El tráfico, de distintos tipos, es otra característica de Ámsterdam. En la ciudad coexisten los coches con los autobuses y los tranvías, pero, sobre todo, con un volumen ingente de personas en bicicleta. Hay muchísimas bicicletas de todos los tamaños, formas y colores por todas partes. En cuestiones de movilidad sostenible Ámsterdam suele ser ejemplo de cómo las bicicletas y otros vehículos unipersonales (segways, patinetes, etc.) pueden suponer una alternativa más ecológica a los coches privados de combustión.
Mi opinión al respecto es un “sí, pero no, pero sí” (@fuga, 2021).
Claro, Ámsterdam es una ciudad completamente plana, lo suficientemente grande como para resultar vibrante y con miles de atractivos, pero lo suficientemente pequeña para que sea manejable en bicicleta. Es decir, a excepción de la lluvia, lo tiene todo para que la bicicleta funcione como transporte. Pero dudo mucho que pudiese funcionar igual en una ciudad con una orografía más angosta, con grandes pendientes o en la ladera de una colina. Con todo, es una ciudad donde se nota la calidad del aire y la limitación de emisiones.
Como peatón, el tráfico parece completamente caótico. Bicis por aquí, coches por allá, un tranvía, un autobús… ¡ay ay que me caigo al canal! Pero ¿recuerdan que el caos no es ausencia de orden? Pues así es. A pesar de que no puede percibirse, reina un orden en todo ello.
O al menos debe reinar, porque en los días que llevo aquí ni un choque, ni una caída, ni un claxon y ningún grito. El tráfico fluye como si fuese un baile múltiple que no sigue ningún ritmo identificable, pero perfectamente coreografiado.
Sin embargo, la bicicleta no es la panacea para la movilidad sostenible. En mi opinión, la mejor, más sostenible y más saludable forma de moverse es poniendo un pie delante del otro. Creo que las ciudades han de ser experimentadas desde la escala humana, a la velocidad y al tiempo humano, que no es otro que el del peatón. Y en mi opinión, todas las virtudes del transporte de Ámsterdam se ven deslucidas por esta cuestión.
El peatón es sistemáticamente maltratado en las, ya de por sí, estrechas aceras a menudo hechas con bellos adoquines listos para hacerle resbalar a causa de la lluvia y la humedad de los canales.
Creo que el problema radica en las calles más estrechas, que suelen ser las que tienen mayor valor histórico y no se pueden reformar de buenas a primeras. Las bellas plantas en las entradas de los comercios, los contenedores de residuos o las bicicletas aparcadas se colocan en las estrechas aceras. Si encima se encuentra con un andamio para reparar una fachada, adiós muy buenas. Seguir su camino invadiendo el carril bici o la carretera se convierte en un acto de fe del que se espera no salir con magulladuras.
Me pregunto cómo se mueven las personas mayores con bastón, las personas ciegas o con otros problemas de movilidad. Lo cierto es que no pude ver a ninguna, y supongo que vivirán y se moverán por otros lugares de la ciudad mejor adaptados.
Pero también les digo que esa constante alerta, ese mirar a todas partes cuando caminamos por la ciudad, me resulta estimulante. Creo que produce el efecto de mantenernos vivos y atentos en lugar de convertirnos en autómatas que caminan como robots sin cerebro con la cabeza agachada y mirando al teléfono —muy típico de ciudades excesivamente ordenadas o repletas de gente-zombi inconsciente. Bueno, que, a mí esos nervios al cruzar mirando a todas partes, me dan cierta vidilla.
También hay otros tráficos. Por ejemplo, en…
Los coffee-shop
Sí. Desde hace muchos años la venta y consumo de hierba está legalizado en Ámsterdam. Pero de un tiempo a esta parte, y siguiendo normativas europeas, está mucho más regulado y ordenado. Pese a ello, también tiene sus paradojas.
