Una serie de reglas inamovibles e inmutables marcaron para siempre mi niñez y adolescencia.
En aquellos tiempos a las mamás solo les bastaba una mirada severa para que los niños de la casa, que probablemente en ese momento estaban exhibiendo un mal comportamiento, se quedaran rígidos en el sitio o (sabiamente) resolvieran sentarse a esperar que otra mirada, ya más indulgente, le diese el visto bueno para poder ir a jugar de nuevo. Yo era una de esas "niñas de la casa" marcada por la temible influencia de una mirada cargada de autoridad.
Recuerdo que yo debía usar sin chistar la ropa que mi mamá eligiera para mi, que cuando llegabamos a la casa de la abuela o de algún otro familiar menos cercano o amigo de la casa, no se me podía ocurrir pedir ni un vaso de agua (aunque sí podía aceptarlo si me lo ofrecían) y menos decir "tengo hambre" o "tengo sed", porque eso era una de las peores afrentas para mi mamá: "hija una debe respetar y jamás pasarse de la raya. Las visitas se sientan en las salas de las casas y de ahí no se mueven si acaso sólo para ir al baño, hasta que llegue la hora de despedirse".
Se armaba un inconveniente si se me ocurría dar mi opinión en medio de una charla de adultos o preguntarle a la señora de la casa "¿Cuántos años tiene usted?"... Una vez más sentía el sudor frío recorrer mi cuerpo cuando me daba cuenta de esa mirada... Seguida muchas veces de la frase "en la casa hablamos". La verdad es que tuve una madre severa pero al mismo tiempo dulce.
Ella se las arreglaba para comprarme muñecas barbie en mi cumpleaños, me enseñó a leer y de vez en cuando me llevaba a pasear al parque y comer deliciosos helados en una famosa heladería que en la actualidad ya no existe. En su poco tiempo libre compartía conmigo y veíamos televisión juntas. Por éstas cosas, quizás, nunca su mirada me generó confusiones o traumas: ella podía ejercer su autoridad con la mano derecha mientras que con la izquierda me daba todo su amor.
Hoy no es fácil ejercer autoridad sobre los niños. La mayoría de los padres sólo está en casa dos o tres horas a lo sumo y en ellas quieren estar con sus hijos, complacerlos, mimarlos, comprarle cosas.
No creo que exista hoy en día un niño que se quede rígido mientras su mamá lo mira. Si esto sucediera seguramente preguntaría: "¿Y tú por qué me miras así?".
Creo menos aún que cualquier pequeño se abstenga de manifestar sus deseos gastronómicos en casa de cualquier persona. Hoy los niños muestran su independencia y exhiben sus opiniones a cualquier hora y en cualquier lugar y por eso la autoridad se ejerce de otra manera, quizás con castigos o conversaciones conciliadoras.
No tengo la certeza si el pasado fue mejor o no, pero lo que sí sé es que mi mamá, aunque llenó mi casa de reglas que verdaderamente se cumplían y pocas veces me atreví a ignorar, me dió mucho amor y hoy, como todos los días precedentes, se preocupa aún por mi bienestar a diario: esa es para mi la clave, y por eso mi consejo es que los padres debemos demostrarles amor a nuestros hijos en todos los momentos de su vida.
Una caricia, una frase amable, una felicitación por sus logros, un beso inesperado, son los mejores regalos que puedes darle a tu hijo. Estos argumentos son más que suficientes para que tu hijo aprenda a respetar tu autoridad.
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P.D.: La imagen principal fue tomada de la página web elcalce.com
Excelente post, de verdad excelente reflexión 🤟🏾🔥