Una aventura fugaz
Recuerdo que mis amigos y yo, decidimos salir a una caminata cuando éramos adolescentes. Fue una idea que se nos ocurrió después de un comentario que hice, más bien un reto, el cual consistía en quien de todos nosotros tenía mayor resistencia al caminar a una de las minas que existía en el sector.
No crean que es un trayecto corto, hay que caminar mínimo unas 3 horas para acercarse a los primeros cerros, no es como un día de parque, está si es una aventura extrema. En especial porque por estos lugares han pasado cosas bastante extrañas, dónde incluso ha habido muertes y desapariciones.
Hace un tiempo mi tío tenía por costumbre ir a buscar leña por estos parajes, aunque mucho más en el principio del camino, de donde queríamos llegar nosotros.
Fue entonces mientras caminaba tranquilamente por esos montes deshabitados, pero llenos de vida para aquel que sepa apreciar lo sutil, donde se encontró a una criatura que desentonaba totalmente con nuestra fauna autóctona. Lo único que atinó a ser fue a correr después de que este ser extraño lo quedara mirando con detenimiento, nadie supo jamás de que se trataba.
Por ello, cuando nuestro grupo partió, me sentía que viviría una aventura como las escritas por Julio Verne. Nos tomó al final exactamente 4 horas llegar a nuestro destino, aunque sin nada extraño que contar, tal vez simplemente que no fue lo que esperaban nuestras mentes adolescentes deseosas de ver algún ser mítico.
El descenso se hizo mucho más llevadero, aunque ya el cansancio estaba menguando nuestras fuerzas y la cercanía de la noche, nuestra valentía.
De repente oímos un sonido que nos heló la sangre, ahí estábamos en mitad de la noche, cinco amigos que nos jurábamos valientes y que al mínimo roce de la noche ya queríamos irnos a resguardar en los brazos de nuestras madres.
El gordo Alfonso, no paraba de llorar, mientras el flaco Pepe le pedía a Dios a todo pulmón salir con vida de la aventura, y mis demás amigos se quedaron inmóviles de la impresión, vaya grupo de cobardes el que conformábamos.
Pero yo no podía quedar tan mal parado frente a esa afrenta, y valientemente caminé hacia donde provenía el sonido desgarrador que cada vez se hacía más fuerte. Confieso que me moría de miedo, pero debía hacerlo por mi orgullo de explorador, ya que me creía Indiana Jones.
En medio de la oscuridad divisé una figura grande y otra más pequeña detrás de esta, al acostumbrar mis ojos a la oscuridad de aquel momento. Me percaté que el dueño de aquellos alaridos estridentes, era nada más y nada menos que una pequeña oveja que acababan de traer a este mundo.
La tomé en mis brazos, mientras mis amigos intentaban que la madre nos siguiera el paso, ya que la pobre estaba bastante cansada después de darle vida a su hijo.
Las entregamos a su dueño y este, en agradecimiento por encontrar a su oveja favorita perdida, me regaló a la más pequeña. No pude rehusarme, puesto que sabía cómo iba a terminar la pobre. Además me miraba de una forma tan expresiva, como pidiendo ayuda, que no tuve más remedio que traerla conmigo, para ser mi nueva mascota.
Demás está decirles que quedé como el héroe valiente ante el grupo, claro que jamás volví por ese lugar, en especial cuando días después nos enteramos de que una criatura desconocida había atacado un rebaño de ovejas en una casa aledaña de ese sector.
Historia de ficción creada por mi, mientras la imaginación está presente aún por mi mente.