Cómo se hundió el San Pedro Alcantara (Segunda Parte)

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Segunda Parte: Relato de la India María.

 

Ya era medio día cuando mi General Bermúdez, salió de la reunión privada.

Sin embargo no se puede llamar privada a una reunión donde todos alrededor escuchamos los pormenores de lo que allí se dijo. Los gritos se escuchaban hasta la calle. Sobre todo los de mi General Bermúdez. Todo el alto mando consideraba que lo más prudente era una rendición pacifica, pues el enemigo parecía invencible.  Mi General Bermúdez los llamó cobardes y esto encendió los ánimos de los presentes. El señor Francisco Esteban, trataba de calmar a mi General, pero él solo decía que prefería morir en batalla que rendirse. Luego se escuchaban algunos gritos para callar a mi General, pero esté gritaba más fuerte y les decía: “Cobardes, Cobardes, Cobardes. ¡Yo prefiero morir en batalla que rendirme, todos son unos cobardes!”

Mi General salió de la reunión. Su rostro estaba colorado de la ira. Sus puños cerrados y su mirada como dos llamaradas de fuego, me decía que ya no tenemos nada que hacer  en Margarita. Yo no entendía nada ¿Por qué rendirnos?

El señor Francisco Esteban o mejor dicho el General o Coronel (no estoy segura), salió a detener a mi General. Su voz conciliadora hizo que mi General se diera vuelta. Francisco Esteban fue sacristán y un hombre honorable, tal vez por ese motivo, mi General se detuvo a escucharlo.

-          General Bermúdez – Trató de persuadir Francisco Esteban - no es una rendición cobarde, debemos sobrevivir. Nuestra patria nos necesita. Debemos reorganizar las fuerzas ¿No ve que no podemos ganar? ¿es que acaso no te das cuenta del tamaño de esa armada? Sería más fácil atacar ahora el reino de España que debe estar sin defensas, que enfrentar a estos realistas en este momento.

-          ¡María! Nos vamos de aquí – me miró sin responder palabra alguna a Francisco Estaban.

-          General Bermúdez, pido que reconsidere su posición – insistió Francisco Esteban.

-          Gómez – Respondió de forma calmada, pero con gran firmeza – si ustedes no van a pelear, yo mismo tomaré una piragua flechera y enfrentaré al enemigo, sin miedo.

Mi General se retiró con los pocos hombres que tenía a su mando. Yo tomé mi caballo y los seguí. El camino desde la Asunción a Pampatar no es tan largo. Creo que llegaremos en menos de una hora de galope.

 

Trato de alcanzar a mi General y el resto de la compañía, mientras nos alejamos del Castillo de Santa Rosa. Yo conocí a Mi General José Francisco Bermúdez en Maturín y me alisté a sus filas. Ya antes me encontraba al servicio de la independencia desde el día que conocí a mi señora Juana Ramírez. Ella es la mujer más valiente que conozco.

No estoy segura donde nací, pero mi abuelo decía que mis raíces se encontraban aquí, en la Isla de Margarita, entonces probablemente yo soy Guaiquerí o algo así. Soy india pero no conozco mi etnia. Mi abuelo era encomendado de unos mantuanos de Caraballeda, pero yo pertenecía a una misión de Franciscana, que no quedaba lejos. No conocí a mis padres, pero cada vez que podía visitaba a mi abuelo en la plaza mayor de Caracas cuando iba a comprar vituallas y algunas carnes saladas  para el convento. Él también iba a hacer mandados a sus señores.

Mi abuelo me contaba que sus padres decidieron, muy jóvenes, entregarse a las autoridades para ser cristianizados, pues sus padres y sus abuelos formaban parte de los indios rebeldes que quedaban después de la muerte de Guaicaipuro. Dice que sus abuelos combatieron contra un Margariteño Mestizo llamado Francisco Fajardo, cuyo abuelo era de estos Valles, por eso conocía tan bien estos terrenos. El abuelo del mestizo Francisco era un indio nombrado Cacique por los españoles y llevado a Margarita con otros indios cristianizados, entre ellos estaba el bisabuelo de mi abuelo quien se casó en Margarita con una india, allí nacieron sus padres, ellos organizaron una revuelta y tomaron la Península de Macanao para combatir a los blancos. La hija de Charaima, una india entregada en casamiento a un blanco, llamada Isabel, abogó por los indios rebeldes de Macanao y pidió a su esposo y a su hijo, ambos llamados Francisco clemencia para sus hermanos indios. Es así como los padres de los abuelos, de mi abuelo regresaron al Valle de San Francisco y se unieron los Caciques que defendieron sus tierras y sus familias hasta la muerte. Pelearon contra el Mestizo Francisco Fajardo, contra Diego de Lozada y las huestes de blancos que invadieron a las naciones del Valle.

