El canto del gallo anuncia el amanecer. El frío se cuela a través del borde de la gruesa manta vinotinta cuando resuena de nuevo el vigoroso canto. Con pesadez se levanta de la cama y aún envuelto en la manta camina con lentitud hacia el baño del pasillo. Enciende el interruptor, la luz incandescente lastima sus pupilas. Reniega el haber comprado el bombillo de 100 watts de potencia, pero no tuvo opción, era el único que quedaba en la tienda agropecuaria del pueblo.
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Abre el grifo girando la manilla izquierda y espera la salida del agua caliente para entrar a la ducha. Regula la temperatura girando la manilla derecha, ahora está completamente despierto, mientras se enjabona y cepilla los dientes ordena las ideas para la faena que le espera.
Magaly, está en la cocina colando el café y calentando en la plancha los emparedados vegetarianos que dejó preparado anoche, justo antes de acostarse. Una rutina que por años acomete desde que se mudaron al campo, buscando la tranquilidad que la ciudad les negó.
La bella mujer coloca el plato y la taza de café en la mesa y regresa a la cama. Pedro está listo. Las botas hasta las rodillas, la gruesa chaqueta y el gorro de lana cubre su cabeza, con delicadeza le da un tierno beso a la mujer de sus sueños y se despide, no sin antes desayunar los tibios bocados repletos de amor.
No deja de maravillarse cuando sale por la puerta y ve como el Sol se alza en el horizonte. La sensación de libertad le inunda al sentir la pureza en el aíre llenando sus pulmones. Desde un rincón, Guardián menea la cola y salta de alegría colocándoles las patas en las piernas. Casi lo tumba, pero soporta el empuje del fiel amigo, prosiguiendo a revisar el granero en donde el orgulloso Claudio, vigila agitando las alas al verlo.
Guardián ladra y corre revoloteando frente a la maleza algo nervioso, el sonido de traqueo advierte un peligro inminente. La víbora de cascabel se detiene en actitud hostil. Guardián confirmó la alerta dada por Claudio. Pedro toma la horqueta e inmoviliza la cabeza de la serpiente, algo que nunca imaginó ser capaz de hacer cuando vivía y trabajaba como programador en la gran ciudad.
La víbora intenta zafarse, pero Pedro es firme, no quiere matarla, solo quiere arrastrarla lo más lejos posible del granero, obligándola a regresar al espeso bosque. Guardián ladra y Claudio canta en coro con el resto de las gallinas mientras ven a la serpiente regresar al territorio que nunca debió abandonar.
Pedro respiró hondo dando gracias por esta clase de víboras, mucho menos peligrosas que las dejadas atrás cuando vivía en la ciudad.
FIN
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Un relato original de @Jnavedan
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Que lindo relato, logra llevarnos a la imaginación de un momento y lugar. Muy emotivo y preciso, gracias.