Una vez por semana, los viernes desde las 20hs., Ricardo se juntaba con dos amigos con los que se conocía desde la primaria, Martín y Juan Pablo. La excusa era la de jugar póker pero en realidad era para verse y no perder el contacto en esta amistad de tantos años. Hace unos meses, se juntaron y corrió bastante cerveza y whisky como de costumbre, solía ocurrir cada semana y esto le causaba conflictos a Ricardo con Florencia su pareja, porque ella tenía miedo de que Ricardo se accidentara con el auto cuando volvía a casa y además no soportaba ver borracho a Ricardo.
Aquella noche con Martín y Juan Pablo, Ricardo salió a las 3:25 de la madrugada para casa en el auto, pensando en qué excusa le metería a Florencia por la llegada tarde. Le había prometido por whatsapp que llegaría a la medianoche para ver una película juntos. Mientras conducía, Ricardo ya se imaginaba el sermón que le iba a hacer Florencia por haber llegado tarde y borracho. A su vez, trataba de tener cuidado mientras conducía, ya que el asfalto estaba en mal condiciones y porque había neblina. De repente, le dio ganas de ir al baño. Y si, después de tanto alcohol. Pero no tenía ninguna estación de servicio en el camino. Las de la rotonda, ubicadas a 5 cuadras de donde se encontraba en ese momento, estaban en refacciones. Una estaba cerrada y la otra hacía años que no abría pero se llevo una gran sorpresa, cuando al tomar la rotonda, la estación que llevaba tantos años cerrada, tenía luz.
Ricardo hubiera jurado que esa estación de servicio estaba cerrada desde que era un niño. Se acerco con el auto. Lo detuvo en la vereda y vio que estaba abierta. No tenía ningún cartel de las empresas petroleras, solo estaba pintada de blanco con varias líneas finas verdes y rojas. Los dos dispensadores de combustible que tenían, no eran como los de ahora, era de esas máquinas que había en los 80, con los números en blanco con fondo negro que giraban conforme se cargaba el combustible. Estaba como nueva, como se hubiera inaugurado aquella misma noche. Adentro había una tienda como las que había en ese entonces, con muchas cosas para el automóvil, como, limpiaparabrisas, aceite, bidones y poco de lo que tienen hoy. Adentro había dos empleados vestidos con camisa blanca con rayas verdes y rojas y pantalones blancos. Ricardo pensaba que de la borrachera que tenía estaba alucinando.
Se metió con el auto en la estación de servicio. Lo estaciono junto a la tienda. Bajo y entro. Los 2 chicos de aproximadamente 19 años, lo saludaron y se quedaron tras el mostrador. Ricardo hacía como que estaba buscando algo mientras miraba cuando uno de ellos se le acercó para saber si podía ayudarle en algo. Le dijo que en realidad estaba buscando algún chocolate para llevarla a su mujer. Le tocó el brazo y le dijo que en el mostrador tenían cosas para ofrecerle. Había varios productos que aún hoy en día están, pero con los envoltorios de como mínimo hacía más de 30 años pero también tenían otras golosinas y galletitas que ya no existen más.
Ricardo no entendía nada. Pidió un chocolate cualquiera pero cuando se acerco a pagarles, le dijeron que no sabían de dónde era el billete que había sacado, que solamente aceptaban australes. Para los que no saben, el austral fue una moneda de curso legal que se utilizo en Argentina en el año 1985 hasta 1991. Hoy en día, esa moneda no se utiliza más.
Ricardo les dijo que iba a buscarlos a casa y se fue corriendo.
Esa noche durmió en el sillón tras discutir fuerte con Florencia.
Ese sábado no le tocaba trabaja. Se despertó, se vistió y se fue al auto para volver a la estación de servicio. Fue en vano. La estación estaba tapiada y abandonada. Le dio como tres vueltas caminando a la estación de servicio pero no había nada salvo basura y olores feos.
Pasó el tiempo, Ricardo siguió con su vida normalmente pero dejando la bebida y de llegar tarde cuando veía a sus amigos. Cada vez que Ricardo pasaba por la rotonda donde estaba esa estación de servicio, la miraba para ver si volvía a estar abierta o había algún movimiento raro. Le llenaba de curiosidad saber si siempre estuvo así o simplemente fue un delirio suyo por la borrachera que tenía. Cada noche que pasaba, le daban ganas de pegarse una escapada con el auto y ver si era verdad lo que había visto ese día.
Con los días, pudo conseguir australes que tenía guardados de la época que coleccionaba billetes.
Una noche de películas con Florencia, le dio la oportunidad. Le comentó que tenía antojo de algo dulce y esa fue la excusa para agarrar las llaves del auto y decirle que le iba a buscar algo.
Se dirigió hacia la estación y se encontró con una sorpresa. La estación de servicio estaba otra vez como aquel día, abierta, reluciente y como si no le hubieran pasado los años. Sintió un alivio ya que pudo comprobar que no era una alucinación a causa del alcohol. Se metió y fue a la tienda. Tenía los australes en el bolsillo derecho del pantalón. Al momento de entrar, los 2 empleados lo saludaron muy cordialmente. Uno de ellos se le acercó. Tenía el cabello oscuro y corto y un rostro con líneas muy delicadas. Le dijo que la noche parecía estar fea y preguntó si necesitaba algo en especia. Evadió la pregunta repreguntando: “¿Hace mucho que abrieron la estación? Él le respondió al instante riendo con sus dientes todos podridos y negros que contrastaban con el resto de su cara y ropa prolija: “Hace bastante pero bueno ya sabe cómo son las noches en esta ciudad y más por estas zonas, de mal en peor”. Ricardo le dio la razón y fue hacia donde estaban las golosinas. Allí estaba el otro empleado, un rubio de ojos azules con una raya del medio que le saludó junto a una sonrisa muy tétrica con los mismos dientes negros de la podredumbre. Le pidió que le recomiende algún chocolate. La sonrisa del empleado rubio se volvió tan amplia que era anormal y le dijo “No tengo mucho que recomendarles señor pero seguro que encontraremos algo de su gusto” Ricardo, siguió husmeando entre las golosinas. Todas antiguas, de marcas que ya no existían. Ricardo pregunto si estaban vencidas. “Por supuesto que no señor, ingresaron esta semana” respondió el rubio que más que un humano que ahora parecía un antiguo muñeco gigante de madera de algún tren fantasma. Ricardo agacho la cabeza nervioso y mareado, cuando sentí una presencia a mi lado. Era el rubio con la cara totalmente desfigurada y esa sonrisa tétrica de mil pesadillas, el labio inferior le caía bajo la barbilla de la nariz y los ojos caían gusanos. Ricardo salió corriendo y se choco con el playero morocho que tenía la cabeza partida en dos con un ojo colgando, el rostro cubierto de sangre y que no quería que Ricardo se fuera. Subió al auto y condujo lo más rápido posible a casa. De repente esos monstruos se le aparecieron en el camino. Dio un giro al volante para no atropellarlos y el auto volcó. Ricardo termino en el hospital con una quebradura de fémur.
Desde esa vez, Ricardo nunca más se acerco a la estación de servicio.
Se dice que el dueño de la estación hizo explotar la estación de servicio para poder cobrar el seguro, en el cual, fallecieron los dos empleados.
Escrito por @Escannor15