Cuento esta historia, cuando ya estamos cerca de Pampatar y se ve el Castillo de San Carlos de Borromeo. Pero no solo se ve el castillo, sino el motivo del temor de los Generales Margariteños. Era una fila incontable naves del Rey que vinieron a destruirnos a todos. Los hombres de mi General Bermúdez temblaban del miedo, con los ojos abiertos como los platos de loza fina  que atesoraba mi señora Juana Ramírez en su casa. Así veían la fila de barcos sin decir palabras. En cambio mi General dibujaba una sonrisa en su rostro amargado y golpeaba el caballo para acelerar el paso. Parecía que quería lanzarse al agua con todo y caballo para destruir con sus propias manos toda la armada española.

Yo solo decía que le debía lealtad a mi General y si el destino de esta india era morir con él, aceptaba ese destino.

Ya llegando a las puertas del castillo nos recibe Pedro Maneiro y nos pide que nos resguardemos de inmediato en el castillo. Maneiro dice que la fila de barcos que se ven frente el castillo termina frente a la Isleta y que allí se ve la nave más grande que él jamás había visto en su vida, con tantos cañones que una sola batería podría volver polvo el castillo. Mientras los hombres de mi General palidecían del miedo, mi General parecía un perro de caza a punto de salir a desguazar a su presa.

Mi General Bermúdez, ignora las advertencias de Maneiro y se conmigo y tres de sus soldados en una piragua flechera. Parecía que el viento obedecía sus órdenes. La nave se dirigía hacia el oeste pasando entre la armada española y la costa. Yo esperaba un cañonazo en cualquier momento, pero no sucedió. Tenía la espada en la mano pero envainada, como si al sacarla era capaz de cortar una bala de cañón en dos.

 

Mi General Bermudez, es un hombre muy alto, de contextura fuerte, hombros anchos, gran mentón rasurado, con un poblado bigote que llegaba hasta las patillas. Sin embargo, en la proa de la piragua con su mirada puesta frente a los barcos enemigos; se veía descomunal, parecía un gigante, buscando con la mirada cual era el barco que iba a destruir primero.

 

Debe haber pasado una hora más o menos, mi General sigue en la proa, como dirigiendo el barco con solo su mirada y ordenando al viento a donde soplar. En ese momento grita.

-          ¡Es ese, es ese, es ese la nave que debemos destruir! – exclamó señalando a la mayor

Fortaleza flotante que jamás había visto.

-          Es el San Pedro alcántara – dijo con voz temerosa, un soldado que reconoció el navío pues él era de nativo de la Isla de Cuba, donde construyeron el barco y vivía muy cerca del astillero donde dieron forma a esta bestia marina.  

Pude contar unas tres o cuatro hileras de cañones. No alcancé a ver cuántos cañones en cada hilera. Todos preparados para disparar. Nuestra Piragua paso por la proa del barco, dando un giro que solo se puede hacer con este tipo de piraguas. Es cuando escucho de mi General, con la espada desenvainada, vociferar los mayores improperios contra persona alguna, dirigiéndose a la tripulación del descomunal navío. La ferocidad de sus palabras estremecía nuestra pequeña nave. Desde mi servicio a la patria y conviviendo entre soldados, ya había escuchado muchas groserías y maldiciones que en el convento donde crecí jamás habías iodo. Pero las salían de la boca de mi General Bermúdez eran tan elocuentes como vulgares y puedo decir que se decían con una enorme elocuencia. Esos gritos hicieron que la tripulación en cubierta se apostara en la proa a observar y escuchar la retahíla de maldiciones que le dirigía mi General Bermúdez. Yo miraba a la tripulación de este San Pedro Alcántara como se quedaba inmóvil. Tal vez también estaban impresionados como se puede decir tantas groserías con extremo orden. Luego se rompe el letargo de los españoles con una hilarante carcajada, a lo que mi General, aún más airado responde:

-          ¡¡¡Qué no ven soy el General José Francisco Bermúdez!!!

Esto ocasionó una mayor algarabía en la cubierta del San Pedro Alcántara, las risas se escuchaban como si fuese dentro nuestra piragua.

Así pasamos ilesos frente al San Pedro Alcántara y mi General Bermúdez, mucho más tranquilo. Hizo una reflexión.

-          Ese es el barco que debemos hundir, todos le temen y lo creen indestructible, si lo volamos le daremos confianza a aquellos cobardes y desmoralizaremos a los enemigos.

-          Pero cómo mi General ¿Usted no ve que es el San Pedro Alcántara? – intervino uno de los soldados.

-          ¿Y tú no ves que yo soy Bermúdez, insolente bellaco? – respondió mi General, luego giro la siguiente orden -  Vamos para Coche, desde ahí atacaremos.   

Así nos dirigimos a la Isla de Coche, desde allí se provee pescado y sal a la causa patriota. Pero ¿encontraremos soldados en ese lugar?

Continuará…

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2 years ago

Comments

Esta es la segunda parte de mi obra. Cómo se hundió el San Pedro Alcantara. Espero sus comentaros para publicar la tercera parte.

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