Con este cabizbajo en la mirada demuestro un desánimo profundo ¿Quién lo ve?
Encorvado sobre el comedor, me parece que estoy viendo en una pantalla gigante como escribes para mi.
Con la sugerencia en mente, sólo, sin comensales que aconsejen; no te invito a la mesa, porque es la tristeza quien debe sentarse.
Llegado este punto para consumir dolor, he de digerir esta pena.
Tengo que tirar esa carta junto contigo, porque al sentarte con tu mantel sucio, gimo de dolor.
No tengo fuerza para hacerlo ahora, no quiero levantarme; soy una ruma de papeles que el viento se lleva. Dejo que me lleve. No hay sueño bueno cuando hay tanta tristeza.
Escuchando tus palabras mojigatas, aún pregunto: ¿Qué hará el niño destetado? ¿Puede haber otro sustento que alimente como este?
Fue en el seno de la fertilidad donde comprendí que no existe otro refugio para el deseo del hombre.
Y con esta noción continúo preguntándote dentro de mi: ¿Cuántas veces sobre esta mesa fuiste el platillo principal? pero acabado el banquete, en otro lado buscabas comida.
Estoy conmovido por tal naturaleza, abatido hasta la muerte. Sollozo está mi corazón.
¿Qué más ha de importarme en este momento sino crear otra fábula? una donde halle la fértil matriz.
Me parece que anoche pensaba mientras dormía: tú que vivías al cien por ciento ahora estás al cinco por ciento. No que fuese otro al que le hablaba y preguntaba en aquel espejo enorme, sino a mi mismo: ¿Cómo has caído en el núcleo de la tierra? ardiendo en la miseria.
Esta es la nota más baja que has llegado; totalmente en blanco el pentagrama no muestra sinfonía. Y aunque el destino parezca alardear ser perfecto, ya es la tercera vez que revives esta agonía.
Es como derretirse lentamente. Un mar de brea que mancha esta casa que pintamos. Todo lo nuestro se disuelve.
Que denso y obscuro pliegue de realidad, tan abstracto; tan poderoso que me imanta hasta quedar fundido como sombra al suelo.
Y esa memoria en mi mente, tan bonita; manchada. No obstante que te concedí aquella petición tuya, después de darte el gusto, pagaste la cuenta y te marchaste.
Tú eres una quimera, no una flor Santa. Es por eso que parezco no estar vivo, por la brusquedad tuya al irte de este comedor.
A la soledad le digo: Cuan potente el desconsuelo de una mente traspasada por la traición.
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