La verdad es que no creía que saldría algo tan extenso, pero en cuanto me puse a pensar en ello, descubrí que no hay cosa que más odie que hacer las compras en el supermercado del barrio. Les explico por qué:
Saliendo de casa a regañadientes
Para empezar, siempre me da mucha pereza ir a hacer la compra semanal, porque como entre semana no puedo hacerlas, debo emplear los sábados para ello. Como yo, mucha gente vive la misma situación por lo que el sábado es el día en que más se llena el supermercado. A más gente, más infierno.
Por tanto, me quedan dos opciones para evitar la muchedumbre:
1) Me levanto bien pronto nada más que abran el supermercado, lo que me obliga a madrugar un poco el único día que tengo para no hacerlo.
2) Ir a la hora de la comida, lo cual me hace acudir al supermercado con hambre (esto no se debe hacer porque se acaba comprando mucho más de lo que uno necesita ya que todo apetece).
Al final, si no es por una cosa es por la otra, siempre acabo llegando a media mañana. Justo cuando más gente hay.
Entrando al supermercado con ansiedad
Una vez en el supermercado comienza mi ansiedad. Sólo escuchar el bip-bip de las cajas, me pone los pelos de punta porque sé que ya empieza mi calvario.
Saco mi lista de la compra, tomo una cestita o un carrito y trato de concertarme en lo mío, pero es imposible. En mi supermercado siempre hay niños jugando a lo loco mientras sus padres hacen las compras y los ignoran. A veces se montan en los carritos y juegan a empujarse, lo que no está nada mal, teniendo en cuenta que hasta suele haberlos montados en patines, incluso, ¡en bicicleta! ¡Dentro del super!
Y ahí estoy yo, con media docena de huevos de corral en las manos mirando como una niña de 8 años sobre patines se aproxima a toda velocidad con aires suicidas y con cara de “ja ja ja he perdido el control y no sé a dónde voy ni contra qué chocaré, yuhuuu”.
¿Dónde demonios están sus padres? ¡Pero si hay un parque de juegos justo en frente! ¿Para qué los traen a hacer las compras? Ufff.
Frutas y verduras... y señores que observan la albahaca
Esquivo a los niños y niñas hiperactivos y suicidas, y llego a la sección de frutas, verduras y condimentos. Ahí siempre miro si hay albahaca que me encanta. Casi nunca hay. Motivo por el que planto mi propia albahaca. Pero a veces necesito comprar extra porque no quiero deshojar la planta completamente.
Siempre, siempre, ¡SIEMPRE! Hay un tipo con las dos últimas bandejas de albahaca en las manos, mirándolas por arriba, por abajo, por un lado, la información nutricional, a contraluz, al trasluz, con cara de sospecha, con cara de satisfacción… y se tira así un buen rato.
Vamos a ver, ¿la va usted a comprar o ha venido a leer? Porque para leer tiene la biblioteca. Y si no la va a comprar, ¡déjela que yo sí! ¡Qué pesadilla! Así que me tengo que esperar para ver si el caballero se decide de una buena vez y así saber si las cojo o no las cojo.
La plaza del supermercado
A continuación, hay un cruce de pasillos. Pues bien, no sé que tiene ese maldito punto en concreto que se convierte en una especie de plaza del supermercado. Todo el mundo se debe encontrar allí con algún vecino, amiga, fantasma del pasado o con su primer amor del instituto, porque siempre hay gente charlando, obstaculizando a todo el mundo... entre la fila 1 y el pasillo 1.
¿Pero para qué están los bares? ¿Han venido aquí a charlar o a comprar? Aquí es ya cuando empiezo a sentir una verdadera angustia existencial y una ira extrema que crece en mi interior y se manifiesta en forma de picores por todo el cuerpo.
Reconozco (esto no lo cuenten) que alguna vez que llevaba un carrito y, mirando hacia las estanterías como jugando al despiste, he chocado voluntariamente con alguno para a continuación decir como con sorpresa y apuro:
—¡Uy perdón! ¡Discúlpeme!
“Al carajo, ni perdón ni nada, quita de en medio” -suelo pensar. La cosa es que me funciona, se apartan y ya puedo seguir hacia la carnicería y la pescadería. Váyanse a la plaza, al bar o intercambien los teléfonos y queden por Tinder o lo que sea. ¡Pero dejen al resto del mundo hacer sus compras!
Carnicería y pescadería... ¿la última?
Así llego a la carnicería/pescadería. Si allí no hay cola, bien.
Pero cuando hay cola, odio con todo mi ser, con todas mis entrañas, a la que llega la última y pregunta como con cierto remilgo:
—¿Quién es la última?
Nunca contesto. ¿La última? ¡Pues usted! Usted es la última, ¿o es que no acaba de llegar?
