Cuento Marina [1/2]

A continuación les ofrezco un fragmento de una brevísima historia que aún está fresca. Consiste en la transcripción de una narración que le obsequie a dos inteligentes y adorables niños que, junto a su madre y a su hermano mayor, me acompañaron en un bus de 34 puestos hacia mi destino.

Me encontraba de regreso a la capital, luego de visitar por algunos días a ciertos familiares. Palabras más, palabras menos; fue un trayecto de 112 kilómetros que se convirtió en otra aventura.

Acompaño la publicación, como es habitual, con un par de fotografías de ambientación tomadas por mi fiel y humilde móvil.

Y ya que preguntas; fueron muchísimas historias contadas por ellos en esa época de mi vida, a decir verdad. Recuerdo una de ellas, en particular. Casi inalterada, tal cual la escuché hace aproximadamente una década.

La mantengo quizás, sencillamente, porque me pareció increíble. Increíble como a quien le resulta imposible de tragar, pero al mismo tiempo, sabes que es cierto. La anécdota, es decir el relato original, le pertenece a un pescador llamado Miguel. Amigo de la familia, eterno habitante de esas entrañables tierras de sal y arena.

A propósito de Miguel; te puedo decir que es uno de esos veteranos del mar, de poblaciones humildes de considerable vocación pesquera. De esos personajes que sostienen la respiración más de trescientos segundos bajo el agua; hasta pareciera nacen nadando.

De unos aparentes 70 años de edad, aunque puede que esté equivocado y sea muchísimo menos; las inclemencias de ese tipo de vida te hacen parecer viejo y golpeado. Nunca le pregunte su edad.

Tenía en ese momento, barba blanca recortada y redondeada, la piel quemada por tanto agujero de la capa de ozono y un andar desnivelado bastante característico.

Una noche, luego de apreciar un hermoso atardecer nos encontrábamos, si mi memoria no me falla, unos diez interfectos de tantos bichos chupa sangre. Todos reunidos en una cabaña maltrecha a orillas de la playa. En ella es donde los pescadores de la zona almacenan sus aperos y sus artes. Allí mismo, dirigiéndose a una veintena de orejas, contó cómo fue rescatado de una muerte segura.

Era la madrugada de muchísimos años atrás, su juventud. Creo recordar vagamente que eran sus veinte. Salieron a «la mar» en una embarcación cuyo nombre estoy seguro mencionó, sin embargo, no he podido inmortalizar.

Él, y otros más, tenían en la mira navegar mar adentro; profundo, lejos del continente y de cualquier costa. Su propósito no era otro que una buena jornada de pesca. Una extraordinaria, cabe la acotación, pues la situación económica de cada uno de ellos rechazaba otros planes más moderados.

Fijar el objetivo en ciertos especímenes que fueran apreciados, y altamente cotizados, por los potenciales compradores estaba fuera de cualquier discusión para los navegantes.

La travesía tenía que durar un poco más de día y medio, entre ida, labores y vuelta. Al escucharlo se me ocurre expresar sorpresa genuina, me corrige inmediatamente otro de los espectadores experimentado: ¡Eso no es nada! Cuando se echa esos viajes todo depende de la suerte y la fe. Asiento y prosigue.

Prepararon todo lo necesario antes de partir. La hora de salida se conviene para que coincida en pesca nocturna. Miguel nos cuenta que no era su primera travesía de ese tipo. Todo bien, no hay que preocuparse.