La economía: Malta sostenible II
Como muchos países industrializados, la globalización y el libre mercado tuvo su impacto en Malta. El enclave estratégico militar y comercial perdieron su empuje, y la industria naval (astilleros, etc.) se trasladó a lugares del mundo donde resultaba menos costosa (Primero Corea, y después China). Y como muchos otros lugares que perdieron su industria, Malta tuvo que transformarse.
Actualmente es una economía basada en el sector servicios, el turismo y el sector financiero. En este sentido, Malta dejó hace tiempo de ser considerada oficialmente como paraíso fiscal, aunque lo cierto es que las imposiciones fiscales son bastante más laxas que en otros países de Europa. De hecho, me resultó muy llamativa la multitud de bufetes de abogados y despachos de asesoría fiscal.
Malta entro en la UE y adoptó el Euro como moneda.
Para ello tuvo también que aceptar los marcos regulatorios europeos en materia fiscal. Pero a día de hoy podría decirse que resulta ‘ventajoso’ para una empresa establecer su sede social en Malta. Y también establecer su residencia en el país para las grandes fortunas. En otras palabras, Malta podría ser considerada en materia fiscal uno de esos países como Luxemburgo, Andorra o Suiza… sin llegar al extremo de la Isla de Mann o de las Antillas Holandesas, donde prácticamente se pacta lo que nos apetece pagar de impuestos.
Pero mi interés como turista se encuentra más en la ‘micro economía’. Sin duda el turismo es uno de los grandes sectores que estimulan la economía maltesa y han construido un tejido de industrias turísticas y de ocio bastante potente. Bares, restaurantes, cursos de buceo, viajes en barco… hasta tienen la ¡‘ciudad de Popeye como parque temático’!
La ciudad de Popeye es realmente el lugar donde Robert Altman rodó la película del marino, que se volvía fortachón a base de comer espinacas, protagonizada por Robin Williams y Shelley Duval en 1980.
La película, un extraño pero divertido musical, fue mayoritariamente un fracaso, pero los decorados del pueblecito pesquero de Popeye quedaron en Malta. Conservados y recuperados, los malteses los explotan como reclamo turístico y realizan funciones musicales y eventos, vinculados a este personaje animado y a la película de los 80. La película es una rareza pero aún es posible encontrarla en DVD y BlueRay.
No es el único paraje maltés que ha servido como marco para una película. Troya, Gladiator o Ágora también tienen tomas de los parajes de Malta. ¿Uno de los últimos rodajes? En el interior de la isla, en la hermosa Mdina, se rodó Juego de Tronos.
Si no lo reconocen se lo digo: Mdina es… ‘Desembarco del Rey’ y cuando fui a visitarla había muchos fans de la serie (incluso algún ‘cosplayer’ con peluca pese al calor).
Los viajes privados en ferry a las islas de Comino y Gozo son también un no parar de ida y venida de turistas.
¿Y qué es lo que me más me gusta de todo esto?
Pues por una parte, nada. Me parece totalmente insostenible. Es como una tematización ficticia de unos entornos con su propia historia que son ignorados e invadidos por hordas de personas que solo quieren hacerse un selfie con Popeye, en la minúscula parcela de arena de una isla de aguas azules o en ‘Kings landing’.
Al rededor de todo eso, toda una industria de lo ficticio, de lo falso, de lo virtual y de moda que no es más que pura ‘imagen fake’ que opaca el verdadero interés que esconde Malta.
Les pongo dos ejemplos: La isla de Comino y Mdina-IlRabat.
La isla de comino es la más pequeña de las tres islas que conforman el archipiélago maltés. El lugar es una maravilla natural, lleno de grutas marinas y aguas azules y templadas. Sin embargo, cientos de ferries y barcos particulares atracan durante en día en el mismo muelle, junto a una pequeñísima porción de arena a la que llamaremos ‘playa’.
En efecto, la islita no va sobrada de arena, y más bien la costa es pura roca pulida por los años de mareas y atemperada por el sol. No hay lugar para clavar sombrillas, ni suelo arenoso donde dejar la toalla… a excepción de la calita-muelle donde llegan los barcos.
Pues en esa calita, en esa ínfima porción de arena se concentra una marabunta de turistas que no quiere hacer ni el más mínimo esfuerzo en caminar 5 minutos. Prefieren hacinarse en un metro cuadrado y nadar con barcos entrando y saliendo del muelle. Al rededor, toda una microeconomía de la devastación. Food trucks de comidas a precios de restaurante, bebidas y refrescos a precio de Möet & Chandon, hamacas de pago que privatizan el espacio mínimo y le ponen precio… ¡Es como la gran mugre del turismo! Tienen toda la isla para esparcirse, pero no. Prefieren quedarse en el mismo pequeño lugar donde les dejó el ferry. Ni 10 metros quieren caminar. Y claro, si los turistas de aglutinan, los comercios vinculados al turismo lo aprovechan (llámese comercio a un ‘food truck’).
Y mientras los ‘turistas-ganado’ se quedan mugiendo como vacas en la microcala, unos encima de otros, o dejando flotar sus blancuzcos y rollizos cuerpos de manatí en el agua saturada de bañistas y barcos… me dediqué a explorar la isla, como también hicieron otros visitantes aventureros.
