La Isla de la que nadie puede regresar

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DISCLAIMER / DESCARGO DE RESPONSABILIDAD

El siguiente relato es contenido totalmente original e inédito.

Está basado e inspirado en una historia real, aunque los sucesos y personajes plasmados en la obra son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, lugares o hechos reales es mera coincidencia.

Capítulo 1

Una extraña isla

El hombre caminó pausadamente por el sendero que lo conduciría desde el campamento base hasta la orilla de la playa. Como cada tarde, durante los últimos dos días, debía llegar hasta allí y una vez entrada la noche, encender su lámpara y hacer señas hacia la isla para esperar la misma señal desde el otro lado, esto le indicaría que los dos exploradores se encontraban bien y sin novedad. Sin embargo, lejos estaba de imaginar lo que iba a ocurrir.

A comienzos del año 1935, el célebre geólogo, zoólogo y botánico, Sir William Fuss, quien se inmortalizaría años después como explorador de la antártica desde el polo sur; se encontraba en el medio de una expedición en la región de Turkana, al norte de Kenia. Una vez llegaron a las orillas del lago Rudolf decidieron establecer cerca de allí un campamento base desde donde podrían dirigir las operaciones.

Mientras todo aquél grupo de hombres aventureros se avocaban a esa tarea, dos de los científicos que conformaban la expedición, Martin Devlin y Bill Watson, se sintieron atraídos por una isla que podía verse hacia el centro del lago. Solicitaron a Sir Fuss, como jefe de la expedición, la autorización para hacer un viaje de unos 4 días probablemente e investigarla.

Este aceptó y acordaron que los científicos acamparían próximos a la orilla de su desembarco para facilitar de esa forma, que cada tarde al acercarse la noche, encendieran una lámpara y se comunicaran por señales con la otra orilla para avisar que todo estaba bien, o si por el contrario, necesitaban ayuda.

Devlin y Watson se equiparon bien, partieron hacia la misteriosa isla y esa misma noche se comunicaron según lo acordado dando a entender que todo marchaba bien.

El hombre esperó hasta que el sol se ocultara por completo en el horizonte y cuando ya casi no podía distinguir sus propias manos, encendió su moderna lámpara de kerosene, procedió entonces a ajustar cuidadosamente la mecha hasta lograr una luz nítida y brillante. Luego, la colocó en lo alto de un tronco seco que había enterrado en la orilla de la playa, como a manera de un pilar, esto permitía darle altura a la luz de la lámpara por encima de su cabeza logrando así que nada la bloqueara, además le ofrecía una mejor vista hacia la isla sin que sus ojos se encandilaran por el reflejo de la luz.

Algo extraño estaba pasando, los días anteriores no habían transcurrido ni cinco minutos desde que él encendiera la lámpara, y ya podía divisar en el negro horizonte la aparición de la luz, pequeña pero brillante, haciendo las señales convenidas, pero ahora nada, treinta minutos y nada.

Retrocedió un par de pasos hacia donde había dejado su mochila y extrajo de ella una especie de tarro que, a modo de cantimplora cargaba con él. Luego se alejó un poco del lugar, unos metros, hacia las sombras, como para tener otra perspectiva del área iluminada, entonces se quedó contemplando el lugar, apuró un sorbo largo de la bebida que llevaba en el tarro, era té caliente con algo de leche de cabra. Estuvo pensativo unos instantes y entonces exclamó en voz alta:

- Pero todo se ve bien, la lámpara funciona y la luz está brillante e intensa...

como tratando de convencerse de que el problema no se debía a él.

Habían transcurrido una hora con cuarenta minutos y nada, ni una luz de luciérnaga, ni la más insignificante señal desde la isla, que permanecía arropada por el espeso manto de la oscuridad.

Luego de transcurridas dos horas sin recibir ninguna señal, el hombre decidió dejar la lámpara encendida sobre el tronco y regresar al campamento base para dar aviso de lo ocurrido.

