Sueño De Un Hombre Sediento

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2 years ago

Lo vi, en ese instante noté lo rico que éramos. No había sed, teníamos cuatro inmensos caudales de agua infinitos que rodeaban cada punto cardinal de nuestra extensa tierra, tenían nombres de dioses: Mediterráneo, Indico, Rojo y Atlántico. Los dioses llenaban nuestra garganta sedienta y empapaban nuestra piel oscura con un vital y refrescante líquido que renovaba nuestras fuerzas. Nos dotaban con poderes y dones espirituales y nos hacían invencibles y envidiables por otros continentes, nos permitían cultivar y cosechar lo sembrado con abundancia en tierras fértiles. También vi a fieras que peleaban contra nosotros buscando a quien devorar. Las fieras eran dioses con nombres de mujer: Sáhara, Namib y Kalahari, las cuales tenían corazones áridos, desiertos y polvorientos en donde no germinaban ni una sola semilla de piedad. Sus vientos causaban una inmensa sed en mi garganta y picor en mis ojos que no me dejaban ver la inmensidad de los caudales, era lo único que podía debilitarme, a pesar de tener los dones de los mares, mi vista me hacía dudar, ya que veía la tormenta arenosa y, por mi vista, cada vez padecía más.

 Ya en el suelo con temor, no tenía saliva ni una miga de pan en mi interior, el hablar cada vez se hacía más difícil, la punta de mi lengua solo sentía el seco esmalte de la parte trasera de mis blancos dientes. Una vez ahí, tirado en el suelo, le rogué a los cuatro dioses por un poco de agua. Mis párpados nublaban mi vista, cada vez se hacían más pesados, y los vientos arenosos de las fieras me cubrieron y rodeaban mi débil cuerpo mientras emitían una melodía femenina lenta y sigilosa de desesperanza. Mientras mis ojos se cerraban, dentro de mí comencé a sentir un frío inexplicable para el intenso calor que hacía. De pronto, lo vi… vi una imponente figura que al rugir con voz de mil estruendos dispersó con su aliento la tormenta de arena que me rodeaba en cuatro direcciones, librándome de la tempestad que me acogía.

Dejé de sentir picor en mis ojos, pero aún seguía sediento… pude abrir un poco mis párpados, pero no logré ver nada más. Aún débil, intenté levantarme, miré hacia las cuatro direcciones y la figura imponente había desaparecido. Grité, ¡tengo sed! En ese momento, escucho la voz rugiente que venía de todos lados al unísono decir: ¿acaso no te he dado los dones espirituales de los mares? Eres rico, te he hecho rico en abundancia, pero tus ojos te hicieron padecer y no pudiste ver la inmensidad de los mares que entregué a tu nación, por tu poca voluntad y el deseo de ver antes de creer, viste primero lo que limitaba tu destino, y te has hecho esclavo del temor y de otros continentes. Cerré mis ojos por un momento y contesté: ahora no te veo, pero sí creo… A los pocos segundos una presencia brillante como el sol escandalizó mis ojos mientras yo caía de rodillas, y me dijo: ¡Bebe! Tomé un poco de agua y sentí como cada fibra de mi cuerpo recuperaba su vigor y fortaleza. Al estar completamente de pie, la brillante presencia culminó diciendo: No olvides que eres rico, los he hecho ricos en abundancia, en caudales y alimentos, tienen dones espirituales que deben saber dominarlos para no ser más esclavos del temor y escasez. No permitas que los vientos arenosos nublen tu visión, es más seguro que camines con los ojos vendados, pero con certeza en tu corazón, que camines con los ojos abiertos, pero siendo esclavo del temor. Luego de eso, desperté… realmente desperté, era un sueño… un increíble sueño.

Relato de un hombre africano rescatado del desierto…

                                                                                                                                                   By: M. Palmi

     

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