La Helada.

PRÓLOGO

Hacía frio. Mucho frio. La nieve caía del cielo como si de una lluvia torrencial se tratase, tanto así, que se le colaba atreves de la bufanda de tela rustica y el guardapolvos que vestía.

Había estado caminando hacia un par de días por la tundra helado, tenía la tormenta encima y comenzaba a cansarse. Dos noches atrás había divisado a distancia el pequeño poblado de la Carretera Siete, no había parado a descansar. Error de novato, —tal vez—. Pero de seguro sí fuese parado no se hubiese topado con ella.

Tenía las manos maniatadas cuando la encontró; en una casa destartalada que comenzaba a caerse en pedazos, estaba muy delgada, muy marcada, percató de que se trataba de un caso de desnutrición grave, la niña tenía esa mirada —esa mirada de pavor de miedo—.

Con delicadeza se acercó con pasos cortos pero firmes para demostrarle que estaba allí para ayudarla, y no para devorarla.

S.R SAMUEL.