Los coffee-shop tienen licencia para vender, pero solo en estos establecimientos. La venta y consumo en la calle o en cualquier otro lugar está sancionada. Además, en estos lugares no se puede vender alcohol. Para eso están los bares, que no pueden vender hierba. De modo que, en teoría, lo de fumar y beber alcohol simultáneamente no se puede hacer.
No se puede, pero sí se puede.
Porque resulta que hay bares donde no se vende, pero sí se permite fumar hierba. Así que alguien puede comprar en un coffee y fumarlo en un bar con licencia para fumar y acompañarlo con un combinado de ron (o de lo que más les guste).
¿Quieren más contrastes? Dijimos que en los coffees y en algunos bares se puede fumar hierba. Pero eso es todo. Tabaco no se permite según normativa europea. Así que, si quiere liarse lo que han comprado en el coffee, o lo hace 100% verde o lo mezcla con unos hierbajos que les dan para ello. Pero con tabaco… ¡nunca! Está prohibido fumar tabaco en espacios cerrados.
Más cosas. Resulta que yo no fumo. Ni una cosa ni la otra. Pero en un momento dado me apetecía un café calentito y entré en un coffee, que era lo más próximo que tenía. Pues no te sirven salvo que compres hierba. O sea, no pueden ir a un coffee a por café solo.
Bueno, ni solo ni con leche. Primero hay que comprar algo green y luego te sirven el café o lo que quieras. Afortunadamente iba con personas a las que sí que les va la cosa, así que, pues bueno, compraron lo suyo y yo pedí mi café. Debo reconocer que según se iba llenando el coffee-shop, el humo era cada vez más denso. Así que salí de aquel lugar con los ojos rojillos y una sonrisa bobalicona solo de respirar.
Todavía más cosas. Alguien con quien iba se sacó el ‘rolled’ a la calle y el dependiente nos advirtió. No se puede fumar hierba en la calle. ¡Pero tabaco sí!
WTF? Pues sí. Dentro, hierba, pero no tabaco. Fuera, tabaco, pero no hierba.
No sé si me entró la risa de lo absurdo o de que ya me estaba haciendo efecto el ratito que allí estuve respirando aquello “y de gratis” —como me recriminaba una amiga.
Pues la cosa no iba en broma. Al de poco vimos cómo sancionaban a un grupito de muchachas que andaban fumando verde en la calle —en mitad de la Plaza Damm, también hay que ser un poco becerra para exponerse así.
—I didn’t Know —le suplicaba una de ellas al agente.
No sé qué le respondería en holandés, pero debió ser algo como:
—Oh ¿Qué no lo sabías? Tranquila bonita. Mira, para que no se te olvide, te lo voy a apuntar aquí en este papelito que te vas a llevar a cambio de 300€.
Total, que nos paseamos por varios coffees, incluyendo el Dampkring que aparece en la película Oceans Twelve (donde Brad Pitt y George Clooney entran a negociar un trato y toman el pelo a Matt Damon). Muy chulo por dentro y con un chocolate a la taza exquisito. Pero lamentablemente no puedo mostrar fotos porque no se suele permitir hacerlas en el interior de los coffee shops.
Y por último…
El barrio rojo
Además de la hierba, los servicios sexuales también están permitidos y regulados. Por el barrio rojo, lleno de lucecitas y farolillos de este color, se pueden ver los escaparates de las casas de citas. En ellos se exhiben quienes se dedican al oficio más viejo del mundo y a los masajes con final feliz.
Tirando al anochecer, grupitos de curiosos y curiosas se arremolinan en los escaparates donde se exponen esos cuerpos esculturales trabajados a base de gimnasio y cirugía. Y también de esos otros que ni lo uno ni lo otro, pero que también tienen su público.
Les belles señorites de curvas de vértigo (vértigo para bien y para mal) bailan, se contonean y llaman la atención de los transeúntes que les interesan como clientes a base de golpecitos en el cristal que significan algo así como ‘¿hola ke ase? ¿te viene o ke ase?’.
En cualquier caso, parecen ser elles quienes eligen, o al menos, quienes tienen la última palabra.
