Pesadilla. ¿De qué lado estás hoy?
Esa figura casi plana que aparece en mi espejo, no soy.
Y si me alejo un poco, aunque cobre más dimensiones esa figura, tampoco soy.
Soy un demonio si no me miro, para apaciguarme, en un espejo que confirme que soy o que parezco gente; si miro en la oscuridad, la oscuridad de mi vía lactea interior, si veo el universo dentro de mi, cruel, matando, comiendo; comiendo estrellas, animales, gente; soy un demonio y no una dulce anciana.
Es probable que de tan mal aspecto se vean, como yo, los demás, esos que giran a mi alrededor como yo giro alrededor de ellos en esta danza loca de soles que se chocan y creen, cada uno, ser el Sol.
Es probable que nos reunamos por eso para poder vivir ofreciéndonos este vino de palabras cada día, para darnos de nosotros lo mejor como alimento, para fingir que nuestra alma no tiene limaduras de plomo. Pero yo camino con pies así, de plomo; ando por la casa toda la noche resguñando los pisos; cuando mis garras de desgastan me convierto en serpiente; sí soy serpiente y muero, me convierto en la soga de un ahorcado. Ese ahorcado es uno de nuestra reunión, quizá; de esa reunión que convocamos para darnos lo mejor de nosotros como alimento y fingir que nuestra alma es transparente, no pesa, no tiene limaduras de plomo sobre sí, limaduras de infierno caidas sobre ella naturalmente, porque estamos allí, en el infierno.
No puedo sin ambargo asegurar que es así, que todos los convidados a esta reuníon sean así; eso es probable, pero sólo puedo asegurar que yo sí soy de ese modo.
Me alejo unos pasos del espejo y pierdo mi cara de persona cuando ya no me veo. Mi planeta interior necesita vivir de devorar estrellas, otros planetas, objetos luminosos y hasta "OVNIS".
Los brazos y las piernas de mi cuerpo interior son fuertes como los de bestias salvajes que anduvieran en suaves praderas corriendo sin obstáculos hacia sus objetos a devorar; mis miembros interiores son fuertes y malvados y mi corazón interior casi no existe; ése si que no pesa nada... ¿Y cuánto pesa una pesadilla?
Me despierto y me pregunto quién soy, o acaso sólo me pregunto quién es el demonio, como si éste estuviera tan lejos o se hubiera apartado de mí por un momento.
El demonio, o yo, somos una moneda. Una cara pertenece a esta dama que les narra con esta voz que escuchas mientras me lees, la que veo en el espejo, que parece estar a punto de salirse de allí y flotar en el cielo. La otra cara no puede describirse. No es que sea indescriptible: no puede describirse porque llevaría tomos y tomos de afrentas, volúmenes y volúmenes de traición y pecado, un horroroso líquido negro y las consiguientes palabras sobre la muerte y el terror de los otros cuando los estremecimientos se convierten en una mano fría que les toca la espalda en las tinieblas. Pero, casi demonio o demonio total, opino que esa mano fría es la de Dios.
La moneda tiene de un lado mi cara o la del Diablo; del otro, mi cara o la de Dios.
A veces me levanto de mi mejor cara y voy a echarles migas a los pájaros; si me miro las manos en el instante en que echo las migas, no son manos, son garras.
Se contradicen tanto estos espejos, los que cuelgan de las paredes y los interiores, y se contradicen tanto, esta moneda que soy con esta reunión de nosotros que no puedo asegurar si es de ángeles, o acaso no.
El asesino de un chico de un pueblo de mar, el asesino de las cuatro mujeres, la que mató a su marido para cobrar el seguro, soy. Miro mis facciones en el espejo de otra pared y recuerdo haberlas mirado alguna vez cuando eran bellas.
Ser el Demonio o ser Dios es, sobre todo, este poder. Ser poderosa como soy cuando creo, cuando me creo que soy algo, alguien.
El poder de ser YO me fascina, me hipnotiza, me duerme en unos brazos o esa es la sensasión que siento, porque no soy yo.
¿Dónde está YO, quién es?
Puede existir de todo menos yo. En fin, hoy creo que les hablé de mí afuera de la mascara.
Yeibert V.
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