Sili, el caracol que quería volar
Sili era un simpático caracol que vivía en un enorme jardín lleno de árboles frutales, flores y hierbas medicinales. El dueño de aquel lugar era el señor Máximo Mendoza y su pequeña nieta Sofía.
Aunque debo mencionar que había una gran diferencia entre Sili y el resto de los caracoles del planeta, él soñaba con tener alas y ser tan hermoso como las mariposas. Todas las mañanas, Sili se acercaba a la valla del jardín sólo para ver jugar a Sofía.
La niña era muy buena con los animales, especialmente con los insectos. Pero nunca se atrevía a mirar el lugar donde vivían los caracoles. Sili no entendía por qué alguien tan noble no quería ser su amiga, pensó que los ancianos podrían saber la razón por la que la niña no se interesaba por ellos. Ya que habitan el jardín desde hace mucho más tiempo que el.
Comenzó la ardua tarea de arrastrarse hasta el mayor de sus parientes. Pero éste le dijo que no sabía nada al respecto, porque no le interesaban los problemas de los humanos.
Luego le tocó el turno a su hermano y a su pandilla, aunque Damein era muy diferente a nuestro amigo Sili. Se burló de el y le reprochó que sufriera por una chica que sólo se interesaba por los insectos.
Entonces, como no consiguió que los otros caracoles le dijeran nada sobre su problema. Decidió acudir a las trabajadoras hormigas y, como siempre andan de un lado a otro, seguro que tendrían una respuesta.
Primero se encontró con las hormigas obreras, que inmediatamente adoptaron una posición de ataque al ver que Sili se acercaba demasiado al hormiguero. Sili se asustó tanto que intentó correr, pero fue inútil. Sólo podía arrastrarse y muy lentamente, a diferencia de las hormigas.
Todas estallaron en carcajadas al ver a nuestro pobre amiguito haciendo tantas piruetas para correr tan rápido, lo que sólo le hacía quedar en el más absoluto de los ridículos, además de que era evidente que no representaba ningún peligro para la reina.
Le preguntaron qué quería y qué hacía, ya que estaba bastante lejos de su territorio, porque nunca habían visto a uno de su especie en ese lado del jardín. El caracolito les explicó el motivo de su viaje a esos lugares, aunque las trabajadoras le dijeron lo mismo que los demás, que nunca hacían caso a los humanos.
Además le recomendaron que era mejor que fuera a su casa, porque cerca de esos caminos vivía una tijereta. Esta atacaba a cualquiera que se cruzara en su territorio.
Fue entonces cuando decidió despedirse y continuar su camino a casa. Mientras se arrastraba por la tierra húmeda, vio una mariposa posada en una de las flores de lavanda. Inmediatamente fue a saludarla alegremente y ella le dirigió una mirada fulminante. Nuestro amigo siguió hablándole, pero ella no respondió, ignorándole por completo.
De repente, una enorme tijereta apareció de entre las flores y comenzó a mover sus pinzas para atrapar a la pequeña mariposa.
Sili no estaba dispuesto a dejar que una amiga de la pequeña Sofía resultara herida. Así que decidió abalanzarse valientemente sobre el enemigo, tratando de golpearlo con una rama. Pero este lo lanza al suelo y con sus pinzas rompe la rama en dos.
Mientras esto ocurría, la mariposa en lugar de ayudarle, se alejó volando y dejó solo al pobre caracol incapaz de creer que pronto sería comida para aquel insecto. Fue en ese momento cuando deseó aún más tener alas, para poder escapar de su enemigo.
Cerró los ojos para esperar su triste final, pero en cambio su cuerpo comenzó a flotar en el aire,
—Por fin podré volar—penso.
Abrió los ojos y vio a su enemigo desaparecer en el suelo, pero cuando levantó la vista, la niña Sofía lo tenía en sus manos, mientras la mariposa que intentaba salvar revoloteaba a su alrededor.
—Mi amiga Riu la mariposa, me contó lo que pasaba y vine inmediatamente a rescatarte, pero no deberías estar aquí, tu casa está al otro lado del jardín.
—Estoy buscando algo.
—¿Has perdido algo importante?
—No, no lo he perdido.
—¿Entonces qué es?
—Es que...
—Vamos dime, tal vez pueda ayudarte.
El pobre caracol no sabía cómo preguntarle a Sofía el motivo de sus no visitas a la granja de caracoles. Así que se armó de valor y gritó a pleno pulmón la pregunta que le había llevado a esta gran aventura en la que casi pierde la vida.
—Por qué odias a los caracoles y no nos visitas, es porque no podemos volar, ojalá pudiera pero no puedo—comentó Sili con tristeza.
—No es por eso—dijo Sofía.
—Entonces explícamelo, porque llevo todo el día preguntando a los animales del jardín, pero nadie ha sabido responderme.
—Muy bien, te diré por qué.
Sofía le explicó que su padre cultivaba flores para venderlas y no le gustaba que los caracoles se acercaran a ellas. Un día encontró dos caracoles alimentándose de sus preciosas flores, se enfadó tanto que los recogió y los lanzo a la basura. Luego prohibió a la niña que se hiciera amiga de los caracoles.
Mientras tanto, el abuelo creó una zona en el jardín sólo para ellos, donde pueden comer las flores y plantas que quieran.
—Ahora podemos ser amigos y poco a poco enseñar a nuestros padres que podemos vivir juntos, sin hacernos daño.
—Tienes razón, mi abuelo encontró una buena solución para nosotros.
Todos estuvieron de acuerdo y se alegraron mucho. Sili, Sofía, las mariposas y hasta el gato, no sólo iban a poder ser amigas. Sino que también habían aprendido que hablar y discutir sus problemas era la mejor solución.
Mientras miraba a mi sobrina darle comida a los caracoles, se me ocurrió crear este cuento. 🐌