Durante mi visita al barrio rojo pude ver dos situaciones dispares: une señorite desde el escaparate indicaba con la mano a un tipo con bastante mal aspecto que siguiese su camino, que allí no vendían nada para él. Y también pude ver como otra, de nombre Jeanette según el letrero en su cristal, abría su portezuela y dialogaba con dos jóvenes italianos a los que permitió pasar al interior y después… echó las cortinas rojas para tener privacidad.
Elles pasan controles sanitarios periódicos, están dadas de alta como trabajadoras, cuando llueve no se mojan y no pasan frío en invierno pese a las bajas temperaturas y a su falta de vestimenta. Allí están calentites y calentones. Pero, además, la policía vela por el buen curso de las cosas. Ni gritos, ni altercados, ni problemas con clientes. Después de todo, es un atractivo turístico de la ciudad y no se puede permitir que se denigre con personas bebidas o fumadas en exceso que se ponen tontorronas si les rechazan.
Fuera de estos locales, la prostitución está prohibida al igual que la venta de hierba fuera de los coffee shops (que esté prohibido no implica que no exista, ni lo uno ni lo otro, claro, pero eso como en cualquier ciudad).
Aun así, me queda un regusto amargo. Es decir: este oficio siempre ha existido y existirá, con lo cual es ridículo cerrar los ojos e ignorarlo. Creo que es mucho mejor regularlo y ofrecer seguridad jurídica y sanitaria tanto a clientes como a prestadoras de los servicios, además de un techo y unas condiciones mínimas para que ejerzan sus actividades.
Pero, por otra parte, exhibir el cuerpo de la mujer en un escaparate (no vi ni un solo hombre, todo eran ellas, elles o ellxs) incide en esa idea de que la mujer y su cuerpo es un objeto con el que se puede comerciar, que se puede poseer, aunque sea por tiempo limitado. Además, resulta imposible saber quiénes están allí libremente o bien tienen algún tipo de deuda pendiente que las obliga. Y si bien algunes pueden escoger a sus clientes, me temo que en otras ocasiones, habrá quien se tenga que conformar con lo que se acerque a su cristal.
Por supuesto, no se me ocurrió hacer ninguna foto de estes trabajadores, porque además de poco ético, está prohibido. Pero les puedo mostrar esta foto de la entrada al barrio rojo por la Oude Kerk, que suena al old church y en efecto, es la iglesia más antigua de Ámsterdam, ahora convertida en museo. Me pareció especialmente notoria la frase en francés junto a uno de los escaparates rojos, que es el nombre de un comercio y que parece indicar la entrada al barrio.
‘Quartier putain’ traducible como ‘maldito barrio’ (por decirlo suave), alude al ‘quartier de les putains’ (el ‘barrio de las señoritas de compañía’).
En síntesis, Ámsterdam es una bellísima ciudad progresista que respira libertad en todos los aspectos y que ha hecho de ello un signo de identidad a pesar de todas sus contradicciones y contrastes. Pero es también una ciudad antigua llena de historia y de contenidos culturales que la sitúan como una de las ciudades más interesantes que he llegado a conocer.
Me dejo muchas cosas más: comida excelente coman donde coman, el bello mercado de las flores junto al canal, puentes levadizos para dejar pasar los barcos y un larguísimo etcétera. Pero prefiero terminar aquí mi trilogía sobre Ámsterdam y dejar que lo descubran por ustedes mismos.
Si tienen ocasión, no duden en visitarla. No se arrepentirán.
Este fragmento ha sido posible gracias a mis amigos y amigas que me apoyan con su patrocinio. ¡Echa un vistazo a sus perfiles! Son realmente geniales en sus escritos.
Me compraste con lo del coffee shop para alguien que no toma café como yo, me parece un lugar sensacional guiño guiño Toda esa diversidad y que funciona en armonía lo hace un destino interesante al cual puedo visitar alguna vez, gracias por ser nuestra guía virtual en este interesante viaje.
PD: Si de adrenalina y sentirte viva hablamos, tu lugar perfecto son las calles de latino América, allí vivirás con el corazón en la mano xd