El hechizo de tu mirada | Relato (Parte 2)
Aquí les dejo la segunda parte de mi relato EL HECHIZO DE TU MIRADA, espero lo disfruten.
El hechizo de tu mirada (parte 2)
Salguero era un pueblo dedicado a la capricultura. Todos los habitantes tenían algo que ver con la cría de cabras, ya fuese por iniciativa propia o formando parte de alguna de las empresas de la zona. Las cabras eran el elemento más común. Habitaban en la mayoría de los patios, las llevaban de un lado a otro para el pastoreo, estaban dibujadas en casi todos los carteles de la zona y hasta en la bandera de la región. La figura de una cabra en metal adornaba la plaza central del pueblo y organizaban bazares navideños alrededor de ella sin importarles la lluvia.
Una mañana, Rebecca fue a un quiosco de revistas en medio de un aguacero. Buscaba un periódico que todos los jueves traía la revista «Diario de viajes», que ese mes incluía un folleto de fotografía, entre otras cosas. Se aventuró porque coleccionaba esos librillos y no quería perderse ni uno. La fotografía era su gran pasión.
Llegó al mismo tiempo que un joven en bicicleta y se sacudió el agua de su impermeable mientras el dueño terminaba de atender a una señora.
—Vaya lluvia —resopló el chico de la bici.
Rebecca se giró hacia él para traspasarlo con una mirada irritada. Los días lluviosos le molestaban, hacían que todo se retrasara o fuese más complicado, y ella era muy metódica, los inconvenientes le fastidiaban.
Pero al ver al joven, sus ojos quedaron presa de su imagen. Era sencillo, aunque atractivo, y tenía unos ojos verdes que parecían arpones. Una vez que la atraparon decidieron no liberarla.
—Dicen que no parará hasta mañana —continuó él.
—Qué horror —se quejó ella, logrando escapar del hechizo para mirar con ansiedad al quiosquero. Quería regresar pronto a la casa de su anfitrión y hacer una videollamada con su madre y sus tías, para verificar que los preparativos de la cena de Navidad marcharan sin problemas.
Cuando al fin el hombre le prestó atención, ella le pidió el periódico que buscaba.
—¡Qué suerte! —dijo el encargado—. Es el último ejemplar que me queda.
Rebecca lo recibió con una sonrisa de alivio.
—¡¿El último?! —preguntó con angustia el joven de la bicicleta—. Señor López, ¿está seguro que es el último? Yo también necesito uno.
—Lo siento, Aldo. No me quedan más.
—Pero, señor López, sabe que le compro ese periódico todos los jueves. Soy uno de sus clientes más fieles.
El vendedor comprimió el rostro en una mueca y lanzó una mirada hacia Rebecca. Ella enseguida abrazó el ejemplar. No permitiría que se lo quitaran.
—Es mío —reclamó.
—Yo lo necesito —exigió el joven.
—Pero yo llegué primero.
—Llegamos al mismo tiempo. Lo sabes.
—¡Yo también necesito este periódico! No pensarás arrancármelo de las manos, ¿o sí? —indagó con desafío.
Él observó el ejemplar como si considerara la opción.
—Está bien, quédate con él, pero véndeme la revista.
—¡No! —exclamó indignada—. Vine por eso.
—¡¿Coleccionas la revista?! —consultó, sorprendido por su mala suerte. Si ella no le daba ese periódico, tendría que pedalear unos cuatro kilómetros, entre montañas y bajo la lluvia torrencial, para llegar al pueblo más cercano y conseguir otro ejemplar.
Había invertido mucho dinero coleccionando los mapas que incluía la revista, porque trazaba en ellos una ruta de aventura que planeaba hacer luego de las navidades. No podía faltarle ninguno.
—No. Colecciono el especial de fotografía que este mes trae esa revista.
El chico sonrió con amplitud y puso sus manos juntas frente a su cara en señal de súplica.
—Por favor, véndeme el mapa que está dentro. Es lo único que quiero.
Rebecca pensó en negarse por el mal momento que él le hizo pasar, pero la cara de cabrito abandonado del chico y sus ojos seductores y hechiceros, tan verdes como el jade, le ablandaron el corazón.
—Déjame pensarlo —respondió altanera y alzó la mandíbula extendiendo un billete hacia el quiosquero para pagar su compra.
—¿No tiene un billete más pequeño? —pidió el hombre.
Ella agrandó los ojos con temor.
—¡No tengo más!
—Lo siento, pero no tengo cambio —dijo alzando los hombros con indiferencia.
Por instinto, Rebecca se aferró al periódico. Luego de aquella lucha con el joven no podía perderlo.
—Yo lo pago —respondió Aldo y sacó su billetera del bolsillo trasero de su pantalón.
—¡No! —exclamó Rebecca indignada. No le gustaba que pagaran sus cuentas.
—Cuando cambies el billete, me das la parte del dinero que te corresponde.
—¡No te conozco, no sé quién eres, ni dónde vives! —enumeró, viendo con exasperación como el quiosquero recibía el pago ignorándola por completo.
—Vivo a tres casas de Rafael Noguera y soy el veterinario de la granja Los laureles. Mientras estés en el pueblo, nos veremos muy seguido.
Rebecca quedó en shock por la noticia. Los laureles era la granja a la que su abuelo se había asociado y que ella estuvo visitando los últimos tres días. ¿Por qué nunca lo había visto? ¿Cómo era posible que estuvieran tan cerca y jamás había reparado en él?
—¿Me conoces?
—Claro, eres la nieta de Horacio Barazarte, el nuevo socio de mi hermano. Viniste a buscar los documentos de la sociedad y a conocer la granja. —Ella no podía salir de su asombro. Su boca abierta y su cara de póker lo revelaban—. Siempre te veo ir y venir por los corrales, tomando fotografías de todo, tan concentrada en lo que haces que me da pena interrumpirte y saludarte. —Él hablaba y ella solo estaba allí, absorbida por el encanto de sus ojos y por la sonoridad de su voz. ¿Cuándo perdió la costumbre de mirar a los lados y disfrutar de las maravillas que le presentaba la vida?— ¿Me das el mapa?
Ella se sobresaltó ante la petición.
—Ah… sí… disculpa… —dijo con inseguridad y sacó el documento de la revista para extendérselo.
Se irguió, buscando recuperar la cordura y no seguir pareciendo una tonta.
—Te devolveré el dinero. No me gusta tener deudas.
Él sonrió, divertido.
—Eso significa que… ¿nos volveremos a ver?
Rebecca alzó el mentón, con altanería.
—Claro que sí. Ya sé dónde vives y qué haces, ten la seguridad de que nos volveremos a ver.
Ella le dio la espalda y se colocó la capucha del impermeable para salir apresurada de allí. El corazón le latía a mil por horas por aquel encuentro.
—Muchacha linda, ¿no, Aldo? —dijo el quiosquero cuando estuvieron solos.
—A ella le daría todo mi dinero si eso sirve para verla siempre —bromeó el chico, sin apartar su mirada llena de admiración de Rebecca. La siguió hasta que ella se perdió entre el gentío.
Continuará…
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Fotos: lavanguardia.es