Luis Hernández, niño de 10 años con notables condiciones y habilidades físicas, delgado, de ojos grandes, de todos sus hermanos es quien más se parece a su madre.
En su salón de 4to grado, siempre disponible a participar en todo, competitivo en cada milésima de segundo y célula de su cuerpo, uno de los más altos del salón de clases, pertenece a la brigada infantil de los bomberos, está a punto de graduarse.
José Gimón es el más bajito del salón, es gemelo y su hermano estudia el mismo grado pero está en otra sección, José un tanto introvertido, le gusta el futbol, aunque realmente no se destaca mucho pero tiene un talento conocido por todos, motivo de este relato que en esta historia dará una inolvidable lección a Luis.
Todo comienza al sonar el timbre del recreo, todos salen a disfrutar de su desayuno y jugar, como siempre Luis y Édison son los que se adueñan del balón para pedir los jugadores y conformar los dos equipos rivales entre sus compañeros de clase, pero ese día Moisés, quien acostumbra ser parte del equipo de Luis no asistió a la escuela.
Desde la orilla de la cancha José Gimón observaba todo y acercándose a Luis le dijo que él podía jugar, ya que Moisés no estaba, pero Luis le dio la misma respuesta de siempre, ¡ya te dije que tú no sabes jugar!, sin embargo José no quería perder esta oportunidad e insistió pero la negativa de Luis cada vez era más radical mientras buscaba entre niños de otro salón, que quisieran jugar.
En medio del debate, alguien pateo el balón y fue directo a los pies de José, quien sintiendo como toda la energía de su ser se concentraba en su pierna izquierda dio una gran puntera que envió el balón justo a un grupo de estudiantes de 3er año de bachillerato, que vacilaron mucho a Luis antes de entregarle el balón, encolerizado volvió a la cancha, le dio un empujón a José que lo tumbó y viéndolo en el piso le gritó… ¡viste que no sabes ni patear un balón!
El pequeño José, adolorido, más su alma que su cuerpo, se dirigió al salón de clases pero antes de llegar encontró a su profe, quien tras varias preguntas logró que le contara de aquel mal rato, él profe lo calmó y lo mandó a lavarse la cara porque ya iba a sonar el timbre, para retornar del recreo.
Como de costumbre, en formación tomaron sus asientos y el profe lo primero que hizo fue decirle... ¡Luis, por favor saca la caja de tizas de colores del estante! todos estaban al tanto de lo que había sucedido, por ello se asombraron del premio que el profe le estaba dando, Yunel niña de temperamento expresivo, estuvo a punto de reclamar, pero cuando el profe le pidió a José que se parara al lado del pizarrón, el silencio fue sorprendente pocas veces estaban unísonamente atentos como en ese instante.
Luis sacó las tizas de colores y se iba a sentar, ¡Luis ven, toma las tizas, entrégaselas a José y párate al otro lado de la pizarra! Los ojos grandes de Luis ahora estaban un tanto más amplios que de costumbre, fue, ocupó su lugar con su acostumbrada posé, el profe le dijo a José, ¿Me puedes hacer un favor?, si profe respondió el niño nervioso. “Dibuja a Luis” aquel pedido fue para José mejor que ganar un partido de futbol a los más grandes de bachillerato, más la melodía afinada, del sonido emitido por todos los niños le indicaron, ya entendimos José aprovecha la oportunidad, el buscó su silla para subirse y poder hacerlo grande.
El dibujo que en escasos 5 minutos hizo aquel pequeño niño morenito, de cabeza alargada y mirada aguileña en la pizarra, siempre fue motivo de felicidad para todos, era habitual verlo distraído dibujando pequeñas pegatinas en formatos más grandes y en este caso no fue la excepción, gorra de lado, manos en los bolsillos y mirada altiva, recostado del pizarrón, así plasmó a Luis en su dibujo, con una armonía increíble en los colores, el gesto del rostro, la simetría del cuerpo. El aplauso de todos fue apoteósico... el profe con un largo suspiro dio gracias a Dios por aquel momento.
El profe le hizo el mismo pedido a Luis de dibujar a su compañero, José en una sutil expresión corporal haciendo honor a su triunfo mientras cambiaban de lugar miraba atentamente a Luis, quien ya había comprendido el objetivo del profe, sin apartar sus ojos de aquel dibujo cuya mirada desafiante sintió que se devolvió en su contra gritándole desde lo alto, “Tú no sabes dibujar” tomo la tiza y se paró frente a la pizarra, con las manos en la espalda mirando hacia arriba centrado en el intenso diálogo con su Avatar, no hacía nada, el mute se activó nuevamente en la audiencia, el profe espero unos minutos y al ver que Luis no había hecho el primer trazo, le dijo, Luis date la vuelta, el mientras se desconectaba del dilema, dudó un momento pero luego volteó
Su empapado rostro era un verdadero poema de tragedia, aun así el profe le preguntó, porque no dibujas a José, quien ya había cambiado su gesto de triunfo por empatía, Luis bebiendo sus lagrimas respondió, no… se dibujar como José profe… (Llanto silente)
El profe haciendo un gesto de complicidad a José le dijo, Luis no hay problema, espera, ¿José crees que puedas enseñar a Luis a dibujar?, José sin titubear respondió si profe, secando el rostro de Luis, y tu Luis, ¿tendrías la paciencia para enseñar a José y dejarlo jugar? respondiendo positivamente fue, tomó la mano de José y se disculpó con él por lo sucedido, José lo abrazó en señal de aceptación.
El Dibujo de José estuvo muchos días en la pizarra, los contenidos cuando hacía falta se escribían en los contornos, no había celulares en aquellos días pero la imprescriptible imagen quedó archivada en cada corazoncito de aquellos 40 niños de 4to grado.
Luis cumplió su palabra de dejar jugar a José, más aún, a su hermano gemelo Francisco, que tenía una pierna notablemente más corta que la otra y a duras penas podía correr.
Hoy Luis Hernández, es papá, varios años después ubicó, llamó al profe y conversando recordó aquella ocasión, cuando fue su graduación en los bomberos, lo que lo llevó a enseñar orden cerrado a sus compañeros de clase… Ese es tema para otra historia.
Félix Díaz Duran
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