Al de poco, descubrí el pequeño paraíso que era la isla. Decenas de pequeños lugares, con cuevas marinas, silenciosos y solitarios parajes de agua cristalina llena de peces y de vida, nos aguardaban a los pocos y pocas temerarios que decidimos escapar del infierno turista. Eso sí, sin arena, ni ‘piñas coladas’, ni latas de cocacola… ¡ni falta que hacía! La naturaleza en sí misma para disfrutar del sol, el mar y las acogedoras rocas planas cinceladas por el paso de los años.
Todo gratis. Todo sostenible. Sin residuos, ni excesos, ni escándalos que ahuyentan a cualquier ser vivo marino o terrestre. Toda esa riqueza y maravilla no se disfruta desde la ‘blue lagoon’, que de laguna y de azul tiene más bien poco. La gente no quiere conocer el lugar, solo quiere hacerse un selfie con una piña colada de 12€ y nada más. Como si el turismo consistiera en una lista de lugares que visitar y ponerles en ‘check’ con un selfie para demostrarlo. Pues vale, ellos/as se lo pierden.
Mdina-IlRabat fue algo similar. Es una ciudad preciosa, medieval con muchísimo encanto. Hasta que los grupos de turistas disfrazados se dedican a bloquear las callejuelas con sus palo selfies, fingiendo ser miembros de alguna de las Casas de Poniente descritas en canción de Hielo y Fuego. Al rededor, pues eso: tiendas de souvenirs 'made in china', de espadas mágicas de los Lannister y de nuevo ese tejido comercial de lo chabacano y dirigido al turista que está de paso y por tiempo limitado.
Pero si nos alejamos del camino de esta gente, si los esquivamos y hasta huimos de ellos, llegamos casi sin querer a las callejuelas apacibles donde vive la gente y donde artesanos/as del cristal maltes hacen virguerías. Si se hace el esfuerzo de caminar un poquito más, entre las calles y bajo el sol, llegamos a un barcito auténtico en un alto (demasiado caminar para los ‘turistas manatíes’) desde donde se ve prácticamente toda la isla y se puede degustar un fantástico ‘ftira’ (comida típica maltesa deliciosa).
El asalto de las hordas turísticas se empieza a sentir en las gentes locales por toda Malta. Me encontré una tienda de artesanías de una maltesa que hacían maravillas con cristal en una tienda que se llamaba ‘souvenirs de verdad, que no dan asco’. Nada de imanes con la cruz de Malta hechos en Asia, ni muñequitos de caballeros de la Orden hechos en plástico, ni mecheros con hojas de marihuana ni esas bobadas. Todo auténticas piezas diseñadas/elaboradas por ella, representativas de Malta a un precio más que justo.
Claro que costaban algo más que 3 imanes x 1 €. Pero desde luego, si quieres llevarte un recuerdo, no hay ninguno mejor y más auténtico. Si no fuese porque tenía el equipaje limitado a la vuelta en avión, le hubiese comprado media tienda. Me conformé con un par de detalles (y lo pasé fatal al meterlos en la maleta y volver a casa para comprobar si estaban bien).
Esa es la microeconomía que me gusta alimentar como turista porque es la que me resulta sostenible. La local, la que deja el beneficio a las gentes del lugar, no a fábricas chinas o a operadores globales.
Siempre que viajo, me gusta enredarme con las gentes locales y frecuentar sus negocios. Como la escondida cafetería del siciliano un cappuccino delicioso en lugar del Starbucks en primera línea de playa, la de la artesana del cristal en lugar de la tienda de ‘souvenir baratos’, la de una isla limpia y llena de vida en sus aguas en lugar de la cala saturada de turistas, ruido, y restos, la de una catedral que merece ser visitada por su historia y no porque sale en una película o una serie, entrar y descubrir su interior y no quedarme en su portón vestido de cualquier cosa para hacerme un selfie estilo Game of Thrones.
Porque si no alimentamos la economía real de las personas que viven en el lugar que visitamos, y lo que hacemos es alimentar una industria del decorado de película, del fake, del selfie masivo, del McDonalds para comer… ¿qué quedará de Malta en unos años? ¿Un parque temático que esconde a sus gentes? ¿Un lugar… como cualquier otro destinado al turismo? ¿Con los mismos comercios, cafeterías, comidas y tiendas de souvenirs globales?
Entonces… ¿para qué ir a Malta? Mejor me quedo en cualquier ciudad turística de mi país, que tiene exactamente lo mismo, ¿no?
Una descripción a detalle, para quienes recorrimos Malta a través de tus letras.
El turismo muchas veces termina dando beneficio a los gobiernos y nó a los pobladores, tal es el caso de Cuba. (aunque verdaderamente Cuba es un caso aparte)
Menos mal que aún quedan excursionistas como tú, de esos que busca disfrutar de la naturaleza y nó u a selfie; de esos que prefiere vivir a plenitud que nó aparentar.
Un lugar hermosísimo y lleno de historia, que vale la pena visitar, de esa manera que lo expones.