lado la necesidad lo estrecha a buscar arbitrios que le hagan menos pesada la vida, procura aplicarse a solicitarlos, y lo consigue al fin a costa del sudor de su rostro. En tal estado supongamos que al muchacho Rico le acaece alguna desgracia de aquellas que quitan este sobrenombre al que tiene dinero, y se ve reducido a la última indigencia. En este caso, que no es raro, sucede una cosa particular que parece paradoja: el Rico queda pobre y el Pobre queda rico; pues el muchacho que fue Rico es más pobre que el muchacho Pobre, y el muchacho que nació pobre, es más rico que el que lo fue, como que su subsistencia no la mendiga de una fortuna accidental, sino del trabajo de sus manos.

Esta misma comparación hago entre un reino que se atiene a sus minas y otro que subsiste por la industria, agricultura y comercio. Éste siempre florecerá, y aquel caminará a su ruina por la posta.

No sólo el reino de las Indias, la España misma es una prueba cierta de esta verdad. Muchos políticos atribuyen la decadencia de su industria, agricultura, carácter, población y comercio, no a otra causa que a las riquezas que presentaron sus colonias. Y si esto es así, como lo creo, yo aseguro, que las Américas serían felices el día que en sus minerales no se hallara ni una sola vena de plata u oro. Entonces sus habitantes recurrirían a la agricultura, y no se verían, como hoy, tantos centenares de leguas de tierras baldías, que son por otra parte feracísimas: la dichosa pobreza alejaría de nuestras costas las embarcaciones extranjeras que vienen en pos del oro a vendernos lo mismo que tenemos en casa; y sus naturales, precisados por la necesidad, fomentarían la industria en cuantos ramos la divide el lujo o la comodidad de la vida; esto sería bastante para que se aumentaran los labradores y artesanos, de cuyo aumento resultarían infinitos matrimonios que no contraen los que ahora son inútiles y vagos; la multitud de enlaces produciría naturalmente una numerosa población que extendiéndose por lo vasto de este fértil continente, daría hombres apreciables en todas las clases del Estado: los preciosos efectos que casi privativamente ofrece la Naturaleza a las Américas en abundancia, tales como la grana, algodón, azúcar, cacao, etc., serían otros tantos renglones riquísimos que convidarían a las naciones a entablar con ellas un ventajoso y activo comercio, y finalmente un sinnúmero de circunstancias que precisamente debían enlazarse entre sí, y cuya descripción omito por no hacer más prolija mi digresión, harían al reino y su metrópoli más rico, más felices y respetados de sus émulos que lo han sido desde la época de los Corteses y los Pizarros.»

Juzgue usted, si tales palabras gozan o carecen de verdad práctica, hoy en día.

Te invito a leer la obra entera, pues en ella encontrarás, quizás, alguna risa sincera, sacada de la raíz de las experiencias nítidas que el autor relata.

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Comments

no sé si entendi:pero si se refiere a las personas que siembran la tierra como pobres(agricultor ) tambien trabajan por dinero.y gracias a ellos comen los pobres y ricos de la ciudad

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4 years ago

Hola Cecilia! El extracto puede ser algo confuso si no se lee en contexto con la obrilla de la que hago referencia. Te recomiendo mucho que la leas! En síntesis, es la comparación entre lo productivo y lo extractivo. Siendo lo primero más provechoso, en opinión del personaje.

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4 years ago

Estimado amigo, en lo personal estoy leyendo la Biblia y su historia, enseñanza e instrucciones me hacen pensar que es el manual del fabricante para los hombres, cuando quieras leer la un poco de seguro encontraras una palabra que hable a tu Vida, Alma, espiritu, a todo tu ser. Si me sigues pronto escribire un articulo titulado "La Armadura mas poderosa"

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4 years ago

Hola Juan! Gracias por su apoyo. Algunas líneas suelo leer, en orden.

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4 years ago