Reportada la situación, un grupo, encabezado por el propio Sir William Fuss regresó a la playa. Allí permanecía encendida la lámpara sobre el tronco, destellando su luz en la oscuridad. Todos miraban hacia la isla, se subieron a las rocas y hasta los árboles cercanos buscando una mejor posición pero todo fue en vano.

Sir Vivian ordenó entonces a los hombres hacer una gran fogata con los troncos que pudieran recolectar en los alrededores y les dijo:

-Debemos asegurarnos de que nuestra señal, nuestra luz, sea lo más grande y clara posible, por si algún factor de la naturaleza como la niebla o la bruma esté impidiendo que ellos puedan vernos y nosotros no lo sepamos, en esta oscuridad es difícil comprobar ese tipo de cosas.

Hecha la fogata y estando Sir William satisfecho con el resultado, ordenó entonces volver al campamento para continuar con los preparativos de la expedición no sin antes asignar a dos de los hombres para que montaran guardia en el sitio hasta el amanecer.

Al día siguiente, los guardias se reportaron en el campamento con la misma noticia: nada de señales.

Se dispuso entonces que, ya que los científicos eran hombres capaces, fuertes y experimentados, y además llevaban consigo suficientes provisiones de alimentos, medicinas y armas, esperarían unos días a ver si volvían a enviar las señales ya que quizás se habían adentrado mucho en la isla. También se encargó a tres de los trabajadores de la expedición para que, por turnos, mantuvieran activa la fogata de la playa, haciendo que durante el día levantara una columna de humo y en la noche se avivara el fuego para mantener la luz brillante, permaneciendo además atentos a las posibles señales. Así fue acordado y así se cumplió.

Habiendo transcurrido más de una semana sin tener noticias de los científicos exploradores, Sir William Fuss organizó entonces un equipo de búsqueda y rescate, esto representaba una contrariedad ya que suponía un retraso en el tiempo y costo en recursos y dinero para la expedición, pero no podía dejarlos abandonados a su suerte y sin saber qué había pasado, habrían sufrido algún accidente? fueron atacados por algo o alguien tal vez? o simplemente... estaban perdidos? cualquiera que fuese la razón había que averiguarlo y dar por concluido ese asunto para continuar entonces con la expedición.

Fueron contratados entonces más de cincuenta nativos como fuerza base y al mando del equipo se colocó al capitán George Black, ex militar de vasta experiencia y hombre de confianza de Sir William.

Fueron dotados de provisiones y armamento suficientes para tomarse el tiempo de recorrer y peinar la isla entera si fuese necesario.

El equipo partió esa mañana al igual que los científicos lo habían hecho antes, con rumbo hacia la isla desconocida, transcurridas unas horas en las que sólo se escuchaba el crujir de los remos impulsados vigorosamente por los nativos, y el agua al estrellarse contra las pequeñas embarcaciones, divisaron la costa de la isla... cada vez estaban más cerca, y de repente se escuchó un grito:

-Allí... junto a las rocas!!

Efectivamente, en la playa de la isla, que cada vez estaba más cerca, podía distinguirse perfectamente junto a un grupo de rocas, la embarcación con la que habían partido los dos científicos desde tierra firme.

Estaba totalmente fuera del agua, sobre la arena y con los remos inclinados dentro de ella.

-Esto sólo puede significar una cosa (masculló el capitán Black). Esos hombres no han abandonado la isla!

Tocaron tierra y una vez concluido el desembarco, se despacharon cuatro grupos de hombres, cinco en cada uno, en cuatro rumbos diferentes, con la misión de revisar cuidadosamente el área asignada hasta dos kilómetros buscando cualquier rastro o señal por insignificante que pudiera parecer y luego retornar antes del anochecer.

Llevaban armas, alimentos, agua, medicinas para primeros auxilios y algunas herramientas como machetes, palas y cuerdas.

Tres hombres se quedaron en la playa del desembarco con la orden de asegurar las embarcaciones y colocar un tronco a manera de pilar en la orilla, lo bastante firme y alto como para colocar una lámpara al anochecer y hacer señales.

El resto, junto al capitán Black, buscaron un lugar seco y seguro para levantar el campamento, armar una estación de cocina y esperar el regreso de los exploradores.

(Continuará)

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