Parece una tontería, pero no. Con el truco de “quien es la última” te pueden soltar un:
—Ah vale, pues entonces yo voy antes porque estaba detrás de aquella señora de allí.
No. No. No. De eso nada. Usted acaba de llegar. Usted es la última y me la trae al fresco la milonga que me cuente de que estaba haciendo nosequé o que le entraron ganas de ir al baño. USTED Y SOLO USTED ES LA ÚLTIMA. PUNTO.
Si quiere, puede preguntar: ¿Quién da la vez? O Bien, ¿Detrás de quien voy? Pero eso de ¿Quién es la última? No cuela.
No tienen ni idea de los jaleos que se montan en la pescadería por estas cosas.
Ale, póngase delante que yo estoy aquí mirando nada
Al fin llego a mi sección favorita: cereales, dulces, vinitos y productos de limpieza. Ahí me suelo entretener un poquito más. Me acerco al estante, miro la composición de los envases y trato de elegir entre la gran variedad de opciones. Pero claro, si me pongo con la nariz pegada a los productos, no puedo ver la amplitud del estante y comparar productos y precios. Así que doy un paso o dos hacia atrás para tener una mejor perspectiva.
¿Y qué pasa? Tachán, tachán… siempre, siempre, SIEMPRE, hay alguien que se te pone delante a mirar con la nariz pegada al estante impidiéndote ver.
Pero, ¿no se da cuenta que estaba yo mirando? ¿No se da cuenta la falta de respeto que es eso? ¿Todo por dejar un margen entre la estantería y yo para tener mejor perspectiva? ¡LO ODIOOOOOOOO! Me dan ganas de empujar a quien sea y gritarle hasta perder la voz: ¡Estoy aquí mirandoooooooo! ¡Déjeme veeeeer!
Lo malo es que normalmente son ancianitas que seguramente lo hacen sin mala intención. Así que me guardo mi furia y camino hacia las cajas deseando que todo acabe pronto.
Saliendo del supermercado: el misterio de la cesta solitaria
Pero no. Allí empieza lo peor. Allí están quienes no encuentran un céntimo para pagar, quienes no encuentran la tarjeta de fidelización, quienes no encuentran el cupón descuento…
¡Pero por el amor de Dios! Con toda la cola que hay, ¿no ha tenido tiempo de preparar todos sus papeles, documentos e historias ANTES de llegar a la caja? ¿Por qué espera hasta el último segundo? ¡Es que no lo entiendo! ¿No lo podía tener ya preparado en la mano?
Pero, lo peor, Lo peor, LO MALDITO PEOR, son esas personas que dejan su cesta o su carrito solo, como si hiciesen la cola por ellas. Y ¿cómo no? Encima bloqueando el paso lateral. Y luego se van tan campantes a por una cosa que se les “olvidó”.
Y luego por otra. Y otra, y luego otra más.
Total, que llego a la caja y delante hay un carrito o una cesta, aparentemente sin dueño/a. Así que la aparto a un lado porque la cajera me lo pide y me pongo a sacar las cosas de la cesta para pagarlas.
Pues bien, justo cuando estoy con media compra ya facturada, llega la dueña o dueño de la misteriosa cesta solitaria.
—¡Oiga! que yo estaba delante.
De eso nada. Delante había una cesta. Usted estaba haciendo vete tú a saber qué. Pero desde luego usted no estaba delante. Ni delante, ni detrás. Sencillamente no estaba. No vamos a demorar a todas las personas de la cola hasta que usted tenga a bien aparecer, porque a usted se le ocurre entrar al supermercado y dejar una cesta en la cola de primeras, para luego ir yendo y viniendo a por cada cosa que quiere comprar una por una.
Para que no llegue a la cola y se dé cuenta de que se le han “olvidado” un montón de cosas, tráigase una lista. Eso LISTA. Que es usted más lista que el hambre.
En fin, que al fin salgo del super cargando las bolsas. Y por una parte siento el alivio de haber terminado esa horrible tarea hasta la semana que viene. Pero por otra, llevo en mi interior un cabreo monumental que me dura todo el día.
De verdad, el infierno existe.
Y es el supermercado de mi barrio.
Este artículo está relacionado con la dinámica “cosas que odio” de nuestro canal en noise.cash.
Fuente de la imagen de la cabecera: Carlos Constantini, www.freeimages.com
Este artículo ha sido posible gracias a mis amigos y amigas que me apoyan con su patrocinio. ¡Echa un vistazo a sus perfiles! Son realmente geniales en sus escritos.
Estimada Loucy, las compras en el supermercado de tu barrio son de nivel primario, te invito a mi país para que curses una maestría sobre el tema. Me reía solo imaginando tu cara (que no conozco) en cada situación.