Secuela del microcuento: guerra, viaje y amor.
Una carta para mi amor...
Cuando mi mente duerme en silencio, mi corazón te anhela despierto.
En noches frías de soledad, la luna refleja tu luz y tu mortalidad.
En cada amanecer de esperanza, los rayos transmiten tu dulce mirada.
Extraño todo de ti, lo que no puedo ver y lo que no puedo oír.
Prometiste volver a mí, pero apagaron tu esencia antes de venir.
Con una copa invisible sellaste nuestro pacto de unión, era nuestro brindis y nuestro lema de amor.
El día de nuestra despedida fue tan abrumador, la alarma de guerra resonaba con fervor.
Creí, inocentemente, que te volvería a ver. Aguardé pacientemente, pero tus ojos nunca logré ver.
¡Qué injusticia! Amado mío, que, por caprichos y ambiciones vanidosas de gente con poder, yo tuve que emigrar de mi tierra y separarme de tu ser.
Éramos jóvenes, con tantos deseos de crecer, como el ser que crecía en mi vientre, tu mejor recuerdo y nunca te conté.
Al enterarme de tu partida de este mundo terrenal, mi tristeza fue tal que la sangre corrió entre mis piernas y perdí a mi otra mitad.
Era tan diminuto que su cuerpo entraba en la palma de mi mano, ¿cómo no quererlo? ¿Cómo no amarlo? Era nuestro, los dos lo creamos.
Estoy vieja, los años han pasado, con una copa real en la mano que simboliza nuestro pacto, espero pacientemente el día de mi rapto.
Y, ¿cómo olvidar nuestro lema? Ahora no es de dos, ahora es de tres.
Mientras cierro mis ojos susurro a Jehová que permita nuestro reencuentro… por mil años más.